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Hace tres meses que saltó la primera chispa. Lo hizo con temperaturas medias superiores a los 40 grados y con una sequía endémica que avivó un fuego que hoy ya ha consumido siete millones de hectáreas en Australia, el equivalente a toda la región andaluza. ... Desde entonces no ha habido tregua. Cientos de incendios forestales asolan el país en una de las peores crisis de las últimas décadas: 24 fallecidos, 2.000 hogares afectados, miles de personas evacuadas y una atmósfera contaminada de humo (se han emitido ya dos tercios del dióxido de carbono que el país genera en todo un año), que ha alcanzado las costas de Chile y Argentina. Y lo peor no es eso: según la Organización Meteorológica Mundial, el humo podría dar la vuelta al mundo en las condiciones actuales. A su paso, las llamas han arrasado con todo. Los cálculos iniciales hablaban de 480 millones de animales fallecidos; hoy ya alcanzan los mil millones.
Australia vivió en 2019 el segundo año más seco desde que hay registros y esa sequía ha servido de combustible para un fuego que hoy parece imparable. Eso, unido a temperaturas récord, que marcaron los 40,9 grados de media en todo el país el pasado 18 de diciembre, han creado, según los expertos, las condiciones idóneas de la «tormenta perfecta».
La tragedia medioambiental es de tal magnitud que ha llevado a las autoridades locales a tomar medidas, tan excepcionales como extraordinaria es la situación que se vive en las antípodas de España. La decisión, necesaria para unos, pero controvertida para otros, pasa por fulminar a tiros hasta 10.000 camellos salvajes, que en los últimos años se han convertido en una plaga y que, ahora, en sus ansias por aplacar la sed, están poniendo en peligro a las comunidades aborígenes del desierto. Equipos de francotiradores profesionales aprovechan el momento en que se acercan a los pozos para abrir fuego contra ellos desde helicópteros durante una operación, iniciada este miércoles y que se prolongará durante cinco días.
Una iniciativa que ya tiene precedentes cuando hace unos años el Gobierno solicitó permiso a los granjeros para sacrificar a un buen número de canguros: los animales estaban tan sedientos que buscaban alivio en los bebederos del ganado, lo que repercutía en unas explotaciones ya especialmente vulnerables. Una medida extrema contra uno de los principales iconos del país que evidenció los problemas medioambientales de Australia, agravados actualmente por el cambio climático.
Ahora, el mundo no deja de mirar con preocupación hacia el territorio más grande de Oceanía, pero expertos y activistas han condenado la decisión de acabar a tiros con los camellos. Exigen, a cambio, la creación de medidas preventivas. Algunas pasan por que los afectados protejan sus propiedades con barreras que impidan el paso de los animales durante la noche.
Sin embargo, los pueblos aborígenes de la reserva de Anangu Pitjantjatjara Yankunytjatjara (APY) «se ven incapaces de combatir el enorme número de camellos que se congrega alrededor de las fuentes de agua para sobrevivir a la dramática sequía que castiga al país», aseguran fuentes del Ministerio del Ambiente y del Agua del estado de Australia del Sur.
Muchos de estos mamíferos mueren de sed o después de aglomerarse y pelear entre ellos por el acceso al agua. «En algunos casos, la putrefacción de sus cadáveres ha acabado por contaminar estas fuentes de agua y sus estampidas están destruyendo su vegetación autóctona y sus principales zonas culturales, que son de vital importancia para los aborígenes, cuya forma de vida y espiritualidad están muy vinculadas a sus lugares sagrados», explican.
No es la primera vez que las comunidades indígenas piden auxilio al Estado para combatir a estos rumiantes, que llegaron de la mano de los colonizadores británicos a mediados del siglo XIX para ayudar a los exploradores a realizar las primeras travesías por el desierto del Outback. Ahora, casi doscientos años después, más de un millón de ejemplares (la población se duplica cada nueve años) campan a sus anchas en 3,3 millones de kilómetros cuadrados buscando y disputándose con ovejas y vacas las reservas de agua dulce para no perecer de sed.
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