Mulai y Anibal.

Los hombros negros de Mulai

Cuando tu vida depende de un hombre da igual el color de su piel

JOn Uriarte

Sábado, 11 de julio 2020, 00:12

-Miedo. Mucho frío. Escalofríos. Convulsiones. La temperatura de mi cuerpo no paraba de aumentar, lleguí a tener 42 grados. No tenía fuerzas, me tumbé en la cama hasta quedarme dormido-. Cuando Anibal arranca su relato, el silencio se apodera de la estancia. Su ... tono de voz es tranquilo. Incluso dulce. Pero destila terror. El que se le metió en el cuerpo en África y ya nunca le abandonará. Pero tiene su parte buena. Ve la vida de otra manera. Como si el miedo fuera una advertencia de que todo lo que llegue, por malo que sea, podrá ser superado. Al fin y al cabo cuenta con un ayudante especial. Mulai. El hombre de los hombros que le libraron de la muerte. Esta es la historia de Aníbal Bueno. O al menos, la historia de su segunda vida.

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Apasionado de la fotografía, combinaba esta actividad con otras como su trabajo en el sector turístico. No solo era guía. Ofrecía experiencias únicas. Y ya se sabe que la aventura cuando pasa de vacación a forma de vida atrapa los corazones. Sobre todo cuando las pulsaciones las marcan tambores africanos. Es lo que le pasó a Aníbal. Hace dos años puso rumbo a Cabo Verde. El objetivo era trabajar como guía turístico. No iba solo. Le acompañaba su gran amigo Mulai Un maliense de piel tan negra como la noche oscura sobre el río Niger y de sonrisa tan blanca como la sal de su tierra roja. Quien ha caminado por Mali puede dar testimonio de que sonreír al desconocido y ofrecerle su mano son dos máximas que no se negocian. Lo llevan en la sangre. Al igual que esa genética que de ellos y de ellas gente tan hermosa como fuerte. No olvidemos que de este lugar se llevaron a muchos africanos para convertirlos en esclavos en el nuevo continente. Sus características les hacían ser muy valorados por los traficantes. De hecho, hoy en día, la misma y atroz ruta de los esclavos sigue activa. Que no se hable de ello no quiere decir que no exista. Ahora el destino es el viejo continente, pero la ruta es la misma. Y aún así, los malienses sonríen. Como Mulai. Lleva tiempo en España. Adaptándose a una nueva vida que quiere atrapar y no dejar escapar. Pero sabe que nada es fácil. Por eso cuando su amigo Aníbal le propuso ir de guía turístico a Cabo verde no se lo pensó. La llegada fue tranquila y nada auguraba lo que sucedería después.

Llevaban 8 días en la Isla de Santiago, cuando Aníbal comenzó a sentirse mal. Tenía frío. Algo raro, porque la temperatura por el día no bajaba de los 35 grados. La humedad era intensa y solo apetecía sentarse a la sombra de un baobab. Pero no podía. Cada vez se encontraba peor. Al llegar al hotel pidió que, por favor y cuanto antes, le visitase un médico. Lo hizo, dentro de lo que allí puede considerarse «cuanto antes». Le hicieron las pruebas y recibió el diagnóstico. Fiebre tifoidea. Un mal conocido por aquellos lares. Saber la causa le consoló. Pero algo extraño estaba pasando. Día a día su salud empeoraba.-Amigo, no puedo más-. Esa fue la frase que le dijo a su compañero Mulai.

El maliense decidió hacer lo único que podía. Cargarlo sobre sus hombros y recorrer todos los hospitales hasta encontrar uno que les diera una solución. Pero no la encontraban. Días y noches de un lado para otro, caminando hasta que el polvo rojo se incrustaba en las botas y la ropa para siempre. Por fin, tras muchos kilómetros y angustias llegaron a un hospital donde el diagnóstico cambió a malaria. Ya conocían el mal. Ahora tocaba buscar la solución. No era fácil. Se trata de una enfermedad compleja y letal. Anibal lo sabía y su mente se empeñaba en acodarse en las esquinas más sombrías de su mente.-Pensaba en mi familia, en que había empezado a salir con una chica y que todo eso lo perdía, porque iba a morir-. La noticia llegó a los suyos. Y aquella chica, su novia Lucía, se presentó en Cabo Verde.-Es enfermera y al verme comprobó que no estaba bien, pero lo suficiente como para salir de allí. Lo malo es que los médicos no me dejaban-rememora aún angustiado. Ella le quitó la vía de su vena y, con la ayuda una vez más de Mulai, salieron al cielo azul.

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Ha pasado el tiempo y la enfermedad está controlada. Aunque para Aníbal sigue presente. La recuerda cada vez que ve a su amigo Mulai.-Es mi hermano negro. Yo soy su hermano blanco-. Da gusto en estos tiempos donde hay miedo a usar ciertas palabras y nombrar algunos colores que quede gente que llama a las cosas por su nombre. Sin vericuetos que buscan una falsa corrección. Les basta con el respeto y la pureza del cariño que se tienen. Aníbal y Mulai saben que cuando te estás muriendo y alguien te lleva encima te olvidas del origen y del color de sus hombros. Lo único que importa en ese instante es sentir su piel bajo la tuya. Para recordar, en cada paso en y cada metro, que aún sigues vivo.

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