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Daniel Martínez
Domingo, 6 de abril 2025, 12:52
Le cuesta entenderlo, pero Miguel Ángel Revilla cree que sabe por qué el exjefe del Estado va contra él y no contra los muchos medios ... de comunicación, opinadores y representantes políticos que, con más o menos miramientos, han arremetido contra Juan Carlos I. Baraja dos motivos. Los expuso el miércoles en una rueda de prensa que nunca imaginó que fuera a protagonizar. Visiblemente afectado y aún asimilando la noticia de la demanda del rey emérito, ponía sobre la mesa sus suposiciones:es posible que quiera callar otras voces dando «un escarmiento a un hombre popular», pero también que, tras la «estrecha relación» que ambos tuvieron en otro momento, se haya sentido especialmente defraudado por las muchas y duras arremetidas que han salido por su boca.
La popularidad nacional de Revilla y su relación personal con el Borbón son dos cosas distintas, aunque con un origen común. Mayo de 2004. El regionalista llevaba ya un año en Peña Herbosa, pero su conocimiento más allá de Pozazal era el propio de un presidente de la segunda autonomía más pequeña del país. Mínimo. Pocas apariciones en medios nacionales y fotos con admiradores por la calle. El punto de inflexión fue la boda de los príncipes. En un programa de la televisión de El Diario (Canal 8DM), el de Polaciones contó, con la naturalidad del que habla en una barra de bar, que él y su mujer, Aurora Díaz, habían vuelto del convite real con hambre, que echó en falta tomarse una copa después del cava, que era evidente que Ernesto de Hannover había llegado perjudicado... La anécdota que se hizo más 'viral' fue la de su encuentro con «un tipo gigantesco, con una espada de metro y medio, cargado de medallas» –Harald de Noruega– en los baños. Salió hasta en Crónicas Marcianas y, aunque algún testigo como Felipe González dijo después que había algo de inventada, ahí echó a rodar el fenómeno mediático llamado Revilla.
Parece que el desparpajo de Revilla provocó algún reproche de Casa Real y muchas críticas de la oposición que en Cantabria capitaneaba Ignacio Diego (PP) por lo que los populares consideraban una falta de respeto a la institución. Lo segundo continuó algunos años, pero Revilla consiguió pronto dar la vuelta a lo primero. De una crisis hizo una oportunidad. «Algunos han intentado predisponerme contra la Corona, pero afortunadamente de eso no hay nada porque saben que soy de una manera un poco especial», dijo al ser preguntado por los periodistas de Madrid a los pocos días, durante la I Conferencia de Presidentes Autonómicos.
El primer espacio en el que Revilla tuvo 'asiento fijo' fue el programa de Buenafuente. De ahí salieron las bromas con los viajes en taxi a Moncloa y Zarzuela con las anchoas debajo del brazo como regalo. «Soy forofo del rey», reconocía el entonces presidente de Cantabria en 2008. En ese momento, la hemeroteca estaba ya llena de palabras bonitas del regionalista hacia el monarca. En su primera visita a La Zarzuela tras llegar a la Presidencia autonómica en 2003, insistió en que tenía «la mejor consideración posible hacia el rey». Y a partir de ahí, la complicidad fue a más. Entre campechanos se entendían.
A favor del expresidente autonómico hay que decir que siempre dejó claro que él no era monárquico y que consideraba una «anomalía» la existencia de la institución. Y mucho más, como volvió a insistir esta semana, la inviolabilidad del rey que recoge la Constitución.
Revilla ganaba estando cerca de la figura que, en su opinión, había dado a España «los mejores años de su historia» y que había sido el artífice de la llegada y consolidación de la democracia. Y Juan Carlos I, lejos de verle con malos ojos, demostraba –como lo demuestran los reyes, más con gestos que con palabras– que la amistad con el cántabro iba más allá de la que puede entablar un monarca con un presidente autonómico.
Más recepciones reales, visitas de los monarcas a Cantabria, alguna fiesta privada... ¿Llegaron a ser amigos? «Estoy convencido de que le caigo bien. De ahí a que seamos amigos hay una distancia. Los reyes no tienen amigos», relativizaba Revilla, que presumía que guardaba secretos y confidencias que no podía recoger en su primer libro «por razones de Estado». Lo publicó en 2012. 'Nadie es más que nadie' tenía en su portada una fotografía de Revilla calzando unas albarcas a Juan Carlos I y en él las referencias aún eran en tono de elogios. La imagen del monarca ya se había deteriorado por la imputación de Iñaki Urdangarín, pero salió a la venta unas semanas antes de la caída del rey en Botswana cazando elefantes mientras los españoles soportaban una dolorosa crisis económica.
Ese fue el punto de inflexión. Cuando empezó a descubrirse «todo el pastel». «Es la decepción de mi vida, se me cayó un mito». De hecho, Revilla, por entonces en la oposición, no tuvo problema en capitanear la corriente de opinión que consideraba necesaria una abdicación que acabó llegando. Críticas, pero todavía con delicadeza: «Ha sido positivo para España a pesar de sus sombras». A medida que hablaban Corinna Larssen, Bárbara Rey y el CNI y se descubrían nuevos chanchullos fiscales, el tono se fue elevando. El PRC se negó a firmar una declaración institucional en reconocimiento a Juan Carlos I en el Parlamento el día en que cedió la corona a Felipe VI y ya se desató por completo cuando el exmonarca partió hacia Abu Dabi rodeado de escándalos. Mientras se subía el avión, Revilla le despedía sin miramientos en sus redes sociales: «Espero que la Justicia haga su trabajo. Si se demuestra que los indicios son ciertos, debe haber consecuencias penales».
Eso no entra en la demanda, que solo recoge las palabras de Revilla contra el emérito desde 2022. Declaraciones como en las que le llamaba «caradura» o «evasor fiscal». «Es un 'viva la virgen'», dijo de él en El Hormiguero. Donde se despachó a gusto fue en su último libro:«En vez de en Abu Dabi, debería estar en Soto del Real». Despechado, afirmaba que no quería «volver a verle jamás». Ha cambiado de opinión. Ahora dice que le gustaría tener un cara a cara en Santander durante el acto de conciliación previo a la formalización de la demanda.
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