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Javier Guillenea
Lunes, 27 de mayo 2024, 07:35
Un hombre visiblemente alterado se acercó corriendo al coche policial en el que los ertzainas David y Asier recorrían las calles de Orio. Se estaba celebrando la fiesta de la cerveza y a esas horas, hacia las tres de la madrugada, el centro de la ... localidad estaba lleno de gente. El hombre llegó hasta el vehículo y los dos policías pudieron escuchar lo que decía. «Mi hijo se ha caído al río y se está ahogando», gritaba. «Se está ahogando», repetía. «Sólo decía eso», explica David horas después del rescate. Él, su compañero Asier y otros dos agentes de una segunda patrulla que acudieron al lugar, Joseba y Asier, salvaron una vida.
«Salimos corriendo del coche y el hombre nos mostró el punto donde estaba su hijo», dice David. Era a la altura del puente de Orio, en el paseo Ibaiondo. Desde allí pudieron ver un cuerpo flotando boca abajo en el agua, a unos ocho metros de la orilla. «Estaba inmóvil, la corriente le estaba arrastrando río arriba». A esa hora la marea estaba baja pero había comenzado a subir, no había tiempo que perder. Los dos agentes no se lo pensaron dos veces. «Lo único que pensábamos era que había que bajar como fuera». Asier comenzó a recorrer la orilla en busca de un lugar para descender a la ría. Mientras tanto, David encontró una forma de bajar.
Lo primero que pisaron sus pies no fue agua, sino una espesa capa de fango que dificultaba sus movimientos. No había tenido tiempo de quitarse el uniforme, ni siquiera se había descalzado, y enseguida notó cómo su peso se multiplicaba. «Llevábamos el buzo y las botas, que se quedaban dentro del fango. Todo pesaba mucho. Más que quedarte pegado era una sensación de que te arrastraba».
Pero eso lo pensó después. «Yo en ese momento no pensaba en nada, solo en alcanzar lo antes posible a la persona que estaba en el agua porque necesitaba ayuda y eso es lo prioritario». Sin saber cuánto cubría la ría en aquel lugar, David comenzó a avanzar hasta llegar y se adentró en el agua hasta la cintura. Desde allí pudo sujetar al joven accidentado. «Le cogí por un pie y le arrastré hasta la orilla. Allí le dimos la vuelta y empezamos a hacerle la reanimación cardiopulmonar».
Los dos agentes se turnaron para tratar de revivir al joven, que permanecía inmóvil tumbado en el fango. No había tiempo para subir a la calle pero de todas formas tampoco podrían haberlo hecho con un cuerpo inanimado. «Era lodo, agua o nada, no había más». Durante un tiempo que les pareció eterno, los ertzainas se esforzaron por reanimar al joven. Poco después llegaron Joseba y Asier, los componentes de una segunda patrulla que también entraron en la ría y se turnaron en las maniobras de reanimación. Hasta que sus esfuerzos se vieron recompensados. «El chaval empezó a sacar una gran cantidad de agua por la boca, recuperó la respiración y empezó a toser. Entonces, le pusimos en posición lateral de seguridad».
Estaba vivo, pero no podían subir por sus propios medios, había que esperar la llegada de los bomberos. Uno de los agentes logró ascender hasta la calle y lanzó material sanitario y mantas térmicas a las cuatro personas que quedaron en el lodo. Estaban mojados, tenían frío, pero no temblaban, o al menos eso es lo que le pareció a David. «Con la tensión del momento yo no sentía frío», explica.
Mientras aguardaban la ayuda surgió un nuevo y acuciante problema. En esa zona la marea sube muy rápido y corrían el riesgo de verse arrastrados por la corriente. «Cargamos al chaval tres veces para cambiar de sitio e ir aproximándonos a la orilla», afirma el ertzaina. Con fango dentro de las botas, la sensación de ser succionados por el lodo y el riesgo de verse cercados por el agua, no fue tarea fácil.
«Allí se pierde la noción del tiempo», dice David. Mientras aguardaban, el joven, que tendría «entre 25 y 30 años», se reanimó. «Hubo un momento en el que se recuperó y estuvimos hablando un poco con él. Le decíamos que estuviese con nosotros, que no se durmiera y que aguantara».
El ertzaina calcula que permanecieron cerca de una hora entre el barro y el agua hasta que los bomberos lograron rescatarlos. Fue al pisar tierra firme cuando comenzó a procesar lo ocurrido. Hasta entonces solo había tenido una idea fija, la de salvar a aquel desconocido; para él no existía nada más. Ahora que todo había pasado, empezó a temblar. «Con la ropa completamente mojada empecé a pasar frío, me quedé congelado».
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