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ANTTON IPARRAGUIRRE
Martes, 10 de abril 2018, 01:11
Ahora la mitad de los niños de entre 6 y 9 años tiene algún grado de sobrepeso. Solo uno de cada cuatro, de entre 4 y 12 años, juega diariamente en el exterior. El silencio se ha apoderado de las plazas y descampados. Ya no ... se escucha el estridente griterío de los pequeños y adolescentes cuando no hay colegio. Esto no pasaba en los años 70 y 80, en la época de la Educación General Básica, popularmente conocida y añorada con las siglas EGB. En aquellas décadas, un escolar no estaba gordo, a no ser que sufriera algún tipo de obesidad. No se sabía lo que era el sedentarismo y las chuches no se compraban a diario. Antes, solo se quedaba en casa el que estaba enfermo o castigado por sus padres.
Precisamente. ¿Qué dicen los 'modernos' progenitores del siglo XXI? Lamentan que sus hijos se nieguen a jugar si no hay algún tipo de tecnología de por medio y que prefieran jugar a deportes virtuales que practicarlos de verdad. Pues ya sabéis lo que hay que hacer. Recordarles a vuestros retoños a qué jugabais vosotros a su edad.
Aparte del fútbol en el frío y duro asfalto o en un barrizal 'rompetobillos', y el baloncesto con improvisadas canastas aprovechando algún elemento decorativo de una fachada, estos son algunos de los juegos en blanco y negro, y sin wifi, más populares en los tiempos de la EGB. A pesar de los llamativos coloridos y sofisticados diseños de los modernos entretenimientos tecnológicos, los expertos advierten de que éstos no son verdaderos juegos. Carecen de la libertad y creatividad propias de lo lúdico. Además, en el juego auténtico el niño puede decidir por sí mismo su argumento, sus reglas, su principio y su final. Esto hacían los escolares de los 70 y 80. Probablemente no eran menos felices que los de ahora.
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Se dibujaban cuadrados y rectángulos con los números 1 al 6, o al 9 o al 10 sobre el cemento o en tierra húmeda. Otra modalidad era lo que parecía la ventana de una basílica romana. En este caso en la casilla de abajo se escribía 'Tierra' y en el de arriba 'Cielo'. Suponía una alegoría sobre la vida y la muerte. El objetivo del juego era conseguir que se quedará dentro de una casilla una piedrecita y seguir avanzando. Otra variante era Al hinque, lanzando un palo afilado o un hierro con punta para que se hincaran mejor en el barro.
Otra modalidad de Rayuela o Toco consistía en saltar de una casilla a otra a la pata coja hasta la última. Entonces se realizaba un parón con los dos pies y se volvía a la inversa. El que completara primero, y sin fallar todas las casillas, ganaba el juego.
Similar era Al clavo. Se dibujaba en tierra húmeda un cuadrado dividido en el número de jugadores. Se lanzaba el hierro al suelo para clavarlo en terreno contrario, y luego sin levantar los pies y si dejar que el hierro dejara de hacer contacto con la tierra se trazaba una línea en terreno enemigo que pasaba a ser tuyo borrando tu línea con el pie, así hasta que al enemigo le dejabas sin tierra. Pero tenía una última oportunidad fuera del cuadrado y con un solo pie apoyado en el suelo de lanzar una última vez y recuperar terreno.
También estaba La punta. Se marcaba un rectángulo en la tierra y se partía por la mitad. Se marcaba desde dónde había que lanzar y luego había que clavar el palo afilado que lanzaba un jugador al terreno del contrario. El objetivo era ganar el terreno al rival.
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Era una diversión para 'brutos', aunque también lo jugaban las chicas. Se conocía con muchos nombres según la localidad. Chorro-morro-pico-tallo, qué, Al Burro, Mediamanga o Manga entera, son algunos. Era peligroso y más de uno estuvo a punto de quedar tetrapléjico al recibir un duro golpe en la médula espinal. Una de las partes que más sufrían eran los riñones. Aunque había variantes, básicamente consistía en que un jugador apoyaba su espalda en una pared -hacia de 'madre'- y el resto de sus compañeros se colocaba disciplinadamente en fila y en posición de 'burro'. Es decir, agarrándose fuertemente las piernas y con la cabeza entre las piernas de quién tenía delante.
El juego consistía en saltarles, ayudado por las manos, por turnos encima de ellos, intentando adelantar el mayor número de posiciones, y dejarse caer desde la mayor altura posible para hacer más daño al que estaba debajo. Y es que la finalidad era que se rompiera la cadena humana. Si aguantaban los que sostenían el peso ganaban. Se penalizaba si se introducía el pie entre los arcos formados por los jugadores que se encontraban abajo. Cuando estaban todos montados se gritaba el nombre del juego. Si la fila no se hundía, el último que saltaba preguntaba ¿Churro, mediamanga, mangaentera? y señalaba una parte de su brazo (hombro, antebrazo o muñeca). Los de abajo debían acertar si no querían repetir.
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Los jugadores trazaban en el suelo, con piedras o tiza blanca, dos rectángulos grandes, y se dividía el área por la mitad. Cada equipo se colocaba en su campo. Tenías que eliminar a los contrarios lanzándoles un balón sin pisar las líneas. Si les dabas directamente eran eliminados, pero si el contrincante lo cogía podía contraatacar y lanzarte con el fin de 'matarte'. Si te daban debías pasar al final del campo contrario y quedar detrás de la línea del mismo. Cuando volvías a coger la pelota después de «muerto» seguías lanzando al equipo contrario. Si tocabas a un rival, volvías a tu campo con tu equipo.
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Era un juego peligroso. Se cogían un tornillo y dos tuercas. Generalmente se robaban de una tienda o una empresa de algún conocido o familiar. En el interior de una de las tuercas se introducían pistones o cabezas de cerilla. Con paciencia y precisión se iban apretando las tuercas hasta que ambas quedaran bien sujetas. Se lanzaba el tornillo fuertemente contra el suelo.
El ruido que ocasionaba era estruendoso. Dependía del volumen y de la longitud del tornillo y de las tuercas. Lógicamente también de la cantidad de pistones o cabezas de cerilla utilizadas. Hablando de esto, también estaban los revólveres de pistones, que se vendían aunque tal vez no eran legales. Al igual que los petardos, pequeños y de varios colores, que se hacían explotar en los lugares más inverosímiles y que, en ocasiones, se lanzaba a personas y animales.
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En relación con esto último, un juego nada ejemplar era torturar a animales. Una de las mayores crueldades sobre la que había mucha leyenda urbana era atrapar un murciélago. Los niños pensaban que eran ciegos, pero de mayores se enteraron de que era mentira. Hace muchos años los niños los 'cazaban' lanzando contra ellos la 'txapela'. Luego era clavado por sus extremidades en una pared y se le metía un cigarro en la boca para que lo fumara. Se solía decir que al final reventaba por el humo.
También se cortaba la cola a una lagartija para ver cómo le volvía a crecer. La nueva era más corta, de un color grisáceo y sin escamas ni vértebras. Estas últimas eran sustituidas por un tubo de tipo cartilaginoso, y la médula espinal, por tejido epitelial sin terminaciones nerviosas. Esta regeneración parcial se debía a que la cola era importante para el animal en su locomoción diaria, los cortejos nupciales y, lo más importante, como lugar donde almacenar las grasas para los malos tiempos de hambre o enfermedad. Tal vez todo esto no lo sabían los traviesos 'sádicos'.
Otra barbaridad consistía en clavar un clavo a un animal en una pata simulando ser un veterinario que pone una vacuna o atar latas al rabo de un perro. Otra diversión que a los niños de ahora les parecería cuanto menos rara era hacer salir a grillos de su agujero excavado en la tierra con orina y cogerlos orientándose gracias al «cri-cri, cri-cri» que producían con sus alas. Se les tenía unos días en casa alimentándolos con hierba y escuchando su canto hasta que tanto el niño como la familia se aburría de escucharlo o había algún familiar al que le parecía eso un maltrato animal. No faltaban chavales traviesos que también inundaban un hormiguero, con agua o con restos de cerveza o vino, o cogían del río renacuajos con la mano, e incluso con arco y flechas hechas de las varillas de un paraguas.
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Siguiendo con animales, la caza de pájaros era otro entretenimiento habitual, sobre todo en los pueblos. Para ello se utiliza el 'tirachinas' o 'tiragoma'. Era de fabricación casera y estaba formado por un marco generalmente de madera o fierro en forma de Y. Se ataba a las puntas superiores dos ligas gruesas generalmente de caucho. Las ligas sostenían una base de cuero, tela o plástico, llamada badana, donde se situaba el proyectil a tirar. Generalmente una piedra. Se hacían competiciones. Había que acertar a dar a un poste o algún objeto. No faltaba quien lo utilizaba para matar pájaros o atacar a animales como gatos y perros. Los que tenían padre cazador podían disponer de una carabina que disparaba balines. Los de copa era más caras que las de bola. También se atrapaba a los pájaros con el sistema de liga, que algunos consideraban ilegal.
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Las armas simuladas para niños eran caras y en aquellos tiempos no tenías regalos más que en cumpleaños, reyes o algún inesperado 'premio' por buen comportamiento o excelente rendimiento escolar. Otra posibilidad era la visita de tíos o abuelos. Por eso, lo habitual era fabricar pistolas en casa por medio de ganchos y pinzas utilizadas para colgar la ropa. Como proyectiles se utilizaban piedras pequeñas y hasta huesos de aceitunas. Para que se determinara que alguien estaba muerto debía probarse el impacto, de forma visible y fehaciente, de uno o varios de los proyectiles lanzados. Eran corrientes las discusiones cuando alguien apuntaba al rival y disparaba de forma figurada con un 'pum-pum'. Siempre aseguraba que le había 'dado' y estaba malherido o muerto.
Otra 'arma' que parecía inocente pero era peligrosa se conocía como Canuto y se jugaba tanto en clase como en el recreo, la calle o en casa contra los hermanos. Casi siempre se utilizaba un 'bic' cristal azul al que se le quitaba 'la tinta'. En el mismo se introducían como proyectiles arroz o papelitos en forma de pequeñas bolitas humedecidas con saliva. Eran proyectados contra los 'enemigos', y los más 'pacifistas' contra la pared. Más de un escolar recibió una dolorosa caricia del maestro al ser sorprendido durante la clase utilizando el incordioso 'juguetito'.
A policías y ladrones o indios y vaqueros también se podía jugar con pequeñas figuras de plástico. Los más 'valientes' se atrevían a sacar a la calle su 'Fort Apache', que en un momento de enfado entre los contrincantes podía acabar con alguna madera destrozada. Los soldaditos de plomo eran consideradas obras de arte de 'mayores' que no se podían tocar. El tener un coche policía con luces y sirena era 'de lo más'.
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Se trataba de batallas campales de mayor o menor virulencia generalmente entre dos grupos rivales de un mismo barrio, o no, o de distintas localidades. Se atacaba con piedras, tirachinas u otros objetos arrojadizos y se realizaban estrategias cuasimilitares para diezmar las tropas del enemigo y conquistar su territorio. Más de uno volvía a casa con un visible golpe o una herida a la que había que dar el burbujeante agua oxigenada que escocia a rabiar y luego la reconfortante mercromina. Los bandos se podían atrincherar en zonas de maderas utilizadas durante la construcción de las casas de un barrio.
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Lo practicaban sobre todo las chicas, aunque no faltaba algún chaval que se animara a desafiarlas, a pesar de que pudiera ser objeto de burla por parte de los 'machotes'. El más difícil todavía era saltar con dos sogas a la vez al tiempo que se entonaba una canción infantil. ¡Quién no ha oído 'Al cocherito lere, me dijo anoche lere...' ¡Y quién no ha jugado en su niñez a la goma!. Dos niños la sujetaban con las piernas abiertas. Al que le tocaba empezaba a saltar dentro y fuera de la goma, pisándola, enredándola en sus piernas… al ritmo de distintas canciones. Si se le enroscaba o no pisaba bien se hacía «mala», entonces el niño o niña se tenía que poner a sujetar la goma. El juego tenía sus niveles de dificultad porque empezabas saltando a la altura de los tobillos y subía a la rodilla, culete, cadera….
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A uno de los jugadores le tocaba ser 'el que se la queda'. Se le vendaba los ojos con un pañuelo. El resto se colocaba alrededor formando un corro y le preguntaban «Gallinita ciega, ¿qué se te ha perdido?», a lo que el otro respondía: «Una aguja y un dedal». Entonces el resto de jugadores le respondía: «da tres vuelticas y los encontrarás». El que hacía de gallinita ciega daba tres vueltas sobre él mismo mientras el resto de jugadores cantaban: «Una, dos y tres».
Después la gallinita ciega avanza con los brazos extendidos intentando tocar a alguno de los otros jugadores, y cuando lo hacía, debía adivinar quién era tocándole el pelo, la cabeza, la cara y las manos. Si acertaba se cambiaban los puestos y si no, el resto de jugadores le gritaban que había fallado, siguiendo el juego hasta que acertara. Otra variante era que los jugadores tenían libertad de movimientos para esquivar a 'el que se queda'.
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Consistía en que una persona, 'la madre', en medio sostenía un pañuelo y había dos grupos rivales cada uno con un número asignado. El que sujetaba la prenda se ponía ante una raya divisoria y tenía que decir un número al azar y al que le tocaba debía correr y coger el pañuelo más rápido que el contrincante, e ir corriendo a su parte del campo lo más deprisa para que el contrincante no le pillara. Si lo conseguía ganaba un punto. Si eras el que corría detrás y pillabas al que corría con el pañuelo, el punto era para tu equipo.
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Cuando un niño entraba en un bar que no era popular por los chuches el camarero sabía que no iba a pedir un refresco. La burbujeante bebida solo la tomaba acompañado por los padres, hermanos mayores, tíos o abuelos. Generalmente, los domingos después de misa. Entre semana, el menor se dirigía con timidez hacia una barra a la que apenas llegaba por su estatura todavía menguante y preguntaba si tenían chapas de botellines o botellas especiales. Los más vergonzosos o que no se llevaban bien con el 'barero' esperaban a que este sacara los envases de vidrio a la basura y se hurgaba en busca de las codiciadas chapas.
Cada chaval podía tener varias decenas, llegando a romper a veces los frágiles bolsillos del pantalón de tela. Había algunas mejores que otras. Dependía de su tamaño, material, diseño... Las de Martini se colocaban dentro de las de Kas o Mirinda, por ejemplo. En ocasiones se les ponía la imagen de futbolistas, coches famosos o personajes televisivos. Se recortaban de revistas, cromos o dibujos.
Había muchas modalidades de juego. Se lanzaban las chapas sobre una pared y la que quedara mas cerca del muro comenzaba la partida. Si se simulaban carreras de ciclistas o de coches o motos los circuitos se marcaban las etapas o circuitos con un palo en la tierra húmeda o en arena, y también con tiza o cal en la acera. Se podían poner obstáculos como piedras o palillos. Al que se le salía la chapa fuera retrocedía al lugar desde donde tiró y esperaba un nuevo turno. No faltaba quién tiraba a dar a la chapa del contrario para sacarlo de la pista o adelantarle. El primero en llegar a la meta ganaba. También se podían disputar singulares partidos de fútbol.
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Era otro juego bastante violento y cruel que a más de un chaval le hizo pasar mal. Se formaban dos filas largas enfrentadas haciendo un pasillo, el que se la ligaba tenía que pasar por el medio despacio y los demás tenían que darle capones o collejas, pero de forma sutil y disimulada para que no descubriera quién había sido. Si descubría quién había sido a éste le tocaba quedársela. Si se equivocaba todos gritaban «moscaaaa» y se comenzaba a pegar hasta que consiguiera salir del pasillo.
Más pacífico era el conocido como 'Pase misí'. Dos jugadores formaban un arco por el que pasan los demás. Cada uno de esos dos elegía el nombre de un color, una ciudad, un río, etc... A continuación se cogían de las manos y las levantaban simulando un puente. El resto se agarraba por la cintura, formando una fila, e iban pasando por debajo del puente mientras cantan la entrañable e inolvidable canción:«Pase misí, pase misá, por la Puerta de Alcalá, los de adelante corren mucho, los de atrás se quedarán».
Ante esta última frase bajan sus brazos capturando a alguno de la fila. A éste le preguntaban qué color prefería. Según la respuesta se situaba detrás del jugadora a quien pertenecía dicho color. Cuando habían sido capturados todos los participantes, se trazaba una raya en el suelo, en medio de los dos equipos, y cada uno de ellos debía tirar hacia atrás intentando que el equipo contrario traspase la línea. El equipo que lograba hacer que pasara la línea el contrario era el vencedor. Al parecer, el nombre del juego procedía de una lectura errónea de la palabra francesa «monsieur» y de la feminización de ésta.
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Se hacía un hoyo en la tierra, en algunos sitios llamado 'guá', y se tiraba con una de las canicas para meterla en el agujero. También se podía jugar contra un pared. En este caso, a unos metros de distancia se trazaba una línea. Detrás de la misma había que lanzar la bola contra ella. Luego le tocaba el turno al siguiente y éste tenía que conseguir que su canica, una vez rebotara en la pared, fuese a parar junto a la de alguno de los otros. Se usaba como medida la cuarta de la mano del que lanzara. Si conseguía que su canica cayese a menos de una cuarta de otra, se quedaba también con la otra. Había veces que de una tirada podías quedarte con varias canicas a la vez e ir desplumando a tus compañeros.
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¡Quién no ha jugado al escondite de niño! Lo malo era que no podías ser como el hombre invisible. A veces te pillaban. El escondite inglés era muy popular. Uno de los jugadores se colocaba de cara a la pared y repetía «1, 2,3, escondite inglés». Mientras decía la frase, sus compañeros avanzaban, y al terminar la frase se giraba y los demás tenían que permanecer totalmente quietos, congelados. Si pillaba a alguien moviéndose, éste se la quedaba y el que antes tocaba la pared ganaba. También se podía añadir al latiguillo «1, 2,3, escondite inglés« la frase: «sin mover las manos ni los pies».
Otro formato conocido era Tres barquitos en el mar. Se formaban dos grupos. Uno de ellos se escondía sin que los rivales les vieran y cuando estaban escondidos, decían «tres barquitos en la mar» y el otro grupo que tenía que saber dónde estaban. Tenían que contestar «y otros tres en busca van» y comenzaban a buscarlos. Era un juego ideal para espacios grandes.
Y como olvidar el llamado 'Los tesoros'. También se jugaba en grupo. En realidad, cuantos más participantes la diversión era mayor. El objetivo era que unos ocultaban un tesoro en un buen escondite y los demás tenían que encontrarlo. Los tesoros podían ser cualquier tipo de objetos: botones, papeles de colores, piedras o huevos pintados de colores. A menudo se guardaban en una caja para aumentar la emoción del encuentro. Se podían dar pistas con las palabras: ¡Frío, frío! ¡ Te vas a quemar..! ¡Caliente, caliente! Ganaba quien más objetos encontrara.
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