Esa tarde comprendí su mirada. No era triste, sino cansada. Y a la vez alerta. Como de alguien que, sin parpadear, hace guardia noche y ... día.-Mi hijo es esquizofrénico-me susurró con una mezcla de desahogo y vergüenza. Eran otros tiempos. Pero no hace tanto. Ya por entonces lo políticamente correcto y el buenismo idiota se había apoderado de nosotros. La palabra loco estaba vetada. Incluidos los chistes al respecto. Y los manicomios eran cosa del oscuro pasado. Habíamos pasado al todo el mundo es «güeno» que decía Summers. Como mucho se podía, y se puede, citar el término «enfermedades mentales». Pero como quien dice que le ha salido un sarpullido. No sea que alguien se ofenda. Y de esos postureos son estas consecuencias. No estamos actuando bien con las personas que tienen graves problemas mentales. Esta semana ha sido el mejor y más triste ejemplo. Dos mentes enfermas han provocado un asesinato y dos apuñalamientos. Pero hasta que no sean miles no se hará nada. Como en todo, vamos tarde.
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Es falso que no haya manicomios en España. Los hay. Pero no son, ni de lejos, como los de antes y la estancia media del paciente es de 30 días. De lo primero nos alegramos. De lo segundo no. Porque hay enfermos puntuales y enfermos crónicos. La mujer con la que empezaba estas líneas sabía lo que era tener en casa a un esquizofrenico con brotes tan graves que peligraba la integridad de su hijo y la de los que le rodeaban. En su caso se medicaba. Pero no siempre es así. De hecho la mitad no lo hace. Unos por despiste o falta de autocontrol. Otros porque tardan en hacer efecto y los desprecian. Pero muchos, demasiados, por los efectos secundarios. Son conscientes de que se quedan en un estado plano cercano a tener el cerebro a medio gas, por no decir calcinado. Y que no estén en sus cabales no quiere decir que sean tontos. Todo lo contrario. En los márgenes de la locura hay mucha inteligencia. Intentar engañarlos es un error. Y convencerlos un reto brutal. He ahí el problema. Porque no es casualidad que asistamos a cada vez más casos de asesinatos o agresiones propias de gente con problemas mentales. O se toma un camino diferente o el actual nos lleva al desastre.
La Confederación de Salud Mental quiere cambiar el artículo 763 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y que las personas puedan decidir cómo quieren ser tratadas en un entorno sanitario, de atención y de cuidados. España firmó, en 2008, la Convención sobre Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, que es vinculante para todos los Estados firmantes. Pero aquí seguimos con prácticas que van contra los preceptos recogidos en la Convención. Eso es lo que hay. Otra cosa es qué se puede hacer. Todos tenemos claro que un depredador sexual debería estar encerrado de por vida. Dado que, a fecha de hoy, no hay solución psiquiátrica para ello. O un psicópata asesino en serie. Pero de los otros casos no se habla. De gente que acaba matando a su pareja o acuchillando a sus padres, tras tirarse con el coche al vacío. No es nuestro problema. Que se lo coman y gestionen las familias a las que les ha tocado el marrón. Tanto estado del bienestar y progreso para que la locura se sufra como las hemorroides. En silencio. Y en casa. Para no molestar al resto y para que nuestra conciencia quede impoluta. Ya no se encierra a nadie porque eso está muy feo y suena a cosa del pasado. Ahora somos guays.
Desde niño me ha interesado la psiquis humana. La frontera entre lo que llamamos ser normal y estar loco. Sigo sin verla. Creo que los renglones torcidos de los que hablaba Torcuato Luca de Tena permanecen demasiado difusos. Tanto, que hay quien ha caído en lo fácil. Dejar el problema y la decisión a la persona que lo padece y a su familia y entorno. Lo de lavarse las manos como Pilatos. Tal cual. Tengo amigos psiquiatras y amigos con enfermedades mentales graves. Incluido un esquizofrenico, politoxicómano desde hace décadas, que cree que Pedro Sánchez, la Reina Leticia y Urkullu, no sabe que ahora está Pradales, pueden sacarle de Zamudio. Nos vemos cada cierto tiempo, cuando está medicado. Y entonces asoma la persona que fue. Pero no es el mismo. Aquella persona nunca volverá. Solo espero que no se haga daño a sí mismo, ni a los demás. Porque poco más puedo hacer. Al fin y al cabo pertenezco a esa mierda de sociedad que se cree correcta y justa pero que, hace ya demasiado tiempo, mira para otro lado y le da la espalda.
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