Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Son las 7.15 de la mañana cuando Jon Abaitua entra en la céntrica cafetería madrileña en la que se ha citado con este periódico. Se sienta, listo para relatar el experimento que está haciendo consigo mismo, y señala al resto de comensales. Poco a ... poco, las mesas se van llenando de gente que desayuna o que toma un café antes de ir a trabajar. Con la excepción de un hombre que se ha quedado dormido, un patrón es evidente: odos están enfrascados en sus teléfonos móviles inteligentes y apenas apartan la mirada de la pantalla para coger el bollo o la taza. La mayoría lo hace a tientas. «Yo antes también era así», confiesa Abaitua.
Ahora, sin embargo, este joven emprendedor vasco vive con un teléfono Nokia antediluviano, de aquellos que únicamente sirven para llamar y recibir llamadas y que solo hay que cargar una vez a la semana. Aunque es cofundador de la cooperativa Tazebaez y ha puesto en marcha diferentes 'start-ups' innovadoras con proyectos en países como China e India, nadie lo encontrará en Whatsapp ni en las redes sociales. Para ponerse en contacto con él hay que enviar un email, que responderá cuando se siente frente al ordenador, o llamarle por teléfono.
Alguien que leyese este texto hace solo una década se preguntaría qué hay de extraño en eso, muestra de lo rápido que ha cambiado la forma en la que nos comunicamos y consumimos contenido. No en vano, el 'smartphone' se ha convertido en un elemento tan imprescindible en la vida de la mayoría de la población que se han tenido que acuñar términos para referirse al pánico que provoca habérselo olvidado -nomofobia, elegida palabra del año 2018 por el diccionario de Cambridge- y al miedo que provoca sentirse excluido por no utilizarlo -FOMO, por las siglas en inglés Fear Of Missing Out, temor a perderse algo-.
También existe un nuevo anglicismo para describir el estado de trance en el que entran quienes se aíslan del mundo cuando utilizan el aparato: 'phubbing'. Es el caso de los clientes de la cafetería, y de muchos más. Porque, según un estudio que Rastreator llevó a cabo el año pasado, más de 7,6 millones de personas en España se consideran adictas al teléfono móvil inteligente, al que dedican tres horas y 51 minutos diarios de media. La mitad de los usuarios lo enciende nada más despertarse y lo mira justo antes de acostarse, y 3,7 millones reconocen ser incapaces de pasar más de una hora sin utilizarlo.
Es un problema global. Un 10% de los encuestados para otro estudio en Estados Unidos reconocieron haber utilizado el móvil mientras mantenían relaciones sexuales, el 51% de los británicos sufre ansiedad cuando no tiene el terminal cerca, y el 30% de los chinos de entre 25 y 34 años lo mira más de 150 veces al día. Muchos expertos consideran que la adicción al móvil es similar a la del juego o incluso a la de las drogas. Y señalan que su uso libera dopamina, popularmente conocida como 'la hormona de la felicidad'.
Abaitua nació en 1990, no tuvo un móvil como el que utiliza ahora hasta el final de su adolescencia, y tampoco fue de los primeros que se interesaron por los 'smartphones'. Pero hace unos meses hizo introspección y descubrió que sufría todos los síntomas anteriormente descritos. «Hasta hace tres o cuatro años no tenía mucho apego por el móvil. Pero entonces comenzó a absorberme a través de redes sociales como Facebook o Instagram y aplicaciones como Whatsapp. Al final, descubrí que estaba en casa tan a gusto con el móvil que dejé de salir con los amigos. Poco a poco fue afectando a mi bienestar, tanto mental como físico», relata.
Hasta que, la primera semana del pasado mes de agosto, Abaitua cortó por lo sano. «Estaba estresado y decidí dos cosas: tomarme una excedencia y dejar el 'smartphone' durante un año», recuerda. Desde el primer momento tuvo claro que no permitiría que eso último le impidiera hacer una vida normal, a pesar de que incluso viajó a países como Japón sin ningún teléfono. Reconoce que esta decisión tiene inconvenientes: «No tienes aplicaciones de mapas, no puedes coger un Uber, ni utilizar un traductor instantáneo». Pero asegura que no le costó adaptarse: «Apuntas las cosas en el mapa, te organizas mejor, y, si no encuentras algo, preguntas a la gente».
Aunque Abaitua estaba convencido de que esa desconexión le provocaría ansiedad en un inicio, lo que sintió fue paz. «Paz de no despertarme y tener que contestar seis whatsapps o leer las redes antes incluso de levantarme de la cama». También apreció una rápida mejora en su productividad. «Es mucho más conveniente llamarse que chatear o enviar mensajes de audio, que quitan mucho más tiempo. También es más fácil concentrarse sin estar pendiente de las notificaciones, que provocan un constante estado de agobio que muchas veces ni siquiera apreciamos», explica.
Él reconoce que la culpa de esta coyuntura fue suya y solo suya. «Vas cayendo poco a poco. Y, al final, es como el chocolate: te propones comer una sola onza y acabas con toda la tableta. Claro que hay gente que puede racionar mejor su uso y logra mirar el Whatsapp solo dos veces al día. Pero yo no me he considerado nunca un usuario muy enganchado y los efectos se notan incluso cuando uno cree que controla», cuenta Abaitua, que en estos meses se ha estado documentando a fondo sobre los efectos de los móviles.
Incluso los fabricantes de 'smartphones' son conscientes de este fenómeno. La marca china OnePlus, por ejemplo, ha comenzado a introducir un 'modo zen' que bloquea todas las funciones del aparato, menos la capacidad para hacer llamadas y la cámara, durante 20 minutos. También incluye herramientas de 'bienestar digital' que sirven para limitar el uso de las aplicaciones elegidas o detener por completo las que provocan distracciones. «Es irónico que necesitemos aplicaciones para que nos rescaten de nosotros mismos», ríe Abaitua.
Han pasado cinco meses desde que comenzó su experimento y el emprendedor subraya que su objetivo no es librarse del aparato para siempre: «Yo no soy ningún enemigo de las tecnologías. Lo único que quiero es tratar de encontrar la fórmula para utilizarlas correctamente. Pueden ser una ayuda fabulosa, pero también pueden resultar muy perniciosas. Al final, la mayor parte de lo que hablamos en grupos de Whatsapp son tonterías».
Él ha sustituido el tiempo que les dedicaba por «conversaciones de más calidad cara a cara». Afirma que ha aumentado su capacidad de concentración, y ha recuperado su pasión por la lectura y la escritura. «Aprendes a disfrutar de nuevo de la mera observación. A veces incluso es positivo dejar de recibir tantos estímulos, e incluso aburrirse, para pensar y reflexionar», sentencia.
No obstante, lo que más preocupa a Abaitua es el efecto negativo que tienen los dispositivos móviles en niños y adolescentes. «Nosotros tenemos mecanismos de control que funcionan mejor o peor, pero no sucede lo mismo con los niños. Y es evidente que abusan de aparatos que, en muchas ocasiones, los padres les dan como anestesia para que estén quietos o callados. Si ya desde pequeños les acostumbramos a esta hiperactividad, ¿cómo van a crecer?», inquiere. «Es como si les diésemos alcohol», apostilla.
No es el único que advierte de los peligros que conlleva este escenario. En Reino Unido, por ejemplo, el 70% de los niños de 11 y 12 años tienen un 'smartphone', y ese porcentaje aumenta hasta el 90% entre los de 14 años. Más chocante aún es que uno de cada cuatro entre los 2 y los 5 años también dispone de un móvil, y que los menores de 16 años pasan una media de seis horas y media frente a una pantalla. Según el portal de psicología Psych Central, esta coyuntura provoca trastornos del sueño, un retraso en el desarrollo de las capacidades para socializar, problemas físicos relacionados con la falta de ejercicio y la obesidad, ansiedad y dificultad para discernir entre ficción y realidad.
Por todo ello, Abaitua cree que se debería proteger a niños y adolescentes del móvil inteligente como se hace frente a las drogas. «Los gobiernos deberían regular la edad a la que pueden acceder a uno, y el tiempo que pueden pasar con él», sentencia. «Y los padres deberían concienciarse sobre la necesidad de pasar tiempo de calidad con sus hijos». Él, de momento, no ha puesto fecha a su regreso a la comunicación del siglo XXI. «Imagino que tendré que retomar el 'smartphone' para trabajar, pero creo que deberíamos debatir más sobre cómo hacer un uso responsable de él en todos los ámbitos».
Los efectos nocivos que los dispositivos móviles tienen en la infancia están claros. La Organización Mundial de la Salud incluso considera que la adicción a los juegos online, cada vez más instalados en teléfonos móviles y tabletas, es un trastorno mental. No obstante, los expertos tampoco recomiendan evitar que los niños tengan contacto con la tecnología, porque el uso racional de estos aparatos también puede ser beneficiosa.
El primero que destaca el portal Psych Central es la capacidad para tomar decisiones rápidas y para llevar a cabo varias tareas a la vez. Además, afirma que los juegos ayudan a desarrollar la visión periférica y la capacidad para detectar objetos, y que promueven habilidades visuales motoras. Lógicamente, también preparan a los niños para el uso de herramientas propias del siglo XXI, así como para desarrollar la lógica que está detrás de ellas.
Eso sí, el portal de psicología advierte de que los niños de menos de dos años no deberían tener acceso a ningún dispositivo móvil, y que el uso entre otros más mayores se debería dar siempre en compañía de más personas, evitando que interfiera en la posibilidad de interactuar cara a cara, y nunca debe utilizarse en el dormitorio ni más de una o dos horas al día. Además, los padres deben controlar las aplicaciones que los aparatos tienen instaladas y promover el uso de las educativas.
Con una media de uso de una llamada cada tres días, las cabinas telefónicas se mantendrán en España como un servicio universal obligatorio como mínimo hasta el 31 de diciembre de 2021, a la espera de que el Parlamento se ponga de acuerdo y logre aprobar antes una ley que permita su supresión. Telefónica será de nuevo el operador encargado de mantener estos teléfonos, en virtud de una orden ministerial.
Las cabinas telefónicas comenzaron a instalarse en las calles españolas en 1928. En 2018 se intentó ya suprimir la obligatoriedad de este servicio, pero no se pudo porque el Consejo de Estado dictaminó a última hora que debía hacerse por ley.
3.000 millones de personas poseen un 'smartphone', y su número crece a toda velocidad: se estima que, a finales del año que viene, serán 3.500 millones.
Corea del Sur registra la mayor tasa de penetración de los móviles inteligentes: un 95% de la población posee uno. India se encuentra en el extremo opuesto: a pesar del gran crecimiento en las ventas de este aparato, solo el 24% de ciudadanos dispone de uno.
80% de los españoles tiene un 'smartphone'. Es una de las tasas más elevadas del mundo desarrollado y razón por la que nuestro mercado resulta atractivo para las marcas.
Filipinas es el país más enganchado: sus habitantes pasan una media de 10 horas al día con la mirada en la pantalla. España, con 3 horas y 6 minutos, está por debajo de la media.
194.000 millones de aplicaciones para dispositivos móviles se descargaron en el mundo en 2018.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.