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No es una y son todas. Incluso las que no están. La mejor prueba del Grand Prix estuvo allí y algunos no la vieron. Ni antes, ni esa noche. Debo confesar que juego con ventaja. Y no soy objetivo. El protagonista es amigo y el ... programa parte de mi ayer. Fui un verano guionista del mítico concurso y Ramontxu es como un hermano. Imaginen, por tanto, mi alegría ante su éxito en este regreso. Dice el tango que 20 años no es nada, pero 18 ha sido una eternidad. Y todo porque los nuevos ideólogos de la televisión creían que era un formato viejo y desfasado. En todas las cadenas, ojo. Resultaba más fácil, seguro y barato montar una tertulia con gente hablando a gritos que recuperar un programa familiar. La excusa era simple. Los niños no ven la televisión y los jóvenes aún menos. Cierto. Pero quizá fue antes la gallina que el huevo. No les ofrecíamos nada que les hiciera levantar la vista de la maquinita o el móvil. Total que, cuando nadie lo esperaba, regresa aquella plaza de pueblo logrando un dato que se estudiará en las universidades. La patata caliente ha explotado en la cara de tanto listo que había enterrado ciertos formatos. Por eso mi alegría. Por eso y por ver la mejor de sus pruebas.
No deja de tener su aquél que el día en que la resaca electoral subrayaba lo enfrentados que estamos, por la noche asistiéramos otro enfrentamiento. El más divertido y sano posible entre dos pueblos . Cada cual con sus cosas, pero no tan diferentes. Está bien que en los tiempos de la España vaciada a base de ostracismo, la televisión, sobre todo la pública, regrese a ellos. Y, lo que son las cosas, le ha supuesto un dato de audiencia histórico y brutal. Siempre digo que la nostalgia es dama mentirosa. Pero aquí la única mentira sería creer que todo es nostalgia.
La vaquilla ni estuvo ni estará, por aquello de las leyes en materia de trato animal. Pero bastó su versión de trapo para calmar la sed de añoranza. Es cierto que hubo lágrimas. Michelle Calvó y uno de los concursantes comentaron emocionados que de ver el concurso con sus abuelos habían pasado a formar parte de él. Ese 24 de julio de 2023 se sintieron las sillas vacías. Las ausencias de quienes estaban antaño a nuestro lado y ya no están. A cambio había otros ojos nuevos. Tantos, que se recuperó el sonido de las noches en que las ventanas dejaban salir el sonido de la televisión, para competir con las cigarras más zalameras. Esa noche la hija miraba sorprendida a su padre que le contaba detalles de cada prueba. Pero ya digo que, y los datos por edades lo confirman, se demostró que hay otras opciones.
Que no todo debe ser de una forma y manera. Y que los de ahora no somos más listos que los de antes. Lo que incluye a la televisión. Hubo un tiempo en que disfrutábamos viendo programas sin insultos, debates encendidos, asuntos turbios o planteamientos agresivos. Sea hablando de política, de deportes o de braguetas. El lunes compitieron dos pueblos. Alfacar y Colmenarejo. Y nos importó un bledo la ideología de sus alcaldes. Curiosamente eran de los dos partidos que pretenden llegar a la Moncloa. Pero nos dio igual. Por que hasta la crispación acaba cansando.
Este próximo lunes, supongo, las otras cadenas se pondrán las pilas y programarán películas de éxito y formatos potentes. La guerra por la audiencia. Y Ramontxu y compañía tendrán que lidiar con lo que tienen. Están acostumbrados. Me cuentan que el parto no ha sido fácil. Suponía un volver a empezar casi de cero. Pocas de las personas que hicieron posible el Grand Prix, cuando todavía no tenía ese nombre, siguen en activo. Han pasado muchos veranos desde aquél de 1995. «Cuando calienta el sol» fue uno de los muchos formatos que buscaban hueco en la televisión. Y sobrevivió.
Cambió su nombre, el traje de capitán de yate que llevaba el presentador, parte del formato y lo presentó al verano siguiente en medio de un escenario que recordaba a la plaza de un pueblo. Arrancaba así una leyenda de la pequeña pantalla. Arrasó, pero un día la enterraron sin preguntar si seguía viva. Lo estaba. Y lo demostró en su regreso. Leo y escucho comentarios sobre cuál es la prueba que más gusta o la qué se echa de menos por aquello de los derechos o las leyes vigentes. Pero hay algo que vimos esa noche y que sigue siendo lo más importante. No hay nada más simple y hermoso que ver un programa de entretenimiento de los que ya no se estilan. No es volver al ayer. Ni nostalgia. Es simple y llanamente que el Grand Prix es un gran programa. Y esa es, sin duda, la mejor de sus pruebas.
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