
El hombre de los balones de Nivea
Hubo un tiempo en que la publicidad caía del cielo con aroma a verano
Jon Uriarte
Sábado, 25 de febrero 2023, 00:14
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Jon Uriarte
Sábado, 25 de febrero 2023, 00:14
«Dice la gente que somo idiota. Porque vamo a la playa pa cogé una pelota. Dice la gente que somos carajote, porque vemo una ... avioneta y no ponemo a dar bote». Lo cantan Mojinos Escocíos porque son de aquella generación que, en lugar de mirar a una pantalla, miraban al cielo. Y todo por una pelota que formaba parte de una de las campañas más grandiosas jamás creadas. Todo empezó, entrados los 50, en Alemania. Pero como tantas cosas llegó por estos lares en la década de los 70. Primero en furgonetas y con reparto a pie de playa. Lo hacían con la pelota deshinchada y metida en una bolsa. Al menos eso recordamos algunos. Pero un día, nadie tiene claro el momento, se lanzó desde un helicóptero. Eso lo sabemos todos. Pero hoy voy a presentarles al hombre que lanzaba aquellos balones. Se llama Luis y esta es su historia.
Luis Pardo era un universitario en los años 80. Un jerezano cuyo padre, piloto entre otras cosas de helicópteros, buscaba un trabajo para su hijo. Y coincidió que una campaña publicitaria necesitaba de sus servicios. Jamás imaginó de que iba a tratarse. O sí. Porque en los 80 todo era posible. Total que la famosa marca Nívea contrató a su padre y organizó esa acción publicitaria. La cosa consistía en inflar balones y tirarlos desde el cielo sobre las playas del sur y el levante de la costa española. No era fácil. Luis recuerda que el helicóptero era para cinco pasajeros. Inflar los balones uno a uno durante el vuelo no resultaba operativo. Así que optaron por hinchar y colocar las famosas pelotas en la parte trasera de la nave con una malla que las separara del piloto. Allí se situaba Luis. Enganchado para no caerse y con la puerta abierta dispuesto a lanzar las deseadas esferas azules. Había que evitar, eso sí, que el balón golpeara el rotor de cola. Tuvieron más de un susto, porque la explosión agitaba el helicóptero de forma peligrosa. Así, y pese a todo, lograron lanzar miles. La cifra del verano del 85 no está clara. Tenían 30.000. Pero no todos llegaron desde el cielo. Porque Luis y su padre no lograron esquivar el éxito del balón.
Al llegar al aeropuerto para despegar se encontraban con hordas de empleados reclamando una de las famosas bolas azules. Y lo mismo sucedía en los hoteles donde se hospedaban. Pero la mayoría se lanzaron desde el cielo. A veces a lugares insospechados. Como cuando pasaron junto a un hotel situado en un acantilado y se colocaron a la altura de la azotea. Clientes y empleados clamaban por los balones lanzaba Luis a una distancia tan corta que era como pasarla de mano a mano. Otro caso curioso se daba al evitar sobrevolar zonas militares de Cádiz y Cartagena. Les obligaban a ir por el interior y el padre de Luis se paraba sobre la piscina de una urbanización o de una casa particular y le pedía al hijo que lanzara un puñado de balones. Había tortas para pillarlos. Como en las playas. Quienes vivimos aquellos años sabemos que hubo gente capaz de nadar hasta Ibiza para intentar hacerse con uno. Fueron muchos los sustos o percances de personas dispuestas a todo por ellos. Puede que por eso, y por las leyes referidas a la publicidad, 1985 fue la última vez que se vio al helicóptero de Nivea. Lo que no impidió que siguiera volando en nuestra nostalgia. Esta misma semana he preguntado a amigos y a cercanos al respecto. Todos juran y perjuran haberlo visto antes y después de aquel año. Lo curioso es que casi nadie conserva los balones.
Luis tampoco tiene claro si, a fecha de hoy, guarda alguno. Sabe que se quedó con un puñado. Pero fue hace mucho tiempo. Tenía 22 años y ahora está jubilado. Tampoco ha hablado de ello hasta hoy. De hecho sus hijos se acaban de enterar, por esta entrevista, de que su padre lanzaba unos balones de goma hinchados mientras su abuelo sobrevolaba las atestadas playas de los veranos del ayer. No saben que hubo una campaña. Ni lo que supuso para la marca. Pero estaría bien que les contaran lo que significó para aquella generación que entonces miraba hacia el cielo. Como dicen los Mojinos, «veíamo una avioneta y no poníamo a dar bote». Bendita inocencia.
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