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La gran lección de Francisco
El Piscolabis ·
Jon Uriarte
Sábado, 29 de junio 2019, 00:15
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El Piscolabis ·
Jon Uriarte
Sábado, 29 de junio 2019, 00:15
«Me saqué el carnet escuchando las lecciones en las cintas que me grababa mi hija». Resulta fácil imaginarle en su camión con la 'rosca' entre las manos, los ojos en la carretera y el código de circulación como única banda sonora.«Lo hice también ... cuando me saqué el de mercancías peligrosas», añade, con sinceridad desgarradora. Pero Francisco nos había ganado el corazón mucho antes. Cuando nos contó sus primeros años de vida. Esos que hemos conocido tras la publicación de un mensaje de Twitter. Era de su hija Ana y decía así. «Mi padre, prejubilado, a sus 63 años , ha decidido sacarse la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Abro hilo y os cuento». Y lo contó. No esperen heroicidades de esas que acaba interpretando Clint Eastwood. O sí. Porque hay historias que, siendo pequeñas, se hacen grandes. Esta es una de ellas.
Los Arrabal son del Valle de Abdalajís, un pequeño pueblo de Málaga, situado entre Álora y Antequera. Se les ve felices, pese a que nunca lo tuvieron fácil. Francisco, el padre y hombre que ha inspirado estas líneas, nacía el 29 de febrero de 1956. No había otro año y otro día. Como si la vida le avisara de que necesitaría sudar mucho para hacerse notar. Encima llegó sin avisar. Pillando a su madre haciendo una hornada de pan para la semana. Pero no llegó con uno bajo el brazo. Al menos no tenía la miga económica que se presupone en el dicho popular. A los 7 años cuidaba a los cerdos y al resto de los animales que tenían, incluidas las pavas que su madre criaba para vender en Navidad. No había tiempo para pisar la escuela. A los 13 años comprendió que jamás lo haría, tras sufrir su padre una embolia cerebral.«Mi hermano mayor trabajaba en la finca de unos familiares, así que me quedé con mi hermano pequeño, que era sordo mudo, y con mi madre trabajando en la casa». Cuando lo cuenta, suena tan lejano como cercano. Como si 'Los santos inocentes' fuera una película que nunca termina. Pero luchó y ganó. A la vez que se subía a un camión, la ruta de su vida cambiaba. No nos olvidamos de Paqui, su eterna pareja. La mujer que le dio su amor y una niña a la que llamarían Ana. La que ha revolucionado las redes contando la historia de su padre. La que quiere agradecerles, a él y a ella, los esfuerzos y sudores para ayudar a que se sacara una carrera. Como Ana es tan agradecida como lista, sacó dos. Ahora ejerce de Asesora Financiera. Pero el trabajo del que se siente más orgullosa es el que llevaron a cabo ella y su madre. Convencer a Francisco de que se sacara el graduado escolar.
«No estaba animado. Creo que no se veía capaz. Pero nos pusimos muy pesadas y se apuntó». Ana no oculta que también tenían dudas. No por la capacidad de su padre, sino porque no es fácil reconocer que no sabes nada y quieres aprenderlo todo.«En principio fue por probar. De hecho el primer día le dijo a la profesora que iba «por si aprendía algo», añade, deshojando el relato, con tanto cariño, que los presentes ponemos los cinco sentidos. Y si me apuran uno más. El sexto de Bruce Willis. Porque aquí está lo que se ve...y lo que no, pero se intuye. Orgullo y trabajo. El hombre al que de niño nadie le había enseñado a leer y a escribir se sacaba la ESO en tiempo récord.«La profesora me dijo que me diría las notas cuando salieran. La de Historia no me preocupaba, porque era Historia de España y me acuerdo. Pero el de Lengua... me tenía mosqueao», confiesa Francisco, aunque añade rotundo: «Al final tenía todas aprobadas». Por cierto, dice que seguirá estudiando. Así que también nosotros, abrimos hilo.
Mientras leen estas líneas es probable que los Arrabal Conejo estén celebrando el título de nuestro protagonista. Bueno, con permiso de María. La nieta que le roba tiempo, energía y sonrisas a Francisco. Como todos los abuelos, intenta compartir con ella los momentos que no pudo vivir con su hija. Con Ana. La que nos ha regalado un hilo de Twitter que, en lugar de rezumar mala leche, ofrece algo que merece realmente la pena. No será la noticia del año. Ni de la semana. Ni siquiera el gran titular de hoy. Pero da igual. Ver a Francisco, con María en un brazo y los apuntes en otro, nos alegra el día. No soporto las frases edulcoradas y los libros de auto-ayuda. Prefiero las historias reales de la gente real. Como esta. Porque Francisco nos ha dado una gran lección. Y dice así: no hay mayor verdad que la que guardan estas tres palabras. Nunca es tarde.
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