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t. basterra
Lunes, 14 de octubre 2019
Empezó como si nada, de la manera más tonta, un día que poteaba con las amigas. Cuando acabó decidió seguir por su cuenta, sola, y tomar unas copas más. Lo que había sido algo puntual comenzó a volverse frecuente, y no solo los días que ... quedaba con las chicas. «Al final se me fue de las manos. Bebía a solas, cuando nadie me veía. Tenía botellas escondidas por casa para que no las encontrase mi familia», recuerda. La bola se hizo tan grande que no había manera de ocultarla y se lo llevó todo por delante. Destruyó su matrimonio, la apartó de sus hijos y la dejó sin trabajo. «Me rompió la vida».
El testimonio de Mari Mar se repite con pequeñas variaciones entre muchas de las mujeres que se acercan a tratarse a la Fundación Gizakia en Bizkaia. El nombre real de esta vizcaína es otro, pero eso es lo de menos. Su caso es cada vez más común. Ella es una de las decenas de mujeres que en los últimos años se acercaron a esta entidad para tratar su problema y conseguir salir del agujero al que le arrastró la bebida.
Itziar también lucha por reponerse de la adicción que le cambió la vida. «Sí, claro que tomaba potes, como todo el mundo, pero a los 43 años fue cuando empecé a tener un problema. Llegó un momento en el que bebía por la mañana y por la tarde, en casa y en los bares. Me abandoné físicamente. Apenas comía. Y tampoco miraba por la casa. Mi matrimonio tenía ya problemas, pero el alcohol acabó por romper mi relación y nos divorciamos».
Un aspecto en el que coinciden las mujeres -y muchos hombres- con adicción a la bebida es que siempre hay una causa que les ha llevado a pasar de un consumo moderado y social a uno desmesurado y a escondidas. Para Itziar fueron sus problemas de pareja, para Mari Mar la muerte de su padre.
También guardan en común sus intentos fallidos por dejarlo hasta que ese momento crítico en el que se decidieron a pedir ayuda profesional y poder así escapar del alcohol. Para las dos aquel momento estuvo ligado a un trauma. En el caso de Mari Mar se cayó en casa estando borracha y se golpeó la cabeza. Su hijo la encontró tirada en un charco de sangre y llamó a urgencias. «Me dijo que esa era la última vez. Se negaba a verme más así. Mi cabeza ya no funcionaba igual y me ingresaron en el centro de salud mental de Zamudio. Allí me hablaron de Gizakia y de como podían ayudarme cuando me diesen el alta con mi problema de alcoholismo». El caso de Itziar es casi calcado.
Tras más de ocho meses de tratamiento cada una en esta fundación vizcaína, con talleres de rehabilitación cognitiva, cocina, charlas de prevención de recaídas, salidas culturales y formación laboral, se han rehecho a sí mismas. Conocen su problema y cómo enfrentarse a él. También a sí mismas. «Tengo ganas de beber, es así, no lo oculto. Esto es una lucha diaria, pero ahora valoro mi vida y no quiero que me mate», recalca Itziar, que debe convivir con las secuelas de «una lesión cerebral provocada por la bebida».
A diferencia de otras sustancias, el alcohol es un tóxico legal que se encuentra en cada esquina. Está en los bares, en los supermercados... «Sigo quedando con mis amigas de siempre, pero cuando ellas se toman un vino o una caña, yo pido un refresco. Y cuando lo acabo, me marcho. No quiero estar tiempo de más en el bar», apunta Itziar. Mari Mar tampoco se siente cómoda cuando tiene que cruzar ante la alacena de bebidas alcohólicas del supermercado. «Hace no tanto, no quería pasar por delante sola. El otro día que Itziar y yo hicimos juntas la compra hasta nos reímos al llegar a esa zona. 'Cuánto tiempo habremos pasado aquí delante', comentábamos».
El trabajo que han realizado con Gizakia durante estos meses les ha permitido volver a ver la vida con ilusión, a tener objetivos. «Por beber hemos perdido el trabajo, nos hemos quedado sin casa y con la relación con nuestros hijos muy deteriorada. Pero ahora tenemos ganas de luchar por recuperar todo lo que hemos perdido».
En la fundación vizcaína atendieron el pasado año a 168 mujeres. Cuatro de cada diez llegaron para tratar su problema con la bebida. Algo que han constatado en la entidad que diferencia a varones y féminas con la misma patología es que, como apunta su directora, Estíbaliz Barrón, cuando son ellas las alcohólicas, sus parejas las dejan y se divorcian. Cuando el bebedor es él, su mujer se vuelca en ayudarle a salir del pozo.
Recuerdo traumático «Me caí borracha en casa y me golpeé la cabeza. Me encontró mi hijo en un charco de sangre»
Tendencia Cuando la adicción la tiene una mujer su marido se divorcia; cuando es al contrario, ella le apoya
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