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Javier Guillenea
Miércoles, 12 de junio 2024, 07:42
«No nos sorprende nada», dicen varios vecinos de Zerain e Idiazabal. Hace pocas horas han conocido la gran noticia del día y hablan entre ... ellos como de algo que tenía que ocurrir tarde o temprano. El apellido Aranburu, ligado a una multipremiada quesería de Idiazabal, estaba este martes en boca de todos en las dos localidades después de que se supiera que la Policía Nacional detuvo el pasado día 5 a los propietarios del caserío Olabide, de Zerain, Juanjo Aranburu y su mujer María Ángeles Iñurrategi, acusados de explotar a sus trabajadores.
La noticia saltó cuando el Ministerio del Interior difundió un comunicado en el que daba cuenta de los resultados de una investigación que se inició el pasado 29 de mayo como consecuencia de una solicitud de colaboración por parte de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social de Gipuzkoa. Para realizar un control en un caserío donde se elabora queso. «Tras las pesquisas previas, los investigadores averiguaron que los trabajadores del caserío se dedicaban al cuidado y limpieza de un rebaño de ovejas latxas con las que se hace el queso Aranburu, amparado por la denominación de origen Idiazabal».
En el momento de la inspección, los policías encontraron en el caserío a «cuatro trabajadores, tres de ellos en titulación irregular en nuestro país». Ninguno de ellos tenía contrato de trabajo ni, por tanto, afiliación a la Seguridad Social. Según Interior, los cuatro trabajadores manifestaron «que su jornada laboral era de siete días a la semana sin posibilidad de descanso, incluso cuando estaban enfermos, percibiendo entre 300 y 400 euros al mes, dependiendo de la voluntad de los dueños». Además, añadieron que «en ningún momento recibieron formación en labores de cuidado de ganado, trabajando sin equipos de protección individual para trabajar con animales y estando expuestos a las posibles enfermedades que les pudieran contagiar».
Todos los trabajadores «se encontraban en una situación de vulnerabilidad, ya que los empleadores eran conocedores de que tenían a sus familias en su país de origen a los que tienen que mantener, no existiendo otra alternativa real más que trabajar en dichas condiciones». Tras su detención, el matrimonio fue puesto a disposición del Juzgado de Instrucción de Guardia de Tolosa, que decretó su puesta en libertad con cargos.
La quesería Aranburu es muy conocida en Euskadi y cuenta con numerosos premios tanto nacionales como internacionales, entre ellos una medalla de oro en el World Cheese y el galardón al mejor queso en la feria de Idiazabal de 2023. Juanjo Aranburu y María Ángeles Iñurrategi residen en el caserío de Zerain, donde tienen las ovejas. La quesería se encuentra ubicada en un pabellón de Idiazabal, en el que, además de elaborar sus productos, tienen una pequeña tienda para venderlos y organizan visitas guiadas para dar a conocer el proceso de elaboración de sus quesos.
La calidad de sus productos es reconocida por los consumidores, aunque muchos de ellos, dice un vecino de Idiazabal, «prefiere comprarlos a proveedores antes que ir a la quesería» a adquirirlos. Los Aranburu –Juan José tiene dos hermanos que se dedican a la misma actividad– no tienen buena prensa entre sus vecinos. «Tienen mucha escuela, consiguen todo lo que quieren. Han tenido follones con todos», dicen.
En la plaza de Zerain juegan varios niños vigilados de cerca por sus maestros. Apenas hay gente en sus calles. Las pocas personas que se dejan ver, y que prefieren no revelar su identidad –«este es un pueblo pequeño», explican– ya saben lo ocurrido. «Esta misma mañana he visto subir un pequeño rebaño de Aranburu. Delante iba una furgoneta, detrás, con las ovejas, un joven que no llegaba a 30 años y parecía marroquí», explica un vecino.
«Tampoco ha sido una gran sorpresa», insisten dos amigos, a los que apenas hay que hacerles preguntas. En cuanto ven que un extraño se les acerca, ya intuyen que va a querer averiguar algo sobre los Aranburu. «Tienen trabajadores sudamericanos, pero no sabíamos si eran de la escuela de pastores de Oñati que estaban haciendo prácticas, ni cuánto dinero les pagaban», aseguran frente a un pretil desde el que se ve el caserío Olabide y el pabellón donde se resguardan las ovajas. Es allí donde todos los días, a primeras horas de la mañana, suben los empleados de la explotación ganadera.
«Hay paquistaníes, marroquíes, sudamericanos... de todo un poco, un montón. Dormían en Idiazabal y a la mañana temprano, hacia las seis de la mañana, venía un 'land rover' a buscarlos y subirlos hasta Zerain. Terminaban a las dos de la madrugada», dice una persona que conversa con tres amigos en un bar de Idiazabal. «A los Aranburu todos les conocen», afirma. Uno de estos vecinos llegó a conversar con alguno de estos trabajadores. «Uno me dijo que con la excusa de que les daban de comer y un lugar para dormir, les quitaban dinero».
Al parecer, los trabajadores no se quedaban demasiado tiempo en la quesería, donde el trasiego de nuevos rostros era constante. «Cambiaban mucho de empleados. Siempre han tenido ilegales», dicen. En Idiazabal siempre se ha sospechado que la quesería no era un ejemplo de buenas prácticas laborales. «Hace años aparecieron en la localidad varias pancartas en las que se acusaba a Aranburu de explotación a los trabajadores». Hubo revuelo, pero «nadie hizo nada».«No tienen buena fama», recalcan los cuatro amigos, que comienzan a censurar la actitud de quienes «se aprovechan de los que no pueden levantar la mano y se agarran a un clavo ardiendo». «Es gente que trabaja un montón de horas y les pagan poco, eso es esclavitud», insisten.
La quesería Aranburu fue expulsada hace años de la asociación Artzai Gazta, que agrupa a más de cien pastores del área de influencia de la Denominación Oficial Idiazabal. El motivo, según indicaron este martes fuentes de la asociación, fue que «elaboraban queso con leche comprada a otros pastores y mezclada. Hacían un producto industrial cuando nosotros lo hacemos de forma artesanal».
Este periódico intentó este martes ponerse en contacto con los implicados en la investigación, pero no respondieron a ninguna llamada. En las instalaciones de Idiazabal se limitaron a decir que no estaban y que no era posible contactar con ellos.
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