![Los incendios en Zamora arruinan el turismo del lobo y negocios rurales](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/26/media/cortadas/zamora26-kcsH-U170539159230OsG-1248x770@El%20Correo.jpg)
![Los incendios en Zamora arruinan el turismo del lobo y negocios rurales](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/26/media/cortadas/zamora26-kcsH-U170539159230OsG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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En los últimos días, los servicios de emergencia han luchado contra las llamas en distintos puntos de Cataluña, Aragón, Navarra, Andalucía y Castilla y León. Solamente en la Sierra de la Culebra (Zamora), un enclave medioambiental que forma parte de la reserva de la biosfera ... Meseta Ibérica, más de 30.000 hectáreas de bosque han quedado reducidas a cenizas, y más de 1.250 personas han sido desalojadas de sus casas. En Málaga han ardido 5.000 hectáreas y en Cataluña 4.000. Todo ello en vísperas del verano, la estación en la que se acumula el grueso de los incendios forestales.
La Agencia Estatal de Meteorología ha confirmado que las altas temperaturas de junio son las más altas desde que hay registros, y pronostica una época estival seca y calurosa (0,5 grados centígrados más de lo normal), la tormenta perfecta para que se desate un fuego, sea por causas naturales o intencionadas. La media de la última década se sitúa en 1.800 incendios y 26.000 hectáreas quemadas al año, pero esta última cifra ya se ha superado en el ecuador del año 2022.
Sandra Saura
Investigadora del CREAF
Si bien el fuego puede devorar un bosque en dos días, estos parajes naturales pueden tardar entre 5 y 200 años en recuperarse. O incluso más, dadas las condiciones actuales del cambio climático, una de las causas del aumento de los grandes incendios. «Desde 2020, se habla de 'incendios de sexta generación' para referirnos a los producidos, en parte, por el cambio climático. Estos se caracterizan por una evolución difícil de predecir y el colapso del sistema de extinción», explica Sandra Saura Mas, investigadora del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). «Las causas naturales representan solo el 10%, frente al 90% de incendios que ocurren por la intervención humana, sea por negligencias o por voluntad», añade Serafín González, investigador de la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC). Por ejemplo, el incendio de la Sierra de la Culebra se originó por los rayos de una tormenta seca, pero se agravó por la deficiente gestión del bosque.
A nivel social, los incendios dañan la salud pública, tanto físicamente, por la liberación de sustancias tóxicas y cancerígenas que tiene lugar cuando la combustión del bosque es incompleta; como psicológicamente, por la pérdida de fuentes de trabajo y la desaparición del entorno que envuelve la vida cotidiana. «Cualquier pérdida, incluso si es por motivos materiales, como la casa o el paisaje que uno está acostumbrado a ver, implica un duelo. La devastación tras un incendio puede suponer una crisis importante caracterizada por el miedo, la ansiedad y la incertidumbre», declara Helena Pascual, psicóloga integrante del Grupo de Trabajo de Urgencias, Emergencias y Catástrofes del Colegio de la Psicología de Madrid.
Serafín González
Investigador científico del CSIC
Asimismo, el fuego destruye propiedades públicas y privadas (casas, naves, empresas...) y perjudica la economía del territorio, al afectar directamente a la productividad del sector primario y el ecoturismo. La observación del lobo en libertad en la Sierra de la Culebra, por ejemplo, atrae a más de 3.000 turistas al año, con una permanencia media de cinco días en las zonas de observación y un gasto aproximado de entre 38 y 65 euros por persona y día, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, unos beneficios que el paisaje calcinado pone en peligro.
Arruinadas han quedado también, al menos, un millar de las 5.000 colmenas de cuya miel viven unas 100 familias de la zona. Y donde antes abundaban hongos como el boletus edulis y el boletus pinícola, que contribuyen a la riqueza micológica del territorio, ahora solo hay cenizas. El agravante es que algunas de estas especies tardan hasta 50 o 60 años en reaparecer.
El suelo es la víctima más crítica de los incendios, al ser la base de todos los ecosistemas terrestres. El fuego afecta a sus propiedades y a su productividad, lo que favorece la erosión, la pérdida de nutrientes y la alteración de la vegetación. «Un centímetro de suelo quemado puede tardar entre 100 y 200 años en recuperarse. Además, la capa que se pierde, que es la más superficial, es la más valiosa y fértil. Por eso, si los daños son importantes, hay que evitar que se agraven por la erosión», cuenta González.
La flora, por su parte, responde al fuego dependiendo de las habilidades de cada especie para tolerarlo y de los mecanismos de regeneración que posea. «Por ejemplo, las especies rebrotadoras (encina, enebro, eucalipto...) son capaces de crecer rápidamente después de arder. Otras pueden germinar porque el fuego no afecta a sus semillas. Las que se mueren y no vuelven a reaparecer es porque no tienen ninguna de estas estrategias», cuenta la especialista del CREAF.
En cuanto a la fauna, los animales más afectados por los incendios son los anfibios y los reptiles, especies con más problemas para huir con celeridad, según Saura. Aves y grandes mamíferos tienen más facilidades para eludir un fuego, mientras que las hormigas son capaces de enterrarse para capear los estragos en superficie.
Helena Pascual
Psicóloga
Tras sofocar el fuego, la prioridad es hacer una evaluación de daños, dado que un mismo incendio afecta de forma distinta a cada zona dependiendo de aspectos como la densidad y tipología vegetal o la orografía de terreno. Esto permitirá priorizar las zonas de intervención y adoptar las medidas más adecuadas para cada ecosistema. «El daño producido no suele ser homogéneo. Algunos incendios son rápidos y queman mucha superficie, pero poco el suelo. En otros casos, el follaje se chamusca pero no se consume y, al caer al suelo, crea una 'manta' que protege el terreno frente a la lluvia. Ambos escenarios permiten al bosque regenerarse más fácilmente sin necesidad de intervención humana», declara González. Si fuera necesario, algunas acciones son la colocación de una capa de paja, a modo de 'manta' artificial del suelo, la reintroducción o reforestación de especies o la retirada de árboles muertos en pie.
«Si los objetivos de gestión acordados implican un cambio de uso del suelo, como podría ser empezar actividades agrícolas o ganaderas debido a necesidades socio-económicas locales, entonces las acciones serán más transformativas y no velarán tanto por la recuperación de la vegetación anterior, sino por un nuevo ecosistema de acuerdo con los objetivos», dice Saura.
Al tiempo, también comenzarán procesos de colonización por parte de la fauna. Por ejemplo, varios estudios han comprobado que después de un incendio aparecen especies de pájaros inexistentes previamente en esa zona.
La clave está en la prevención. «Es más barato eso que ir todos los veranos a apagar incendios», sentencia González. «Lo recomendable es aproximarse a un modelo en mosaico en el que se mezclen distintas especies de vegetación y una ganadería en extensivo que genere 'parches' y rompa la continuidad del paisaje. Lo que no funcionará son las planificaciones tradicionales de miles de hectáreas plantadas de especies de rápido crecimiento pero muy inflamables, como los pinos o los eucaliptos».
Tanto él como Saura apuntan, además, a la necesidad de una mayor educación ambiental, dirigida a niños y adultos por igual. «La última campaña de concienciación pública en toda España fue la de 'Todos contra el fuego', hace 32 años», lamenta González.
de los incendios ocurren por la intervención humana, sea por negligencias o por voluntad. La media de la última década es de 1.800 fuegos al año.
Aunque sean seres inertes, las rocas también se ven afectadas por la acción del fuego. «Por ejemplo, se han dado casos de petroglifos (diseños simbólicos grabado en roca de épocas prehistóricas) que, por el choque de temperatura al pasar el fuego, se han descascarillado en su superficie, haciendo que desaparezcan los grabados. Como consecuencia, parte del patrimonio histórico-artístico se pierde», cuenta el investigador del CSIC.
hectáreas quemadas es la media anual de las últimas décadas. La cifra ya se ha superado este 2022 sin haber alcanzado el ecuador del ejercicio.
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