Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Erno Egri Erbstein, el arquitecto del Grande Torino, el equipo que iba camino de su quinto Scudetto consecutivo, una de las formaciones más brillantes de la historia del fútbol, aprovechó el viaje a Lisboa para comprarle una muñeca a su hija Susanna. El entrenador, ... nacido 50 años atrás en Budapest, de raíces judías, metió el obsequio en la maleta y se subió al avión a regañadientes. Odiaba volar. El Toro había jugado la víspera un partido amistoso contra el Benfica como despedida de Francisco Ferreira, que era amigo de Valentino Mazzola, el jugador europeo del momento que, pese a tener fiebre, decidió viajar para no hacerle un feo al portugués.
La expedición, formada por el equipo, algunos directivos y tres periodistas, hizo escala en Barcelona ese fatídico 4 de mayo de 1949. El avión, modelo Fiat G 212, despegó desde allí rumbo a Turín. Aquel trimotor sobrevoló el cabo de Creus, Toulon, Niza... y enfiló hacia el aeropuerto.
A las cinco en punto de la tarde, el piloto se comunicó con la torre de control. «Estamos por encima de Savona. Volamos por debajo de las nubes. 2.000 metros. En veinte minutos estaremos en Turín». Dos minutos después, viendo que era un día de perros en la capital del Piamonte, solicitó el parte meteorológico. «Nubosidad intensa, ráfagas de lluvia, poca visibilidad, nubes a 500 metros», le informaron. A las 17.03, dio su conformidad. «Recibido. Está bien. Muchas gracias».
Dos minutos más tarde, Tancredi Ricca, el capellán de la basílica de Superga, en un monte que domina la ciudad, estaba leyendo en su habitación, en la primera planta del templo, y se sobresaltó al escuchar un ruido inesperado, como un trueno. Enseguida estaba contemplando el espanto de fuego y cuerpos sin vida mientras llegaban algunos agricultores. El avión se había estampado contra el muro de contención de la basílica. El violento impacto se cobró 31 vidas, las de todos los jugadores, el cuerpo técnico, varios empleados, los tres periodistas que viajaban con el equipo y la tripulación. Un final trágico y abrupto para el Grande Torino.
Mucha gente subió a ver aquel desastre. Los jugadores del equipo juvenil, los encargados de escenificar la conquista del quinto Scudetto en las cuatro jornadas que quedaban –en realidad, entre los clubes rivales, conmocionados por la tragedia, ya habían acordado en los despachos darle el título–, se montaron en sus Vespas para subir hasta la basílica y comprobar, como miles de turineses llorosos, lo que había sucedido.
Allí estaba también Sauro Tomà, el jugador lesionado de una rodilla que no viajó a Lisboa y que vivió el resto de su vida, hasta los 92 años, con más dolor que alegría, más pesadumbre que alivio, condenado a pensar que él también debería haber muerto. Otro que se ahogaba en su llanto era Ferruccio Novo, el presidente que también se quedó a los pies de los Alpes. Él fue quien reunió a ese excelente grupo de futbolistas capaz de enhebrar 88 partidos sin derrota, del 31 de enero de 1943 al 6 de noviembre de 1949, en su feudo del estadio Filadelfia. Un equipo que, desplegándose en la cancha con el sistema WM, fue capaz de marcar 125 goles en la temporada 47-48, incluido un sonado 10-0 al Alessandria.
Un proyecto forjado en una derrota, la sufrida en la temporada 41-42 por el Torino en el campo del Venezia (3-1), donde perdió el liderato a falta de dos jornadas en favor de la Roma, que acabaría siendo el campeón. Ese mismo día, Novo bajó a los vestuarios y fichó a Valentino Mazzola y Ezio Loik por más de un millón de liras, una fortuna en plena II Guerra Mundial. Mazzola se convirtió en el líder del equipo 'granata'. Marcó cerca de cien goles en cinco años, pero, sobre todo, imprimió carácter. Todavía se recuerda en Turín que cuando el equipo decaía, Mazzola, un estratega, oteaba la grada en busca de Oreste Bolmida. El ferroviario ya sabía que era el momento de soplar su corneta. El anuncio en Filadelfia de que arrancaba el 'quarto d'ora granata', con Mazzola siempre remangándose, en el que el Toro embestía con más fuerza.
Paolo Pupillo | Museo del Toro
Su hijo, Sandro Mazzola, tenía seis años y solo le quedó un recuerdo de su padre, cuando paseaban por la ciudad alpina y la gente paraba constantemente a la estrella. Sandrino se asustaba y entonces Valentino le apretaba la mano con fuerza. Un gesto que le reconfortaba y que rememoró incluso en su tiempo de esplendor, años después, cuando ganó dos Copas de Europa con el Inter de Milán.
Ciento de miles de turineses salieron a despedir el cortejo fúnebre. Unos hablan de 100.000 y otros hasta de 600.000. Antes, Vittorio Pozzo, el seleccionador nacional, fue reclamado para identificar los cadáveres. Un día después escribió un artículo escalofriante en 'La Stampa' titulado 'Il Torino non c'è più' (El Torino ya no existe), en el que lloró aquella desgracia: «Un equipo muerto, al completo, como uno de esos pelotones que, en la guerra, salían de la trinchera con sus oficiales y no regresaban jamás». Y no era un equipo cualquiera: era el Grande Torino, capaz de colocar a diez de los once jugadores 'granata' en la alineación de Italia en el amistoso que disputó contra la potente Hungría de 'Cañoncito' Puskas (3-2) el 11 de mayo de 1947.
Las reliquias de aquel impactante accidente pueden verse hoy en el Museo del Grande Torino e della Leggenda Granata –más conocido por el Museo del Toro– en Villa Claretta Assandri, en Grugliasco, al lado de Turín. El 4 de octubre de 1995 nació la Associazione Memoria Storica Granata para la promoción y defensa de la memoria del Torino Calcio, como se llamaba antes el Torino FC. «Los primeros dos años fueron dedicados al gran trabajo de limpiar y catalogar todas las reliquias que estaban conservadas de manera desordenada en el viejo estadio Filadelfia», recuerda Paolo Pupillo, director de Comunicación del Museo del Toro, dolido, como todos, porque cuando se demolió el estadio, en julio de 1997, nadie dijo nada y se perdieron muchos recuerdos. «Por eso, entre 1998 y 2001, nuestro presidente, Domenico Beccaria, y nuestro director, Giampaolo Muliari, cargaban un coche con reliquias uno o dos fines de semana al mes y visitaban las peñas del Toro en toda Italia para mostrarlas».
Paolo Pupillo | Museo del Toro
Pero eso era muy caro y al final resultó más económico abrir un museo. Se inauguró en 2002 en un par de salas de la basílica de Superga. En 2007 perdieron el privilegio y acabaron en un lugar más apropiado, la hermosa villa donde disfrutan de 700 metros cuadrados para representar la historia del club desde su fundación, el 3 de diciembre de 1906 –en la cervecería Voigt por parte de dos exaficionados de la Juventus, el rival de la misma ciudad al que nunca se nombra y al que, al contrario que al Torino, odia toda Italia–.
Allí está la historia de un equipo marcado por la fatalidad. Porque cuando remontó el vuelo en los sesenta gracias a la 'mariposa granate', el delantero Gigi Meroni, el excéntrico jugador al que le gustaba pasear una gallina por el centro de Turín, la desgracia volvió a cebarse con ellos. El 15 de octubre de 1967, Meroni fue atropellado por un joven de 18 años que, en el colmo del infortunio, era un 'tifoso' del 7 del Torino. Aquel chico se llamaba Attilio Romero y acabó convirtiéndose en el presidente del club en el año 2000.
El cortejo fúnebre sacó dos días después a todo Turín a la calle para despedir a aquel equipo excepcional al que la tragedia convirtió en leyenda. Un cordón formado por los carabinieri delimitaba el recorrido. Tras ellos lloraban los familiares y los 'tifosi'. Algunos caían de rodillas sollozando, todavía incrédulos ante el drama. El River Plate de Di Stéfano se ofreció a jugar un amistoso para recaudar fondos para los familiares de las víctimas. Se presentaron el 26 de mayo con un trofeo donado por Eva Perón y fueron recibidos por el Papa Pío XII.
En Turín se recuerda cada 4 de mayo la tragedia de Superga. Cuando se cumplió el medio siglo se hizo una conmemoración especial en un día desapacible, con viento, lluvia y niebla, como aquella nefasta tarde en la que desapareció un equipo campeón. Setenta años después, una anciana conserva la muñeca que compró Erno en Lisboa. Es su hija Susanna Egri, que encontró el obsequio en una maleta intacta entre los escombros. La llevó siempre encima durante toda su carrera como bailarina. Es el lazo que le mantiene unida a su padre. A los 93 años la sigue teniendo a su lado, como mostró en una entrevista para la revista 'Panenka'. La muñeca le recuerda a su padre y al Torino, el Grande Torino.
30.000 reliquias. El Museo del Grande Torino reúne una vasta colección de la historia del club y de la tragedia de Superga. Como una hélice y una rueda del avión accidentado, cuatro maletas del equipo, incluida la de su estrella, Mazzola, y restos del fuselaje y de la grada del estadio Filadelfia.
En la basura. El material llegó tras la demolición del estadio, porque en Italia la ley dice que si dejas algo en la basura «pierdes su propiedad, que pasa a quien lo recoge», explican en el museo.
El Manchester United regresaba de Belgrado el 6 de febrero de 1958 tras disputar el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa de Europa. El avión paró en Múnich para repostar y tuvo problemas para reemprender el viaje bajo una tormenta de nieve. El AS-57 Ambassador de la compañía British European Airways tuvo que abortar dos intentos de despegue. En el tercero se salió de la pista y se estrelló contra una vivienda. El avión se partió en dos y murieron en el acto los 21 que iban en la cola del aparato: siete jugadores –incluido el capitán, Roger Byrne–, el secretario del club, dos técnicos, ocho periodistas, una azafata y dos pasajeros. Más adelante fallecieron otro jugador y el segundo piloto. Los que iban delante sobrevivieron, como el joven Bobby Charlton o Matt Busby, artífice de ese gran equipo que era conocido como los 'Busby Babes'.
La selección de fútbol de Zambia había cumplido con un triunfo por 3-0 ante Isla Mauricio. Después del partido tenían que desplazarse hasta Senegal para jugar en la fase de clasificación para el Mundial de Estados Unidos y durante el trayecto, el 27 de abril de 1993, aterrizaron en Libreville (Gabón) para repostar. Poco después de despegar, el avión, un Buffalo del Ejército zambiano, se precipitó al mar en un accidente del que nunca se conocieron las causas. La tragedia se cobró la vida de los 18 jugadores, tres técnicos y el presidente de la federación nacional. Se salvaron los tres futbolistas que militaban en ligas europeas, como Kalusha Bwalya, a quien el PSVEindhoven le prohibió viajar con el resto. Destrozado, se conjuró a encumbrar a su selección. Nueve años después, condujo a Zambia hasta su primera final en una Copa de África.
Un viernes 13, en octubre de 1972, el avión que transportaba a los Old Christians, un equipo uruguayo de rugby, se estrelló en la cordillera de los Andes cuando volaba hacia Santiago de Chile. Al final murieron 29 pasajeros. Los dieciséis restantes sobrevivieron durante 72 días sin reservas de comida y con temperaturas bajo cero. Lo lograron gracias a que comieron carne de sus compañeros. Dos de ellos, Nando Parrado y Roberto Canessa, en vista de que habían abandonado su búsqueda, decidieron cruzar las montañas para pedir ayuda. Sus compañeros fueron rescatados tras pasar 72 días a 4.500 metros de altitud. En las faldas del volcán Tinguirica se plantó una cruz anaranjada con una inscripción en su recuerdo. La historia se hizo mundialmente conocida gracias al libro '¡Viven! La tragedia de los Andes' y, sobre todo, a la película que inspiró.
La última gran tragedia aérea que entristeció al deporte mundial se produjo el 28 de noviembre de 2016. Ese día, pasadas las diez de la noche, el avión que transportaba al Chapecoense, un equipo brasileño de fútbol, se estrelló cuando estaban a diez o quince minutos de su destino al quedarse sin combustible. En el accidente perecieron 19 jugadores, el entrenador y 51 personas más entre el cuerpo técnico, directivos y periodistas. Sólo se salvaron seis personas: los futbolistas Helio Neto, Alan Ruschel y Jakson Follman, dos tripulantes bolivianos (Ximena Suárez y Erwin Tumiri) y un informador de Chapecó (Rafael Henzel). El redactor que sobrevivió al accidente murió dos años y medio más tarde, con 45, al sufrir un ataque al corazón mientras jugaba un partido de fútbol con sus amigos. Fue trasladado con vida al hospital, pero falleció poco después.
El equipo completo del Lokomotiv Yaroslav desapareció en el accidente aéreo que se produjo el 7 de septiembre de 2011. El conjunto de la KHL, la liga profesional rusa de hockey hielo, viajaba a Minsk para disputar el primer partido de la temporada, pero algo falló en el despegue y el avión se estrelló cerca de Yaroslav, en un afluente del río Volga. De las 45 personas que iban en la aeronave solo sobrevivió el ingeniero de vuelo. También salió vivo un jugador, pero tenía quemaduras en el 80% de su cuerpo y murió a los cinco días en un hospital de Moscú. El equipo contaba con varios exjugadores de la NHL, la liga profesional de Norteamérica, como Ruslan Salei, el eslovaco Pavol Demitra, el letón Karlis Skranstins o el entrenador, Brad McCrimmon, que estuvo 18 temporadas en la NHL. En 1950 ya había muerto todo el equipo del VVSMoscú cerca de Ekaterimburgo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.