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La pequeña Regan le muestra a su madre cómo funciona la güija, en 'El exorcista'. E.C.
El inocente juego de la güija

El inocente juego de la güija

El tablero parlante que algunos usan para comunicarse con los espíritus fue patentado a finales del siglo XIX como un juguete y está rodeado de un inmerecido halo de misterio

Lunes, 20 de enero 2020

Seguro que ha oído hablar de la güija o, como les gusta decir a los traficantes de misterios, el «mal llamado juego de la güija». Es más, posiblemente hasta haya jugado con ella y se haya sorprendido con los movimientos del puntero entre las letras y los números del tablero. ¿Qué lo empuja? ¿Se comunica alguien con nosotros? ¿Jugar con la güija puede ser peligroso, como sostienen muchos expertos en lo paranormal? Si le pica la curiosidad, siga leyendo. Si prefiere confiar en el Más Allá, despliegue el tablero, ponga el dedo índice sobre el puntero, haga las preguntas y espere a que le respondan.

La güija es un efecto secundario de la fiebre espiritista que sufrieron Estados Unidos y Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Todo empezó en marzo de 1848 cuando dos niñas, Kate y Maggie Fox, de 11 y 14 años, le contaron a su madre que un espíritu se comunicaba con ellas mediante golpes. Gracias a una hermana mayor que actuó como una suerte de agente de las pequeñas, tras unas cuantas demostraciones públicas fueron la sensación primero en Rochester y después en Nueva York. Su supuesta capacidad para comunicarse con el Más Allá democratizaba una relación con el mundo de los espíritus hasta entonces reservada a oficiantes de los diferentes credos.

En un mundo en el que uno de cada tres niños moría antes de cumplir el primer año, pronto se multiplicaron los médiums que, como las Fox, ponían en contacto a padres destrozados con sus hijos fallecidos. A mediados de la década de 1850, sólo en EE UU había ya más 40.000 intermediarios con el mundo de los espíritus cuando diez años antes no había ni uno. Todos se enfrentaban al mismo problema, la poca agilidad de la comunicación con el Más Allá mediante golpes. A no ser que se quisiera aburrir al personal, el sistema descubierto por las Fox limitaba considerablemente las preguntas a hacer a los espíritus: mejor si podían responderse con simples síes y noes –equivalentes, por ejemplo, a dos golpes y uno, respectivamente– que si exigían dar nombres o largas explicaciones.

Las mesas parlantes

Un hermano de las Fox inventó un primer método alternativo. Recitaba el alfabeto y pedía al espíritu de turno que señalara con un golpe la letra apropiada. Así los muertos podían transmitir palabras y frases. Funcionaba; pero era un rollo. Poco después surgió en los grandes salones de Europa y EE UU el fenómeno de las mesas parlantes. Los participantes en la sesión se sentaban alrededor de una mesa y establecían con el espíritu un código de comunicación para interpretar los bamboleos, golpes y giros del mueble. «El objeto móvil daba una cantidad de golpes que correspondía al número de orden de cada letra. Se llegaba así a formar palabras y frases que respondían a las preguntas que se habían formulado», explica Allan Kardec, pseudónimo del pedagogo y espiritista francés Hippolyte Léon Denizard Rivail (1804-1869), en 'El libro de los espíritus' (1857).

Salón parisino con gente jugando a las mesas parlantes, en 1853. E. C.

Como pasaba con los ruidos del Más Allá, que las hermanas Fox confesaron años después que ellas hacían con las rodillas y tobillos, si había un médium de por medio, era evidente que él movía la mesa. Lo que no estaba claro era qué sucedía en las reuniones de amigos a las que no asistía un médium, si alguno de los participantes empujaba la mesa o si esta se movía sola. Para averiguarlo, el físico y químico Michael Faraday ideó un dispositivo para poner a prueba a personas «muy honorables, y muy claras en sus intenciones, buenos giradores de mesas, muy deseosos de tener éxito en establecer la existencia de una energía peculiar, completamente sinceros y muy eficaces». Demostró con sus experimentos que las mesas se movían porque las empujaban los participantes inconscientemente, algo que confirmó el químico francés Michel-Eugène Chevreul.

El sistema de las mesas parlantes seguía siendo «lento e incómodo», según sus practicantes y los propios espíritus, que sugirieron a Kardec otro método: coger un lápiz, atarlo a una cestita, colocar el dispositivo sobre un papel, que el médium pusiera los dedos en el borde de la cestita y dejara que el lápiz escribiera guiado por ellos. La llamada escritura automática, que en la segunda mitad del siglo XX se empezó a usar para contactar con los extraterrestres, daba como resultado textos a veces difíciles de leer. Así que pronto se empezó a usar el dispositivo móvil –ya bautizado como 'planchette' y que solía tener forma de corazón con dos rueditas y un agujero para el lápiz– sobre un tablero o cartulina con letras, números y algunas expresiones. Había nacido la güija, aunque al principio nadie la llamó así.

¿Por qué se mueve?

El fisiólogo y naturalista inglés William Benjamin Carpenter investigó en 1871 el caso de dos mujeres de su confianza que utilizaban la todavía no bautizada güija, entonces una novedad. «Una de ellas era una firme creyente en la realidad de su comunicación con el mundo de los espíritus, y su 'planchette' estaba en continuo movimiento bajo sus manos, indicando letras y números en la cartulina como si se tratara de un telégrafo sobre el que actúa la comunicación galvánica», escribió el científico tras asistir a una sesión. Él estaba convencido de que el fenómeno tenía un origen psicológico.

Caja de la güija original fabricada por Kennard. WilliamFuld.com

Para comprobar si era la mujer la que, inconsciente o conscientemente, movía la 'planchette', a Carpenter se le ocurrió un sencillo experimento: vendar los ojos de la médium. «Si son sus propias manos las que mueven la tablilla, ésta no daría respuestas lógicas excepto bajo la guía de su vista», explicó a la mujer, que rechazó someterse a la prueba. Ese experimento o su variante de poner el tablero boca abajo siempre han dado como resultado textos sin sentido, una demostración evidente de que no hay espíritus de por medio, ¿no? La güija funciona si alguien mueve el vaso o puntero intencionadamente o, cuando no hay un pícaro alrededor de la mesa, gracias al efecto ideomotor, que hace que nuestras creencias y expectativas se reflejen en movimientos musculares inconscientes y da lugar a fenómenos aparentemente prodigiosos. Preguntar a los espíritus algo que no sabe ninguno de los presentes –médium incluido, si es el caso– y que tiene una respuesta correcta, también da resultados divertidos.

Además de la güija, otro ejemplo del efecto ideomotor es el zahorísmo, donde la varita o el péndulo del rabdomante se mueve no porque él detecte algo –los zahorís no encuentran agua ni otras cosas porque tengan poderes, sino por azar; son simples adivinos–, sino por su creencia de que allí hay algo. Como el efecto ideomotor nos traiciona inconscientemente –haciendo, por ejemplo, gestos involuntarios que denotan dónde hemos escondido algo–, los ilusionistas se aprovechan de él desde hace siglos para, por ejemplo, simular que adivinan mágicamente dónde alguien del público ha ocultado un objeto a partir de sus movimientos musculares.

El capitán Howdy

La güija fue algo artesanal hasta que unos jugueteros estadounidenses vieron el negocio. El 28 de mayo de 1890, el abogado e inventor Elijah Bond presentó en Baltimore una solicitud de patente del tablero parlante. Se la adjudicaron el 10 de febrero siguiente, con el número 446.054, en beneficio de Charles W. Kennard y William H.A. Maupin, dos de los socios de la Kennard Novelty Company, que siete días antes había registrado la marca 'ouija'. Bond llamó al juego «ouija o tabla egipcia de la fortuna». Su objetivo, decía, es que «dos o más personas puedan divertirse haciendo preguntas de cualquier tipo para que las conteste el dispositivo utilizado, operado por el toque de la mano, de manera que las respuestas se obtengan a través de las letras del tablero». No hay en la patente mención alguna a los espíritus ni nada parecido.

Fotograma de la película 'Ouija', de 2014. E. C.

El tablero parlante fue un éxito. Para atender la demanda, la juguetera abrió fábricas en Nueva York, Chicago y Londres. En 1898, los socios de la compañía, rebautizada como The Ouija Novelty Company tras la salida de Kennard, licenciaron la comercialización de la güija y los beneficios se multiplicaron. William Fuld, máximo responsable de la firma, acabó haciéndose con la patente y la marca, y en 1966 sus herederos se la vendieron a Parker Brothers –fabricante también del 'Monopoly', que fue absorbida por Hasbro en 1991. Para entonces, la güija ya era para mucha gente algo más que un simple juego.

Fue gracias a 'El exorcista', la película de 1973 basada en la novela homónima de William Peter Blatty, que mucha gente oyó por primera vez hablar del tablero parlante cuando Regan le cuenta a su madre que ha entrado en contacto con una entidad que llama capitán Howdy y que es en realidad el demonio que luego la posee. Y fue gracias a 'El exorcista' que el inocente juego en el que un charlatán o el efecto ideomotor mueven un puntero por un tablero con letras y números se rodeó de un halo de malignidad en los programas y revistas de misterios.

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