Como todos los veranos, llega el máximo de las perseidas, popularmente conocidas como lágrimas de san Lorenzo por coincidir su lluvia con la festividad del santo cristiano, que fue ayer. El máximo de estas estrellas fugaces, visibles entre el 17 julio y el 24 agosto, ... será a partir de las 15 horas de mañana, cuando se registrarán hasta 110 meteoros por hora. Así que, si quiere gozar del espectáculo, aléjese las próximas dos noches de cualquier núcleo urbano y levante la mirada al cielo.
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Para disfrutar de las perseidas, no hace falta nada especial ni tomar ninguna precaución. Lo único imprescindible es dar con un lugar sin contaminación lumínica, sin iluminación artificial que vele el cielo nocturno y nos impida distinguir los meteoros. Para mayor comodidad y evitar posturas forzadas del cuello, podemos tumbarnos en una hamaca o una manta, y ya solo queda esperar a que alguna estrella fugaz irrumpa en nuestro campo de visión.
Lo que llamamos estrellas fugaces sólo tienen en común con las estrellas que brillan en el cielo. Son en realidad fragmentos de polvo y rocas que flotan en el espacio y chocan con la Tierra como los insectos contra un coche en marcha. Entonces, entran en la atmósfera a unos 60 kilómetros por segundo, se desintegran a entre 80 y 100 kilómetros de altura y, durante un instante, brillan en el cielo dejando una estela contra el fondo estrellado.
Las perseidas se llaman así porque parece que caen desde la constelación de Perseo, al noreste. Son los meteoros periódicos más populares porque se ven en verano, cuando pasamos más tiempo al aire libre, pero no las únicas. Hay muchas lluvias de estrellas: las cuadrántidas de enero, las líridas de abril, las dracónidas de octubre, las leónidas de noviembre, las gemínidas de diciembre… Todas se deben a que, en su viaje alrededor del Sol, nuestro planeta atraviesa nubes de escombros dejados por cometas o asteroides.
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En el caso de las perseidas, su progenitor es el cometa Swift-Tuttle, de unos 26 kilómetros de diámetro y el objeto más grande que se cruza con la órbita de nuestro planeta. La última vez que lo hizo fue en 1992 y no volverá a visitarnos hasta 2126. Se acerca hasta nosotros cada 133 años, y el radioastrónomo Gerrit Verschuur lo considera, por su órbita y dimensiones, «el objeto individual conocido más peligroso para la Humanidad», pero puede dormir tranquilo, no hay ningún riesgo de impacto en un futuro próximo.
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