

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
«¡Han atracado a una señora!». El grito de su mujer le hizo girar la cabeza cuando el ladrón doblaba la esquina. Unos viandantes se ... acercaron a la mujer, que yacía en el suelo, y él salió tras el delincuente. No iba solo. Una horda corría a su lado. Incluido su primo que pasaba por allí y no dudó en unirse. Pero la carrera se alargó y el grupo se convirtió en dúo. Solo quedaban los dos primos. Nunca mejor dicho. El tipo, al verlos, se acercó a una parada de taxis con la intención de subirse a uno. Para impedirlo se colocaron delante y explicaron al taxista que el individuo acababa de robar a una anciana. Les tocó el taxista impresentable. No solo se lavó las manos. Les acusó de querer meterle en «su pelea». Perplejos insistieron en que llamara a la emisora reclamando la presencia de la policía. Nada más. Como quien oye llover. Arrancó y se largo. Y allí se quedaron con el ladrón que les soltó. «Tengo cuchillo y os voy a matar».
Era alto, fuerte y extranjero. No ahondaremos en este último detalle, ya que en este caso es lo de menos. O no. Porque, ante la amenaza y viendo que la policía no llegaba, forcejearon y cayeron al suelo. La gente pasaba. La mayoría se limitaba a mirar. Algunos preguntaron qué pasaba. Y al explicar desde el suelo, agarrando al tipo que había atracado a una señora, más de un viandante decía «¿Qué va a hacer si no tiene trabajo?». Si eso no bastaba para minar la moral, más de un paseante les llamó racistas por tener a aquél hombre en el suelo. Por suerte aparecieron unos txikiteros. «¿Qué pasa chavales?». Como sabios poteadores que eran les recordaron que, de venir la policía, el chorizo entraría por una puerta y saldría por la otra. Así que sugirieron registrarlo. En efecto tenía una cartera de mujer y un cuchillo. Tras tirar el arma por una alcantarilla y con la cartera a buen recaudo les pidieron que lo dejaran marchar. Lo hicieron. Aquí ponemos punto y aparte porque quiero explicar la razón de contarles esta historia. Y es lo sucedido con Antonio Barrul. El boxeador que ocupa titulares tras liarse a puñetazos con otro hombre que agredía verbalmente a su pareja, con amenazas inquietantes y, en su agresividad, golpeó a una niña. Daño colateral, dirá él. Y su abogado. El resto ya lo saben. Incluido que el acusado, denunciado por su pareja, quiere llevar a juicio al boxeador. Pero lo que cabrea no es solo eso, sino escuchar a los adalides de la corrección absoluta.
Nada de dar un guantazo cuando lo suyo es llamar a la seguridad del cine y, si no hay o no viene, reclamar la presencia de la policía mientras la película sigue. No sea que el nene se pierda detalle y luego pille trauma. Obviamente ver a dos adultos a puñetazos es inaceptable. Pero pasó lo que pasó. Y aquí aparecen los correctos. Escucho a tertulianos, y a gente en la calle, que ponen a caldo al joven boxeador. Dónde se ha visto que alguien pegue puñetazos a un maltratador, presunto habrá que decir, pudiendo recomendarle un libro de Paulo Coelho o uno de autoayuda tipo «Cómo ir al cine con tu familia sin amenazarla». De verdad que me sorprende tal templanza. Curiosamente es gente que jamás se ha visto en una de esas. Por eso cree que al violento se le calma con frases de Gandhi y palmaditas en la espalda. Y que si al final el tipo le infla la cara a su pareja es porque la policía y papá Estado no han funcionado. Porque lo normal es que, si pasa algo, todos seamos espectadores y venga la autoridad competente. Y si no es así, pues será una pena el fatal desenlace, pero a nosotros que nos registren. Somos modernos, legales y demócratas. Curioso. He conocido a gente así hasta que lo han sentido en sus carnes. Entonces se olvidaban de lo correcto. Sin ir más lejos, recuerdo a una de las personas que acusó a aquellos dos primos de ser agresivos con el pobre ladrón que simplemente robaba a una señora mayor. Siete años más tarde hicieron lo mismo con su madre y pidió la cabeza del carterista por robarla y tirarla al suelo. Por eso recuerdo a aquellos primos, y eso que su fuerza no fue tanta como la del boxeador, que detuvieron al ladrón que había robado a una anciana con un cuchillo. Lo que me lleva al final de la historia.
Regresaron al lugar del robo. La señora ya no estaba. Pero su carnicero, que pasaba por allí, se encargó de que la cartera con el dinero llegara hasta ella. Con el asunto resuelto los primos se fueron pensando si de verdad había merecido la pena. Gran pregunta. Porque hay gente que cree que todo se arregla hablando. Y si no es así no es culpa del malo, sino del bueno. Por eso los primos tienen dos cosas claras. Y eso que han pasado treinta años. Una, que ni entonces ni ahora merece la pena meterse en una pelea o en un robo. Y dos, que pese a todo, lo seguirán haciendo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.