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Revuelve las tripas. Pero hay que ver el vídeo de la cobarde y denigrante agresión a Antonio. El alumno con parálisis cerebral del Instituto Torres ... Quevedo de Santander. Pongo el nombre del centro y no añado el de los agresores porque los desconozco. Merecerían que supiésemos quiénes son. No me vale que tengan entre 16 y 17 años. A esa edad sabes lo que está bien y mal. Y, sobre todo, lo que es cruel. Toda agresión y acoso merecen condena y, si lo permite la ley, una pena. Pero hasta los abusones saben que, hasta para su limitado decálogo, existen límites. Por eso nos preguntamos qué tienen esos chavales en la cabeza para creer que es una gracia digna de ser contada. Como ha dicho el juez Calatayud: «A quienes hacen algo así, les pongo una pena por lo que han hecho y también por ser tan tontos como para grabarlo».
Les decía que el visionado te deja mal cuerpo. Pero hay otra cosa que ha impulsado estas líneas. La perplejidad al escuchar comentar a la madre de la víctima que la responsable del centro, con mucha amabilidad eso sí, le dijo que no debería haber difundido las imágenes, porque «vulneran los derechos de los menores que aparecen». Es decir, de los matones. Con un par. Recordemos que la progenitora se enteró de la grabación tras ser descubierta por las hermanas mayores de su hijo, porque los maltratadores las habían subido a las redes para echar unas risas. Llegados aquí vuelvan a recordar las palabras de la responsable del centro y díganme si no es para mear y no echar gota. Pues ese es el nivel. Por eso no es de extrañar que todo lo que hayan hecho hasta ahora en el Instituto sea echar a los agresores del colegio la barbaridad de 5 días. Siendo grave, no debería marcar de por vida a los pobrecitos. Lo de la víctima teniendo que compartir colegio con ellos el resto del curso lo dejamos para otra ocasión. En concreto para cuando se apaguen las cámaras y los medios miremos hacia otro asunto. Que es lo que va a pasar. Por no hablar de los políticos que aprovechan para meter mierda y culpar al rival, sea por mandar en esa tierra o por estar en el ministerio.
En la quedada habitual de la cuadrilla de los jueves hablamos del caso. Había quien tenía hijos y quien no. Se habló de que algo falla, de se está perdiendo el respeto y del resto de los clásicos argumentos. Hubo matices y diferencias, sobre todo por parte de quienes se sentían señalados por tener hijos. Ni todas las familias son iguales ni los chavales se comportan de igual forma. Hermanos criados en la misma casa pueden ser polos opuestos. Y en eso tienen razón. Lo sucedido en ese instituto con Antonio es culpa de todos. Para empezar, y por supuesto, de los agresores. Después de quienes han pasado el vídeo en lugar de denunciarlo. A lo que seguiría ese profesorado que, curiosamente, nunca se entera. Ni en los 70, cuando un servidor entró en el colegio, ni ahora. Por eso también es culpa de los políticos que han creado rimbombantes leyes en lugar de lógicas soluciones. Lo que me lleva a toda la sociedad. Que no es una señora, sino usted y yo. Hemos pasado de permitir que el profesor te calzara un sopapo, a tener entre algodones al nene. Y luego crece y con 17 años tiene el cerebro de un bebé consentido. El milagro es que la mayoría salga bien. Pero algunos no.
Desde la noche de los tiempos hay gente con veneno en las venas. Todos hemos tenido 17 años y ni se nos pasó por la cabeza hacer algo así. Ellos lo hicieron. El tiempo pasa, pero quien lleva esa bilis dentro la mantiene de por vida. Ahora dirán las familias de los agresores que su hijo es un santo, que lo obligaron los otros. No lo dudo. Todo maltratador tiene palmeros, sea por miedo o por estar en la cuadrilla equivocada. Y, si me apuran, alguno dirá que el compañero con parálisis cerebral les miraba con mala cara y una cosa llevó a la otra. Hasta el mayor sádico busca excusas. Pero no valen. Alguno quizá se arrepienta y cambie. Ojalá. Pero el resto seguirá con ese veneno. La cárcel está llena de gente así. Y fuera de ella más de lo que imaginamos. Lo que nos lleva al principio. Revuelve las entrañas ver a unos adolescentes pegando sopapos y collejas a un indefenso chaval con discapacidad. No entendemos cómo pueden hacer algo así. Por eso buscamos razones y culpables. Hay de los primeros y también de los segundos. Pero no olviden algo. La maldad existe, seguirá existiendo y no tiene edad.
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