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Hay una mini comunidad en el gran azul del Pacífico para la que el color es solo una palabra hueca. En Pingelap, un atolón de coral situado a 2.320 kilómetros al noreste de Papúa Nueva Guinea (como de Madrid a Edimburgo), entre la islas ... Marianas del Norte y las Marshall, el 30% de sus 250 habitantes no percibe el azul turquesa de sus aguas, el verde lima de su vegetación tropical, ni el estallido de rojos, cetrinos y malvas de los atardeceres. Padecen acromatopsia, también conocida como daltonismo total.
Esta extraña enfermedad congénita causa ceguera al color e hipersensibilidad a la luz. En todo el mundo, tan solo una de cada 30.000 personas la padece. En Pingelap, sin embargo, la prevalencia es mucho mayor. Afecta a uno de cada diez. No hay otro lugar en la Tierra con mayor proporción de daltónicos.
Minúsculo Situado a 4.565 kilómetros de Sydney, Pingelap es parte de un atolón que pertenece a Pohnpei, uno de los cuatro estados que constituyen los Estados Federados de Micronesia.
1,8 Son los kilómetros cuadrados que mide el atolón, formado por tres islas –Sukoru, Daekae y Pingelap (la única habitada)–, cuando la marea está alta. Su superficie se amplía a 4 km2 cuando baja.
Ocupación de Japón En 1914, recién iniciada la I Guerra Mundial, el país nipón instaló una base de abastecimiento en Pingelap (entonces 1.000 habitantes) que resultaría atacada por los aliados. Las tropas extranjeras extendieron varias enfermedades contagiosas que mermaron su tasa de fertilidad.
El origen de esta rareza es, en buena medida, climatológico y se remonta a finales del siglo XVIII. En concreto, a 1775, cuando un devastador tifón bautizado como Liengkieki barrió el sistema de arrecifes al que pertenece Pingelap y mató a prácticamente toda su población. Únicamente sobrevivieron a la catástrofe una veintena de isleños. Entre ellos, Nahnmwarki Mwanenised, el gobernante del atolón, quien padecía el trastorno genético. Al comprobar que la mayoría de sus súbditos habían sucumbido al desastre natural, el propio rey indígena participó activamente en la repoblación de Pingelap. Lo hizo con éxito, pero muchos de sus descendientes heredaron su patología –una mutación del cromosoma ocho, causante de la acromatopsia–, que ha sido transmitida de generación en generación.
Cuando Sanne De Wilde (Amberes, Bélgica, 1987) conoció esta historia, su cámara se inquietó de inmediato. «Quería acercarme a su manera única de ver el mundo», explica esta fotógrafa belga, que ha ganado varios premios por retratar a personas que perciben la realidad de forma distinta, o bien que son percibidos como seres diferentes, y plasmarlo en varias series, como la del albinismo en Samoa o la del enanismo en China. Llegar hasta el corazón de Micronesia le costó cuatro aviones –el último de los cuales, de solo cuatro plazas, aterrizó en la precaria pista de Pingelap–; ver a través de los ojos mermados de sus habitantes, bastante más. «Cuando no puedes ver el color, el concepto no significa nada. La mayoría de las personas descubren que son daltónicos cuando se ponen por primera vez a pintar o dibujar. Pensé que un buen modo de tratar de averiguar cómo son las imágenes perciben era precisamente ese. Así que improvisé unos talleres», relata.
El uso que hicieron de sus acuarelas los locales y sus propios testimonios –algunos le contaron que podían ver ligeras variaciones de algunos colores, como el rojo o el azul– le pusieron sobre la pista. La introducción en su equipo de infrarrojos y de lentes que le ayudaron a distorsionar y silenciar ciertos tonos, le permitió sumergirse en el mundo daltónico. Una de las fotos más emblemáticas de la serie la tomó cuando regresaba junto a varios isleños de pasar el día en Dake, la ínsula más pequeña. El resultado es de una belleza onírica, romántica y también inquietante.
«Mirándola ahora, desde casa, no puedo evitar comparar la escena con las de los refugiados, que llenan los informativos. Esa bien podría ser la realidad para Pingelap en un futuro no muy lejano. Será uno de los primeros lugares en desaparecer si los niveles del mar continúan aumentando a este ritmo. Ellos pagará n el pato por la forma en que vivimos en Occidente», señala De Wilde.
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