
El turista que no sabía que era turista
Es curioso cómo juzgamos si estamos a un lado o a otro del felpudo
Jon Uriarte
Sábado, 4 de mayo 2024, 01:02
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Jon Uriarte
Sábado, 4 de mayo 2024, 01:02
Le veo tras la pancarta con ojos encendidos y gesto agresivo. Que se vayan, se vayan, se vayan. Es más, que nunca vengan. Ese es ... el lema. Porque es bien sabido que el visitante es un intruso peligroso. Por mucho dinero que deje, no compensa el mal de su huella. Para empezar suben los precios. De todo. Sobre todo de los pisos. Después los del bar de la esquina o de la tienda de abajo. Por eso deben ser vetados. Por eso está tras la pancarta. Hace bien. Con matices, no le quitó razones. Pero no puedo evitar recordar que podrían ponerle una pancarta delante de su casa. Porque hoy es el afectado. El invadido. Pero también es un turista. Y aún no lo sabe.
Puedo escribir un libro, o varios, sobre indignados con el turismo que se olvidan de que sus viajes también son invasivos. Es lo que tiene el ser humano. La gente, la sociedad, la ciudadanía siempre son los otros. Por eso cuando vamos a un lugar atestado nos sale aquello de «no hay quien esté aquí, porque está lleno de turistas». Como si fuéramos ajenos. Estamos allí, pero de otra manera. Quienes molestan son los demás. No hay una explicación al respecto que sea aceptable, pero da igual. Jamás molestamos. Son los demás. Como quien vive sobre un bar y lo denuncia a diario, pero va al del otro barrio y le importa un bledo el ruido que meta. La incomodidad nunca nace de uno, sino del prójimo. Por eso iba ese tipo tras la pancarta y por eso asistimos últimamente a tanto indignado ante la gente que nos visita.
Tantos años de evolución y seguimos siendo aquellos tipos que apedreaban a quienes osaban acercarse a su cueva. No exagero. En los últimos meses más de un ayuntamiento ha puesto aranceles económicos importantes a quienes pretenden visitar su localidad. Porque utilizan, ojo al dato, los servicios del pueblo que han pagado los vecinos. Que dejen pasta, que haya comercios que vivan de ello, que la economía sea circular y que el dinero no cae del cielo es algo superfluo. Para rizar el rizo, otro ayuntamiento ha pedido a sus comercios que hagan algo para revitalizar el pueblo. Y lo dice quien, vía ordenanza municipal, prohíbe aparcar en la localidad a nadie que no sea vecino. No son de aquí y punto. Manda huevos, que diría aquél. Es el mismo discurso que hemos escuchado en lugares de veraneo de antes y ahora. Donde al que llegaba en julio se le miraba con asco. Si eras un chaval podías acabar en el pilón o forrado a sopapos. Esto era muy habitual en los 70 y los 80 porque poca gente salía fuera de España y los de los pueblos y los veraneantes se liaban a tortas. Pero que sigamos igual en 2024 resulta patético. Sobre todo porque es rara la localidad, sea capital o pueblo, que no haya sido invadida anteriormente.
La persona más beligerante que me he encontrado en cierta localidad costera lleva viviendo en ella 10 años. Mis amigos y un servidor vamos allí de veraneo desde hace 50. Pero el tipo, y la tipa porque su mujer es aún más talibán en este tema, consideran que quienes vamos los fines de semana, en Semana Santa o en verano somos unos intrusos. Que paguemos lo mismo o, como en Laredo en su día, una pastizal por la modernización del pueblo en el que cada farola costó como un piso, es lo de menos. Jódase. Quédese en casa. Un consejo interesante si no fuera porque el de la pancarta ha veraneado en un pueblecito de Huesca y ahora le ha dado por viajar con la familia al Nepal, que es bien sabido que están encantados con que esa familia haga lo que se le ponga en el trigémino en su tierra.
Al fin y al cabo es gente concienciada. De la que toma té y dicen chorradas cuando suben a una montaña. Que los precios en el pueblo oscense subieran tanto que los del pueblo no podían pagar el alquiler era asunto baladí. Y que los nepalíes les aguanten porque no queda otra, es algo que no entrará en sus pensamientos. Porque no son turistas. Son viajeros. Gentes que proclaman un mundo sin fronteras donde nadie es de ningún lugar y de todos a la vez. Siempre y cuando, eso sí, no sea el suyo. Pues nada. Perfecto. Echemos a los turistas. Que se vayan a su país. Supongo que será Turististán. O quizá esté en otro planeta. Porque nosotros, lo que es nosotros, nunca hemos sido turistas. Faltaría más. Somos amables visitantes. Seamos serios. Una cosa es gestionar el turismo y otra ser paleto. Por cierto, quien sube los precios no es el ayuntamiento sino los vecinos. Esos que alquilan a precios indecentes o aumentan los precios de todo. Igual la pancarta hay que enfocarla hacia otro lado. Pero claro, siempre fue más fácil culpar al visitante.
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