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«Nunca enseñaré mi DNI», exclama, ante la insistencia de su nuevo compañero de trabajo. Han puesto un control de acceso en la empresa, un ... torno y una persona de seguridad. Lo que era una amenaza es ya una realidad. Para entrar debes mostrar el DNI, hasta que les entreguen las tarjetas de empresa. Pero se niega. Ni un equipo de antidisturbios podría lograr que mostrara su carnet. La pregunta es por qué no lo quiere enseñar. Y no es un caso aislado. Hay hordas de irreductibles que, por tres motivos, preferirían ser quemados vivos antes que mostrar su DNI. Y eso es así desde que apareció ese documento y sigue siendo igual, ahora que es digital.
Siempre he admirado a la gente que llega antes que el resto a los cambios tecnológicos. Viven dos pasos por delante del resto de la humanidad. Un servidor creía, como muchos, que lo del ordenador y lo del teléfono móvil era cosa de cuatro modernos. Y me la comí. A finales de los 80 me tocó manejar ordenadores en el trabajo y en 1996 llegó a mi vida el primer móvil personal. Desde entonces nada fue igual. Para bien y para mal. Una circunstancia que ha vivido casi toda la humanidad. Por eso, cuando esta semana entraba en vigor el DNI digital, sabía que ya habría gente con él en sus manos. Pero luego estamos el resto. Llegamos siempre tarde y mal a los cambios y novedades. Usamos un móvil casposo y el ordenador que utilizamos conoció personalmente a Bill Gates y a Paul Allen, cuando estaban creando Microsoft en un garaje. Ayer se cumplieron 50 años de aquella efeméride. Aunque hay una tercera tribu. La de quienes jamás mostrarán su documento nacional de identidad. Seguro que conocen a gente así. Son, resumiendo, tres tipos de grupos. Los de fecha, los de nombre y los de foto.
Primer grupo: He tenido tres compañeras y un compañero de trabajo que, aún hoy, jamás han mostrado su DNI, pese a las muchas ocasiones posibles. A tal punto llega la cosa, y no hace tanto tiempo, que una de ellas prefirió no entrar en un evento de postín, que deseaba asistir, antes que mostrar el infame documento. Y todo por su fecha de nacimiento. Obviamente al responsable de seguridad le importaba un bledo el día en que vino a este mundo. Pero ella temía que alguno de los presentes lo viera de refilón. Lo mismo viví con un compañero una noche de esas absurdas en las que acabas en un bingo, cuando jamás has frecuentado uno. Simuló no tenerlo encima para no entrar. Y todo para evitar que viéramos su edad. El colmo lo viví con una vecina del barrio que en unas elecciones descubrió que el presidente de la mesa era su vecino y tenía que darle el DNI antes de votar. Se dio la vuelta y se largó, con la excusa de que le habían llamado por una urgencia. Y no son casos aislados. Ese año que figura en el carnet provoca sarpullido a cierta gente. Y seguirá igual con el digital. De hecho también aparece en el primer pantallazo, junto al nombre y apellidos. Así que el drama no acaba.
Segundo grupo: Le llaman Paco, pero fue inscrito como Agapito Margarito Francisco. Y lo lleva en secreto, como las hemorroides. Hasta que un día le piden el DNI y se acaba enterando todo dios. Es una de las pesadillas habituales. Sabemos que siempre hay alguien deseando descubrir una tontuna así, que tampoco es un drama pero incomoda, para hacer gracieta y daño. Total que cambiará el formato, pero el nombre completo seguirá igual. Sabemos que se puede cambiar. Pero lleva su tiempo y su gestión. Así que es más fácil llevarlo en secreto.
Tercer grupo: Creo que no conozco a nadie, repito, a nadie que esté feliz con su fotografía del DNI. Lo que no deja de resultar una paradoja. Vamos a cargar con ella durante años, pero nos la sacamos en un fotomatón o en la propia comisaría. De ahí el absurdo de la queja. También está quien se parece a la foto como un huevo a una castaña. Aquí hay dos subgrupos. Quien tiene pinta de asesino en serie porque le pillaron la peor imagen y quien lleva una foto de cuando tenía veinte años, aunque cumpla mañana ochenta. Ojo que no exagero.
Por eso da igual que cambiemos el formato. Los miedos y secretos seguirán enquistados en ese documento que sirve para identificarnos aunque haya quien no tenga la más mínima intención de mostrarlo ni a la madre que lo parió.
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