JFK: la verdad anodina
Como cada aniversario redondo, han vuelto a emerger las más pintorescas teorías conspirativas
Francisco García Romo
Magistrado de la Audiencia Provincial de Álava
Sábado, 25 de noviembre 2023, 10:23
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Francisco García Romo
Magistrado de la Audiencia Provincial de Álava
Sábado, 25 de noviembre 2023, 10:23
El pasado miércoles se cumplieron 60 años de uno de los asesinatos políticos más célebres de la historia: el de John F. Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Y, como cada aniversario redondo, o sin necesidad de él, han vuelto a emerger las ... más pintorescas teorías conspirativas, normalmente aderezadas con algún supuesto nuevo hallazgo, que encuentra rápida acogida en los medios de comunicación, ávidos siempre de titulares que capten la atención. Este mismo periódico no es una excepción, como hemos visto estos últimos días.
Desde los primeros teóricos de la conspiración, ya en los años 60, encabezados por un joven abogado ávido de fama y dinero, Mark Lane, pasando por la película de Oliver Stone 'JFK: caso abierto' (1991), basada en la investigación desarrollada por un desquiciado fiscal de Nueva Orleans, y hasta la actualidad, van publicados ya más de 500 libros sobre el tema, se han elaborado docenas de películas y documentales, circula por internet y en chats de todo tipo una cantidad ingente de (des)información, y el guirigay no parece que vaya a tener fin.
Podrán ustedes leer y escuchar que la muerte del Presidente fue ordenada por la CIA, por el FBI, por el complejo industrial-militar, por los soviéticos, por los castristas, por los anticastristas, por la mafia de Chicago, por la mafia de Nueva Orleans, por magnates tejanos del petróleo, por el vicepresidente Lyndon Johnson… Hasta hay quien ha defendido que lo mató accidentalmente uno de sus escoltas, a quien se le disparó el arma por un bache. Y si juntan todos los tiradores que los diferentes conspiranoicos han ubicado en el lugar de los hechos, la plaza Dealey de Dallas, suman más de dos docenas, que habrían disparado desde el Depósito de Libros Escolares de Texas (TSBD), desde el edificio del Registro del Condado, desde un montículo de hierba, desde el puente sobre el ferrocarril situado al fondo…
Todas estas teorías, incompatibles entre sí, se nutren, fundamentalmente, de los fallos y vacíos de la investigación oficial (que los hubo), de datos aislados sacados de contexto, de otros que se tergiversan sin pudor y de otros directamente falsos. Es imposible extenderse sobre estas cuestiones en un espacio limitado como este, pero sí podemos incidir en el aspecto más criticado de la versión oficial, cual es el relativo a la llamada bala única, o bala mágica en el argot conspiranoico.
Como es sabido, esa versión oficial, fruto de la investigación desarrollada por una comisión creada por decisión del sucesor de Kennedy, Lyndon Johnson, y presidida por el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, sostiene que solo existió un tirador, Lee Harvey Oswald; que actuó desde una ventana del 6º piso del TSBD (5º piso para nosotros, pues en Estados Unidos la planta baja cuenta como primero), situada por detrás y a la derecha del coche presidencial en el momento de los impactos; y que realizó tres disparos con un rifle de repetición italiano Mannlicher Carcano, en un lapso temporal de 6 segundos. Sin llegar a descartarlo, la comisión no halló pruebas de que Oswald actuara inducido por o en colaboración con terceros.
De esos tres disparos, el primero fue fallido, el segundo ocasionó heridas no mortales a Kennedy y al Gobernador de Texas, John Connally, y el tercero impactó en la parte posterior derecha del cráneo de Kennedy, provocándole la muerte. El proyectil de la discordia no es el tercero, el mortal, sino el segundo. Según la versión oficial, entró por la parte trasera del cuello de Kennedy, atravesó tejidos blandos y terminó impactando en Connally, que iba sentado delante del presidente. Según los críticos, las heridas de uno y otro fueron causadas por balas diferentes, pues si lo hubieran sido por una sola bala esta tendría que haber descrito una imposible trayectoria en zigzag (de ahí la sarcástica denominación de bala mágica).
De ser cierto lo segundo, hemos de admitir que tuvo que existir un segundo tirador. En las imágenes grabadas por un espectador del desfile situado a la derecha del vehículo, Abraham Zapruder, se observa que los protagonistas evidencian haber sido heridos con relativa inmediatez, de forma que Oswald no habría tenido tiempo material de apretar el gatillo dos veces (que subirían la cifra total a cuatro), al usar, como decíamos, un rifle de repetición, que requiere recarga después de cada disparo.
El vídeo de Zapruder, la película más analizada de la historia de la humanidad, evidencia sin embargo que la teoría de la bala única es no solo factible, sino la que mejor explica lo sucedido, atendiendo a la secuencia de los hechos, a la posición de los cuerpos en el momento del segundo disparo y a las características de las heridas sufridas por Kennedy y Connally.
También se ha disertado hasta la saciedad sobre el hecho de que en las imágenes la cabeza de Kennedy, al recibir el balazo mortal, cae hacia atrás, lo que demostraría, según los conspiranoicos, que el disparo no fue realizado desde detrás, posición que ocupaba Oswald, sino desde delante. Señaladamente, desde un montículo de hierba situado delante y a la derecha del vehículo, conocido hasta por los que no saben inglés como grassy knoll. Todos tenemos en la mente las imágenes de la película de Oliver Stone en las que un enfático Kevin Costner, en el papel del fiscal Jim Garrison, muestra una y otra vez ese movimiento de la cabeza de Kennedy en la grabación de Zapruder, clamando justicia ante el mundo.
Pero, ay, de nuevo la evidencia científica ha demostrado lo equivocado de esta apreciación. Lo que provoca el violento desplazamiento de la cabeza no es el empuje de la bala, que por su tamaño y velocidad ocasiona un orificio pequeño, sino el subsiguiente aumento brusco de la presión intracraneal por la presencia de un cuerpo extraño, que a su vez provoca el estallido del cráneo, coincidiendo con la salida del proyectil por la frente. Que la cabeza caiga entonces hacia atrás, en dirección al lugar de procedencia de la bala, es lo normal, como han certificado multitud de expertos.
Permítanme un inciso personal a propósito de esta cuestión. He estado en la plaza Dealey, he pisado el dichoso grassy knoll, y pueden creerme si les digo que es imposible que alguien situado allí apuntara, disparara y huyera sin ser visto no por una, sino por docenas de personas. La plaza resulta ser, in situ, mucho más pequeña de lo que parece en la película de Stone o en las imágenes y fotografías que todos hemos visto, y ese montículo de hierba está situado muy cerca de la posición donde Kennedy recibió el disparo mortal. Los hechos sucedieron ya en la fase final de un desfile hasta entonces multitudinario, cuando el vehículo se disponía a abordar la autovía Stemmons, pero aún así se calcula que había no menos de 500 personas en la plaza, todas mirando hacia Kennedy, y, las situadas a su izquierda y detrás, con visión también del montículo. Había además espectadores en el propio montículo.
El buen conspiranoico, sin embargo, no deja que la realidad le estropee las conclusiones que él ha sacado de antemano. No se amilana. Está autoeximido de razonar. Ante cada prueba o dato que contradiga su teoría, responde bien negándolo, bien alegando que está manipulado y que la fuente forma parte también de la conspiración.
Otro ejemplo. De la autopsia de Kennedy, efectuada el mismo día de los hechos en el hospital naval Bethesda (Maryland), tras un precipitado traslado del cadáver desde el hospital Parkland de Dallas no exento de polémicas legales, se han contado multitud de sandeces, enfocadas a intentar demostrar que, más que una autopsia, fue una operación destinada a falsear el origen y características de las heridas, para acomodarlos a la futura versión oficial. Los médicos militares que la practicaron estaban, por lo tanto, implicados en la conspiración. Pero también doctores, enfermeras, administrativos del hospital y agentes del Servicio Secreto y del FBI que la presenciaron desde una sala de observación que daba cabida a 30 personas, lo cual ya llama la atención. Y, cuando se advierte que estuvo presente asimismo el médico de cabecera de Kennedy, George Burkley, los conspiranoicos no se arredran: también él estaba implicado en las maniobras de ocultación.
No les aburro más. Solo les propondré una reflexión personal, más allá de los datos y pruebas objetivos que pueden rescatarse entre el maremágnum de información y desinformación.
Una conspiración para planificar el asesinato, cometerlo y ocultar posteriormente las pruebas habría tenido que implicar a centenares de personas de diversos organismos: FBI (que hacía un seguimiento de Oswald, antiguo desertor a la URSS), CIA (impensable un operativo así sin su anuencia), Policía de Dallas (se ha dicho que modificó el itinerario del desfile para hacerlo pasar junto al TSBD), Ejército (ya hemos hablado de la autopsia en un hospital militar), la propia Comisión Warren (para poner el broche de cierre con una versión falsa de los hechos)… En este contexto, parece difícil que no hubiera ninguna filtración que llegara a una familia, los Kennedy, extensa y poderosa. El patriarca, Joseph, fue embajador en el Reino Unido, era uno de los hombres más ricos de Estados Unidos y tenía contactos con todos los ámbitos de poder, legales e ilegales (mafia y crimen organizado). Robert, hermano de John, era el Fiscal General (cargo equivalente al de Ministro de Justicia). Otro hermano, Edward, era senador. ¿Es creíble que ninguno de ellos, ni nadie de su entorno, tuviera acceso a ninguna información sobre lo que se estaba pergeñando en Dallas?
Es más. Han pasado 60 años. La gran mayoría de los implicados en la supuesta conspiración habrán muerto ya, y los que queden vivos no estarán en condiciones de hacer planes a largo plazo. ¿Nadie, absolutamente nadie, ha tenido la tentación, en el tramo final de su vida, en el lecho de muerte incluso, de relatar lo sucedido aportando pruebas? ¿Todos, sin excepción, han renunciado a pasar a la historia, afirmando con credibilidad, con una versión razonada, verosímil y sustentada en pruebas, 'yo maté a Kennedy'? Ustedes mismos.
Ya les dejo. La presidencia de Kennedy fue un periodo corto y fascinante, más por el glamour que la rodeó que por sus logros efectivos, aunque el avance en los derechos civiles de la población negra no es cuestión menor. Era un presidente joven, dinámico, atractivo, excelente orador. Encarnó el protagonismo de una época ilusionante, que dejaba atrás los oscuros años de la posguerra y el macartismo y se abría al progreso económico, a la justicia social, a la distensión con la URSS y a la exploración espacial. Su final, en el imaginario social, requería algo a la altura. Una conspiración de malvados, de fuerzas reaccionarias que querían llevarnos de vuelta a la guerra (Vietnam), a la confrontación racial y a la tensión geopolítica, para favorecer sus oscuros intereses. Un disparo efectuado desde un sexto piso por un individuo mediocre, un inadaptado social, no cuadra con esas exigencias. Es la verdad anodina que preferimos eludir.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.