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Han pasado justo dos décadas. El 8 de octubre de 1998, la Academia Sueca anunció que el Nobel de Literatura de ese año era para el escritor portugués José Saramago. El autor de 'Ensayo sobre la ceguera' se enteró de la noticia en el aeropuerto ... de Fráncfort, de boca de una azafata. En aquella época, había pocos móviles y el secretario permanente de la Academia, que cuenta más o menos con una hora desde que el jurado vota hasta que se anuncia el nombre del galardonado, no había podido localizarlo para darle la buena nueva porque estaba en un taxi camino del aeropuerto.
Cuando supo que era el elegido de ese año, Saramago atendió la petición de su agente y regresó a la Feria del Libro de la ciudad alemana, que había visitado en días anteriores. Es allí donde cada año se negocian las ediciones y traducciones más importantes que verán la luz en los meses siguientes. La Feria de Fráncfort coincide muchas veces con el anuncio del Nobel, que se convierte así en el acontecimiento más relevante de la misma. Salvo este año, que no habrá galardón literario por los escándalos de corrupción y acoso sexual vividos en torno a la Academia Sueca.
A diferencia de los restantes Nobel, cuya entrega se fija con bastante antelación, el de Literatura se anuncia apenas tres días antes de que se haga público. La tradición fija siempre un jueves de octubre como día para la votación final, y en general es el primero o segundo del mes. Cuando se establece el calendario del resto de los premios, se dejan libres siempre los jueves. También este año, para mantener la tradición, en esta semana en la que se suceden los galardones, ese día está vacío en la agenda de la Fundación Nobel.
Si la expectación mundial ante el Nobel de Literatura es muy grande –no hay comparación posible con el resto, salvo algunos años con el de la Paz–, en Fráncfort se masca la tensión en los años en que la feria está abierta el día del anuncio. A medida que las manecillas del reloj se acercan a la una del mediodía se va haciendo el silencio en los grandes pabellones que albergan a editoriales, agencias y delegaciones oficiales. Cuando llega la hora todos están pendientes de la transmisión en director que realiza la propia Academia. Y cuando se anuncia el nombre del ganador –la hasta ahora secretaria Sara Danius lo hacía con un discreto histrionismo; su predecesor, Peter Englund, era más aséptico– se percibe de inmediato una algarabía que llega desde los stands de la agencia que lo representa y las editoriales que publican su obra. Rara vez se encuentra allí mismo. Pero si eso sucede, como pasó hace veinte años cuando apenas una hora después Saramago entró en el recinto ferial, se produce una explosión similar a la que generaría una estrella mundial del rock haciéndose carne mortal en unos grandes almacenes.
Nada de eso ocurrirá este año. Fráncfort y el mundo literario y cultural en general quedarán huérfanos de Nobel. Algo que desde su fundación solo ha sucedido siete veces. En los años 1914, 1918, 1940, 1941, 1942 y 1943 por las dos guerras mundiales y en 1935 porque la Academia Sueca lo declaró desierto. Es decir, desde hace 75 años no se ha producido una situación como la de este 2018 en que ningún autor subirá al Olimpo de Estocolmo.
Hay que reprochárselo a los líos de corrupción y acoso sexual que han afectado de lleno a la Academia y la han dejado tan tocada –y sin quorum– que necesitará tiempo para recomponerse. Pero en realidad, los problemas de la entidad vienen de atrás aunque apenas trascendieron.
Las primeras bajas se produjeron a raíz de la fatua de Joemini contra Salman Rushdie. La Academia invitó al escritor, mientras estaba oculto, a realizar una visita a su sede y entrevistarse con los académicos. El encuentro se realizó en la sala donde los académicos votan cada año entre los aspirantes al galardón. La Policía obligó a la Academia a instalar cristales antibalas en las ventanas y a cubrir las mismas con gruesas cortinas para evitar que alguien pudiera disparar al escritor desde las casas de enfrente, que están realmente muy cerca. Según parece, algunos académicos propusieron que la institución hiciera algún tipo de comunicado defendiendo al novelista angloindio frente a las amenazas de muerte. No hubo acuerdo sobre esta cuestión y varios miembros de la Academia decidieron no volver. En una entidad con solo 18 miembros (la Real Academia Española tiene 46, más otros dos electos) eso plantea ya no pocas dificultades. La renuncia de varios más tras los últimos escándalos ha dejado la institución prácticamente sin capacidad operativa. Tanto es así que el rey de Suecia debe intervenir para tratar de sacarla de una crisis desconocida en sus 232 años de existencia.
Un grupo de libreros, escritores e intelectuales suecos ha creado la Nueva Academia, que anunciará el nombre del ganador el día 12. Luego, la entidad se disolverá, aunque hay quienes piensan que quizá el año próximo también deban actuar si la Academia Sueca no ha resuelto para entonces sus problemas. Ese galardón tiene ya finalistas: Neil Gaiman, Mariyse Condé y Kim Thúy. Haruki Murakami aparece sorprendentemente 'borrado' en la web donde se han anunciado estos últimos aspirantes. El galardón no tiene dotación alguna y no parece que vaya a gozar de la misma relevancia. Nada va a evitar la orfandad literaria de esta semana de octubre. La de Fráncfort y la de todos los aficionados a la lectura.
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