
Por qué me gustará el fútbol
El Piscolabis ·
«El hombre tropieza dos veces, nosotros mas»JON URIARTE
Sábado, 17 de abril 2021, 01:06
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
El Piscolabis ·
«El hombre tropieza dos veces, nosotros mas»JON URIARTE
Sábado, 17 de abril 2021, 01:06
Aquí estamos otra vez. Mirando el reloj cada cinco minutos con ese falso despiste que esconde inquietud. Otra final. Otra puerta de los sueños. Y ... ya van tantas como canas lucimos algunos. Lo que, por otro lado, habla mucho y bien del club de nuestros amores. El que nos da la vida y nos la quita en una temporada. Y, algunas veces, en un solo partido. Reír y llorar. Hijos de la incertidumbre y de los caprichos del balón. Cada vez que llega una cita así, recuerdo el día en que nuestra madre nos dijo que nos hacía socios del Athletic. Había otras opciones para gastar esos duros. Pero no lo dudamos. Y de esos polvos son estos lodos. No hay forma de esquivar la pasión. O de regularla. Solo quien ama a un equipo, sea de lo que sea, entiende lo que suponen días como el de hoy. El túnel de vestuarios mental y emocional más largo de la Historia. Un aguardar con la mente, el corazón y las tripas. Así estamos muchos. Y de ahí que mi mujer siempre me pregunte retórica, ¿te compensa?
Pues sí. Cada cual se fustiga a su forma, gusto y manera. Y mi vicio que, como todo vicio da placer y problemas a partes iguales, es el Athletic. Hace tres sábados juré que jamás volvería a sufrir por él. Ni yo me lo creí. Un puñado de horas después escribía un tweet, y eso que no soy dado a ello, proclamando mi fidelidad a los colores, tanto en lo bueno como en lo malo hasta el infinito y más allá. Y, por lo que pude comprobar, no soy caso único. De hecho somos legión. Lo que me lleva a estas extrañas horas. Sea usted sincero. El 3 de abril proclamó que nunca más. Que se acabó lo de hacer malabares para ver la final. Y aún menos, organizar la compleja liturgia en tiempos confinados. Lo que, sea dicho de paso, ayuda a mantener el enfado. Otros años el optimismo callejero eclipsaba el pesimismo propio y viceversa. Se lo dice quien tres veces dijo que no iba a ver otra final contra el Barcelona y tres veces fui. La camiseta guardada en el altillo la noche de autos volvía a ver la luz. Una y otra vez. Otorgándole nuevas oportunidades como el padre que perdona al hijo ayer, hoy y siempre. No digo que aquí haya pecado. Ni nadie a quien perdonar. Se trata de otra cosa. Decepción. El dolor por tocar la gloria y verla en brazos de otro rasga el alma. Y aún así, volvemos a punto de partida. Al pelillos a la mar porque sigo creyendo en ti.
Cuando lean esto faltarán unas horas para que el árbitro pite el inicio del partido en la Cartuja. Así que les hago una apuesta. Si leen tres veces este artículo en tres momentos diferentes, me juego un aperitivo largo a que su actitud va cambiando. Que el «no quiero saber nada» pasa a «como mucho veo la primera parte», luego al socorrido «hasta que nos metan un gol» y acaba siendo «mira que como ganemos...». No les digo si al final levantamos la Copa. Podría dar nombres aquí de athleticzales que vieron de perfil la Supercopa y acabaron llorando felices en el balcón. Familias enteras viendo una y otra vez el partido, días después, y celebrando el gol de Williams como si fuera la primera vez que lo veían. De cero a mil en 90 minutos, el añadido y la prórroga. Lo que viene siendo la vida en un partido. Confieso que fui uno de ellos. Debe de ser la edad. Me cuesta superar las resacas. Sean de alcohol o de pena. Y me empeño en no beber demasiado de esa engañosa botella llamada ilusión. Pero siempre vuelvo a caer. Como hoy. Otra vez con la camiseta. Otra vez con la bufanda. Como si de un niño que no crece en una eterna noche de Reyes se tratara. Con los amuletos y las supersticiones de cada cual. Algunas, por cierto, negadas, disimuladas o no confesadas. Sea por infantiles o por tontas. Que si esos zapatos no porque me los puse en el Calderón, que si esa zapatillas sí porque las llevaba la noche que Endika marcó en el 84. Están viejas y rotas. Pero qué más da. Todo es poco para aferrarse a la utopía. Lo dicho. Hagamos la apuesta. Ya verá como va cambiando de actitud a golpe de segundero. Y si no al tiempo. Nunca mejor dicho. Porque ahí está la clave. La vida es demasiado corta como para no vivirla intensamente. Aunque conlleve riesgos. Hay quien nunca logrará reír por miedo a llorar. Y a mí me gusta hacer ambas cosas a la vez. Llorar de felicidad. Por eso me gusta el fútbol. Aunque, para ser sinceros, eso no es verdad. A mí lo que me gusta, es el Athletic.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El humilde y olvidado Barrio España: «Somos como un pueblecito dentro de Valladolid»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.