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«¡Cómo pudieron hacer algo así aquellos pobres desgraciados! ¡Pero si eran prácticamente analfabetos!». Es lo que piensa el creyente medio en los alienígenas ancestrales. Niega, por ejemplo, que los nazcas trazaran los geoglifos del desierto peruano y que los antiguos egipcios construyeran las pirámides de la meseta de Guiza. Como ignora cómo hicieron nuestros antepasados esos y otros monumentos, da por hecho que precisaron de la ayuda de atlantes o extraterrestres. No en vano, lo ha leído desde hace décadas en los libros de Erich von Däniken, Zecharia Sitchin, Robert Charroux, Peter Kolosimo, Jaques Bergier, Andrew Tomas y otros autores cuyos textos rezuman ignorancia, pero también un racismo en ocasiones bastante burdo.
«¿Hubo visitas de naves del espacio en diferentes épocas y sin que estos diferentes visitantes tuvieran noticias los unos de los otros? Puede que el primer grupo derivase al 'Homo sapiens' del primitivo tronco primate, dejando una raza negra que posteriormente recibiría la visita de otras expediciones a cargo de viajeros del espacio blancos o amarillos; y tal vez estos, no satisfechos con la raza negra que hallaron, volvieron a practicar la cirugía genética para programar el código de una raza blanca o amarilla», dice Von Däniken en 'Profeta del pasado' (1979). El escritor suizo, hostelero antes que predicador del credo de los antiguos astronautas, plantea en ese libro que los extraterrestres pudieron dotar a cada raza humana –él habla de razas, disculpen– «de diferentes aptitudes» y apunta que, «en general, los negros están mejor dotados para la música, llevan 'el ritmo en la sangre'». «¿Se puede demostrar que una raza tenga más inteligencia que otra?», se pregunta.
Desde el punto de vista de los partidarios de los antiguos astronautas, por supuesto que sí. Si no, ¿cómo se explica que en sus libros y documentales vean la huella de alienígenas casi exclusivamente en vestigios de culturas no blancas? Vale, pueden presentar Stonehenge, el monumento megalítico inglés de hace unos 5.000 años, como una computadora astronómica y meter alienígenas de por medio en su construcción, pero no es lo habitual. Si uno coge un libro típico del género, se encuentra con que la mayoría de las grandes obras atribuidas a visitantes de otros mundos se localizan fuera de Europa: las pirámides egipcias y americanas, las líneas de Nazca (Perú), los moáis de la isla de Pascua (Chile), las esferas de piedra de Costa Rica, Machu Picchu (Perú), Baalbek (Líbano), la losa sepulcral de Palenque (México), el Gran Zimbabwe...
Para la historiadora Sarah Bond, de la Universidad de Iowa, «si miramos el trabajo de Von Däniken, puede haber pocas dudas de que sus creencias raciales influyeron en sus teorías extraterrestres». «He tenido estudiantes no blancos que han venido a mí y me han preguntado si sus ancestros hicieron alguna vez algo valioso», contaba en Twitter hace poco el medievalista Chris Riedel, de la Universidad de Albion (EE UU). Y añadía: «Esto es lo que hace la teoría de los extraterrestres antiguos: desacredita los orígenes de las civilizaciones y casi en su totalidad a las no blancas. La gente puede sugerir que Stonehenge fue construido por extraterrestres, pero ¿que lo fueron el Foro Romano o el Partenón? No».
Von Däniken y compañía son incapaces de reconocer los logros de culturas que, en su eurocentrismo, ven como esencialmente atrasadas. Cómo iban los antiguos egipcios a construir la Gran Pirámide si ni siquiera conocían el hierro, plantean, si «se hallaban todavía en la Edad de Piedra», como sostiene Juan José Benítez en la serie documental 'Planeta encantado', que en su día emitió TVE. Levantar un edificio como la pirámide de Keops estaba ciertamente fuera del alcance de nuestros antepasados prehistóricos, pero cualquier bachiller sabe –o debería– que el Egipto de la IV Dinastía era la gran potencia militar, tecnológica y cultural de su tiempo, algo que estos autores ocultan sistemáticamente a sus lectores. Porque los egipcios del tercer milenio antes de la era común conocían la escritura, habían desarrollado una medicina y tenían un calendario solar de 365 días, mientras por estas latitudes vivíamos todavía en la Edad de Piedra.
Cuando hablamos de extraterrestres metiendo mano en los logros de antiguas culturas, el diablo está en los detalles. Lo mismo que pasan por alto el desarrollo tecnológico y cultural del Egipto faraónico y plantan en la mente del público la idea de que los pobladores del valle del Nilo de hace 4.500 años eran poco menos que unos salvajes con taparrabos, los apóstoles de los astronautas ancestrales atribuyen propiedades extraordinarias a materiales que no las tienen y hacen imaginativas traducciones de textos antiguos, cuando no se inventan directamente los misterios.
Von Däniken no se explica en 'Recuerdos del futuro' (1968), el libro con el que saltó a la fama, cómo los habitantes de la isla de Pascua pudieron «tallar estas colosales figuras (se refiere a los moáis) en roca dura como el acero con herramientas rudimentarias». Así dicho, suena impresionante. Pero, una vez más, estamos ante una realidad alternativa. En contra de lo que afirma el más popular de los atroarqueólogos, la toba volcánica no es particularmente dura. Mucho antes de que él se fijara en la remota isla, situada en medio del Pacífico, los arqueólogos sabían que los pascuenses habían esculpido las estatuas con picos de piedra, de los que se hay cientos en la cantera del volcán Rano Raraku junto a moáis inacabados. De hecho, la fragilidad de las figuras es tal que hoy muchas están agrietadas.
El explorador noruego Thor Heyerdahl vio en los años 50 del siglo pasado a los lugareños tallar con útiles de piedra parte de una estatua. Calculó que una docena podía completar un moái en un año y lo contó en su libro 'Aku-Aku: el secreto de la isla de Pascua' (1957), un éxito de ventas en todo el mundo que, por lo visto, Von Däniken ni abrió. Además, hay varias posibles formas de traslado de las figuras hasta sus emplazamientos definitivos. Se ha especulado con que pudieron hacerlo en trineos de madera y, más recientemente, con que los llevaron 'caminando', basculando sobre su base gracias a varias cuerdas de las que tiraban alternativamente distintas cuadrillas. Inmune a cualquier demostración del ingenio humano, Benítez afirma que los moáis volaron desde la cantera hasta sus altares gracias a los poderes sobrenaturales del rey y los sacerdotes. Ahí es nada.
Peter Kolosimo presenta en 'Astronaves en la Prehistoria' (1973) una prueba que, según él, demuestra que los habitantes de la isla tuvieron contacto con extraterrestres. «Llegan los hombres volando... los hombres con el sombrero vuelan». Según el escritor italiano, eso dice la inscripción del torso de una figura de un hombre pájaro de la colección del Museo Estadounidense de Historia Natural (AMNH) de Nueva York. Podría tratarse de un texto alegórico para el ritual anual por el cual, tras vencer en una competición, un indígena se convertía en hombre-pájaro y era adorado como un dios durante los 365 días siguientes; pero no es así. La respuesta es más sencilla... y sonrojante. «Los glifos, apenas detectables, tallados en el torso de la figura no han sido descifrados, pero probablemente sirvieron como dispositivos mnemotécnicos para las ceremonias de canto», explican en la web del AMNH. Y es que nadie ha descifrado la escritura rongo-rongo de los pascuenses. Es decir, Kolosimo se inventó la traducción.
Ninguno de los citados cuestiona la autoría de las catedrales góticas, pero todos ellos lo hacen constantemente con otras grandes obras humanos no europeas. No. Ni los egipcios ni los mayas necesitaron superpoderes o la ayuda de seres más avanzados –atlantes o extraterrestres– para levantar pirámides. Los pascuenses no tuvieron mayores problemas para tallar y trasladar los moáis. Los nativos del actual Perú trazaron las líneas y figuras de Nazca sin la guía de los pilotos de naves voladoras. Y los habitantes prehistóricos de Gran Bretaña trasladaron por sus medios desde 240 kilómetros los bloques de piedra de Stonehenge, de hasta 25 toneladas. Los antiguos son, desde nuestra perspectiva, antiguos. Como algún día lo seremos nosotros para los humanos del futuro. Pero ser antiguo no es ser tonto ni un ignorante, como lo es quien minusvalora el ingenio humano. Si yo no sé mover una enorme piedra sin una grúa, es mi problema: humanos de muchas culturas lo han hecho durante milenios. Sí, eran más ingeniosos que yo.
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