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Los hipiies de La Rioja en círculo.

La Guardia Civil impone 76 denuncias a los hippies acampados en La Rioja

Se declaran «negacionistas» de la Covid-19, no usan mascarillas y van desnudos por el campo

a. mateos | d. marín

Jueves, 10 de junio 2021, 12:01

La Guardia Civil ha tomado cartas en el asunto y ha impuesto hasta 76 denuncias a los hippies acampados en La Rioja. La Familia Arcoíris, tal y como se denominan ellos, se declaran «negacionistas». De hecho, van sin mascarillas y una gran mayoría, desnudos.

Situados en el valle del Portilla, zona fronteriza con Burgos, este grupo de hippies lleva un estilo de vida nómada. Se mueven por el ciclo lunar y llegaron hace unas semanas a La Rioja. Los Servicios Sociales del Gobierno de La Rioja se alertaron cuando conocieron la presencia de menores acampados bajo unas condiciones insalubres.

A la denuncia de los menores, se sumaron las quejas de los vecinos. La Guardia Civil finalmente ha intervenido y ha denunciado a este grupo de hippies por acampar en montes de utilidad pública y realizar fuego, circular campo a través y estacionar vehículos fuera del camino sobre cubierta vegetal. También por identificarse con datos falsos o inexactos y por incumplir las normas sanitarias frente a la Covid-19 como por ejemplo el uso de la mascarilla.

En el momento de la intervención de la Benemérita, el grupo era más extenso de lo normal. Hasta 200 personas se concentraron sin respetar ningún tipo de medida sanitaria. El operativo obligó a movilizar a un helicóptero del Servicio Aéreo de la Guardia Civil, así como las Unidades del Servicio de Seguridad Ciudadana, del Servicio de Protección de la Naturaleza, Servicio Cinológico con perros especialistas en la detección de sustancias estupefacientes y el Equipo de Rescate e Intervención en Montaña.

Una vida de hippie

En una de las primeras tiendas de acampada diseminadas por toda la explanada se encuentran Gerardo y Estrella, cubano y húngara, respectivamente. Reciben a los nuevos miembros de la familia ('hermanos' se llaman) con abrazos, como si se conocieran de toda la vida. Hasta allí ha acudido una pareja de Ibiza que desconocía este movimiento. «Esta es una experiencia de cómo el ser humano debería vivir», expone Estrella. Y Gerardo profundiza: «Conocemos la naturaleza espiritual de la vida. El mundo te dice que tienes que acumular, competir, aprender para ser competitivo, pasar por encima de la gente... y de eso no somos aquí».

Ciertamente, para llegar hasta allí hay que desear ir. Son dos horas de viaje en coche, más otros tantos kilómetros por pista forestal pasado el dique del embalse de Mansilla. Después, si no conoces el atajo sobre ruedas, más de una hora andando por un agradable sendero, verdaderamente hermoso. Entre robles y hayas, entre margaritas y aulagas, escuchando cantar a los petirrojos y los zorzales en perfecta sinfonía, observando volar con delicadeza a las mariposas y con las pozas del Portilla invitando continuamente al baño llegas al barranco de la Capellanía, a los pies del Cabeza Herrera (2.002 metros de altitud) y, de pronto, se abre un mundo paralelo, un país de Oz lleno de jóvenes, la mayoría desnudos o semidesnudos, por supuesto, sin mascarillas porque la mayoría se declara negacionista, y viviendo un sueño.

En las distancias cortas, de tú a tú, hay personas amables, agradables, que comparten sentimientos verdaderos, llenos de realidad. Como Omar, un joven de Vic que confiesa: «Cuántas veces has estado en un sitio bonito y has pensado en poder estar ahí con tu gente». «Lo que hemos fabricado es lo que genera dolor y este lugar sana», añade Omar, quien, ya en confianza, se abre más: «Mucha gente confunde el amor con algo sexual».

Otros, en cambio, quizá animados por la atención del grupo, sintiéndose importantes por expresar su insustancial opinión, sueltan un discurso impostado con vaguedades superficiales (eso sí, muy rimbombantes) y con un tono de voz anestesiado que más parece un discurso de secta que una declaración real de principios. Es lo mismo que sucede con la lectura de runas puesta en común, como las premoniciones de Nostradamus, soportan casi cualquier interpretación: «No quedarse con nada, compartir lo vivido. Aprender a conectar con nuestro lado más salvaje».

Hay gente de todo tipo, familias con niños muy pequeños que corretean en pelotas con una libertad absoluta, gente más mayor, jóvenes que hacen juegos malabares y, sobre todo, asambleas, muchas asambleas en forma de círculo, a veces círculos para decidir si hay círculo y que se convierten en un desesperante laberinto, en una escalera de Escher. Allí, advierten, el tiempo toma otra dimensión. Llegaron con la luna llena y se irán mañana, con la nueva. Mientras tanto, no hay días ni horas. Excepto para Toni, quien afirma haber pasado por el albergue municipal de Logroño y contabiliza, en referencia a la pandemia: «Llevo aquí veinte días y no me he puesto malo».

Sin aparatos electrónicos

De hecho, no se permiten aparatos electrónicos ni llegar a motor, tampoco las transacciones económicas, solo trueques. No se oye una palabra más alta que otra, todo parece suceder en paz y armonía. Intentan ser lo más orgánicos y ecologistas posible, consumiendo en los mercados locales, sobre todo fruta, frutos secos y arroz. Y no hay viagra ni se practica sexo al aire libre, no al menos de forma indiscriminada. «No hay sexo al aire libre continuamente, eso es pura falacia. Lo que cada uno haga en su tienda es como si lo hace en su apartamento. Una cosa es la desnudez y otra, el sexo. Hemos tenido problemas con eso porque han venido personas confundidas», se explaya Jota.

Jota viste una camiseta personalizada de La Cueva del Jazz de Zamora y pasaría por un montañero más, incluso con sus rastas y su paraguas parapetado en su mochila, si no fuera por su discurso. «Para mí, que sea legal o ilegal acampar no está por encima de mi ley moral», sentencia. Al hablar del COVID-19 se pone más serio: «Intentamos guardar las distancias pero no voy a preguntar ni sé si mi vecino está vacunado». Conoce la Familia Arcoíris y la explica con paciencia e interés: «Es la forma de vida de mucha gente. Pedimos empatía. A mí los encuentros no me han cambiado la vida pero la han hecho mejor».

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