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Este no es el rostro de Jesús de Nazaret

Este no es el rostro de Jesús de Nazaret

La conexión del sudario de Turín con la resurrección, el dogma central del cristianismo, es una noticia falsa lanzada en Francia hace casi siete siglos

Martes, 16 de abril 2019, 00:06

El turrón es a la Navidad lo que el sudario de Turín a la Semana Santa. No hay año en que por estas fechas los adoradores de esa reliquia, que supuestamente habría envuelto el cadáver de Jesús de Nazaret, no nos sorprendan con una nueva afirmación en apoyo de su autenticidad. No importa lo estrafalaria que sea. En 2014, por ejemplo, tres sindonólogos –así se llaman los estudiosos de la sábana santa– italianos plantearon en la revista 'Meccanica' que una emisión de neutrones consecuencia de un terremoto registrado en Jerusalén grabó la imagen y alteró la cantidad de carbono 14 del lino, lo que explicaría, según ellos, que parezca medieval a ojos de la ciencia. No explicaban por qué no hay ningún otro objeto de la época con el C-14 alterado ni miles de santos sudarios coetáneos y posteriores, con todos los terremotos que han pillado a alguien entre las sábanas...

El sudario de Turín es una pieza de lino de 4,32 metros de longitud por 1,10 de anchura en la que están impresas las imágenes frontal y dorsal de un hombre barbado con las lesiones que se atribuyen al Jesús crucificado. Un tiarrón de más de 1,80 metros de altura y 80 kilos. La tela, que se dobla por la cabeza, apareció a mediados del siglo XIV en la localidad francesa de Lirey de la mano de Geoffroy de Charny, un caballero cristiano que nunca contó cómo se había hecho con ella y levantó una iglesia para su adoración. Era lo normal. El Segundo Concilio de Nicea había decretado en 787 que ningún obispo podía consagrar un templo «sin reliquias sagradas» y que el prelado que hiciera algo así sería «depuesto como transgresor de las tradiciones eclesiásticas».

El negocio de las reliquias

Floreció en la Europa medieval una muy rentable industria de reliquias, ya que, además de obligatorias en todo templo, eran una atracción turística de primer orden. Por eso había una pugna por quién tenía la más espectacular, fuera una astilla del 'lignum crucis', leche de la Virgen María, una pluma de un arcángel o el santo prepucio, título por el que compitieron en el continente más de una decena de trozos de piel. Los monjes de Lirey encargados de la custodia de la sábana santa se dieron cuenta en 1357 de que su sudario de Cristo –llegó a haber unos cuarenta, todos 'el auténtico', repartidos por la cristiandad– era un filón y empezaron a venderles recuerdos y sacarles todo el dinero posible a los peregrinos que acudían a venerarlo.

Preparativos de la sábana santa para su ostensión de 1998. Reuters

Sin embargo, Henri de Poitiers, obispo de Troyes –diócesis a la que pertenecía Lirey–, comprobó que la imagen era una pintura y en 1370 prohibió su exhibición. Con su sucesor, Pierre d'Arcis, los monjes volvieron a las andadas y entonces el nuevo obispo informó al antipapa Clemente VII de cómo Henri de Poitiers había descubierto «el fraude y cómo dicho lienzo había sido astutamente pintado, ya que de esa verdad testimonió el artista que lo había pintado, o sea que era una obra debida al talento de un hombre y en absoluto milagrosamente forjada u otorgada por gracia divina».

«No se trata de la Verdadera Sábana de Nuestro Señor, sino de un cuadro o pintura hecha a semblanza o representación de la sábana», dictaminó Clemente VII en 1390. A partir de ese momento, permitía la veneración siempre que se advirtiera eso a los peregrinos. Pasó el tiempo y, a mediados del siglo XV, Margaret de Charny, nieta del 'descubridor' de la reliquia y casada con un noble arruinado, volvió a presentarla como el sudario de Jesús y, ya viuda, se la vendió al duque Luis I de Saboya. Tras viajar con los Saboya a modo de talismán protector frente a los ladrones y salvarse de un incendio en la capilla de Chambéry donde lo guardaban, el lienzo acabó en la catedral de San Juan Bautista de Turín en 1694. Allí fue donde el abogado Secondo Pia lo fotografió por primera vez el 28 de mayo de 1898 y propuso que la imagen era un negativo.

La NASA y la sábana santa

La idea de Pia animó ochenta años después al físico John Jackson y al ingeniero aeronáutico Eric Jumper a pedir prestado a la NASA una analizador de imágenes utilizado en la exploración planetaria, el VP-8. Profesores de la Academia de la Fuerza Aérea de EE UU y devotos creyentes, Jackson y Jumper esperaban encontrar en la imagen información tridimensional que permitiera reconstruir el cuerpo de Jesús. Lo consiguieron. Seguro que usted ha visto alguna representación escultórica del hombre de la sábana basada en el trabajo de estos dos científicos, que en su día fue presentado con titulares del tipo de: «La NASA demuestra que Cristo resucitó» y «La tecnología espacial prueba la Resurrección». No se explicó entonces, ni se ha hecho después, por qué la supuesta energía de la resurrección que habría producido la imagen se emitió solo verticalmente, ya que en el lienzo no aparecen los laterales del cuerpo.

Juan Pablo II reza ante la sábana Santa en Turín en mayo de 1998. Reuters

La realidad es que la NASA nunca examinó la reliquia –se limitó a prestar el VP-8–, y que Jackson y Jumper no admitieron los datos del analizador sin más, sino que los manipularon hasta que les dieron lo que esperaban encontrar. «El primer resultado obtenido fue el de una imagen humana en tres dimensiones distorsionada en varios lugares», explicaba el escritor científico Michel Rouzé en 1983. Tras varias correcciones, apareció lo que deseaban. Ni el estudio de Jackson y Jumper fue patrocinado por la NASA ni estos encontraron lo que dijeron haber encontrado. Aún así, la noticia inventada de que la NASA examinó la reliquia sigue dándose por buena en algunos círculos de sindonólogos.

Jackson y Jumper hicieron su trabajo como parte del Proyecto para la Investigación del Sudario de Turín (STURP), un grupo de creyentes vinculado a la Hermandad del Santo Sudario que, a finales de los años 70, obtuvo permiso del Vaticano para estudiar la reliquia. Su objetivo inicial era demostrar el origen milagroso de la imagen, así que sus resultados apuntaron en ese sentido. Solo un miembro del equipo, el microanalista forense Walter McCrone, se saltó la norma. Identificó la presunta sangre del hombre de la sábana como pintura, témpera al colágeno. Su hallazgo supuso que le expulsaran del STURP a pesar de –o quizá por– su intachable reputación como cazador de fraudes. Años después, en 1987, McCrone examinó el mapa de Vinlandia, que supuestamente probaba que los vikingos, y no Colón, descubrieron América. Según el C-14, el soporte, el pergamino, era de principios del siglo XV, pero él encontró en la tinta anatasa, una forma de dióxido de titanio que no se sintetizó hasta 1917. El soporte era medieval y la pintura, moderna.

McCrone aventuró en 1980 que, si algún día se sometía el sudario de Turín a la prueba del carbono 14 –que permite conocer la edad de restos orgánicos de menos de 60.000 años–, lo dataría «el 14 de agosto de 1356, diez años más o menos». Cuando ocho años después tres laboratorios de Estados Unidos, Reino Unido y Suiza hicieron la prueba, situaron «el lino del sudario de Turín entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%». Los resultados del analisis, publicados en la revista 'Nature', coincidían con la fecha de su aparición, los materiales usados y la iconografía.

Un auténtico milagro

La Iglesia admitió el dictamen de la ciencia, pero considera la pieza digna de veneración por reflejar el martirio que, según los Evangelios, sufrió Jesús de Nazaret. Tres papas se han postrado desde entonces ante la falsa reliquia, que sigue dando mucho dinero a Turín. La sindonología nunca ha aceptado los resultados del carbono 14. Así, en abril de 1989, Celestino Cano, presidente del Centro Español de Sindonología (CES), advertía de que el análisis no se había hecho bien, «como más tarde ratificó el propio inventor del sistema», el físico Willard Libby, que ganó el Nobel por este descubrimiento.

La sábana santa y la réplica realizada en 2009 por el químico Luigi Garlaschelli. Reuters

«Libby, que no era católico, dijo: 'Si es que esto lo han hecho mal. Tiene tres defectos gravísimos que inutilizan total y absolutamente lo que han hecho estos señores'. Así como a la Prensa le encantó que la sábana santa no fuera verdadera, casi no tuvieron eco en la Prensa las palabras de Libby y la demostración a posteriori de que es así», lamentaba el médico José de Palacios Carvajal, autor del libro La sábana santa. Estudio de un cirujano', en Intereconomía TV en la Semana Santa de 2011. Lo realmente sorprendente hubiera sido que los medios hubieran dado credibilidad a las supuestas palabras de Libby, porque el científico había muerto en 1980, ocho años antes del análisis del carbono 14. ¿Como obtuvieron los sindonólogos las declaraciones de Libby?, ¿a través de la güija?

La conexión del sudario de Turín con el principal dogma del cristianismo es una gran noticia falsa compuesta de otras más pequeñas, como la supuesta perfección del hombre de la sábana. Para empezar, está en una postura imposible. Mientras que en la imagen frontal aparece relajado, con las piernas totalmente estiradas, en la dorsal está impresa la planta del pie derecho, lo que exigiría que hubiera doblado esa rodilla. En el rostro no hay simetría y la larga melena no cae hacia la nuca –hacia abajo si estuviera tumbado–, sino que se mantiene suspendida como por arte de magia. La barba es de color oscuro, lo que quiere decir que, si se trata de un negativo, el cadáver debía tenerla blanca. Y aún hay más. Túmbese en el suelo e intente cubrise los genitales con las manos sin levantar los hombros del piso. Imposible, ¿verdad? Todas éstas y otras pruebas apuntan a que el sudario de Turín nunca envolvió un cuerpo humano, sino que se realizó a partir de un bajorrelieve.

El químico italiano Luigi Garlaschelli, de la Universidad de Padua, hizo en 2009 una réplica de la imagen. Cubrió el cuerpo de un voluntario y el rostro de un bajorrelieve con una sábana, frotó encima con pintura y el resultado fue visualmente similar al del sudario de Turín y contenía, además, la misma información tridimensional. Más recientemente, Garlaschelli y el antropólogo forense Matteo Borrini publicaron en julio pasado un estudio en el que experimentalmente –echando sangre sobre las zonas del cuerpo del primero donde en la imagen están los agujeros de los clavos– demuestran que los regueros de sangre del hombre de la sábana no se corresponden con los de un crucificado.

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