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Le miro y no logro ver un drama. Es un chaval normal, si eso existe, que parece tenerlo todo y es infeliz. Siente un dolor en sus entrañas. En sus tripas, pero también en su cabeza. Le miro y pienso que será una excepción. Error. ... No le entendí. La siguiente alumna me habla de soledad, angustia y, otra vez, depresión. Y tampoco le entendí. Estamos en un curso relacionado con el mundo audiovisual. Servidor es profesor y está perplejo. Por no decir preocupado. Doy clases todos los años y, cada curso, hay más preocupación por la ansiedad, la depresión, la soledad y, ojo a este tema, al suicidio. Está claro que algo pasa entre nosotros y urge hablar de ello. No estamos bien y vamos a peor. O al menos no a mejor. Porque de cabeza vamos mal.
Tengo por costumbre dejar que los alumnos de audiovisual y de guiones decidan el tema que les de la santa y real gana para hacer un reportaje. Y uno habla de su pueblo vaciado, otra de su abuela y el alzheimer y aquél otro del problema del alquiler. Pero a veces hay quienes eligen como tema de trabajo la depresión. O el suicidio. Antes era uno de cincuenta. ahora son cuatro de 20. Y eso preocupa. Al menos a quien esto escribe. Obviamente, como habrán imaginado, hablo con los alumnos que eligen ese tema para su examen. Me responden que es un asunto candente en su generación. Imaginarán mi perplejidad. Insisto y pregunto por las razones. No hay solo una. Y no es el imprevisible futuro. Tampoco la precariedad laboral. Ni los asuntos emocionales. Ni siquiera otros traumas más profundos. Es, simplemente, la depresión.
Seamos sinceros. No somos justos. Me refiero a quienes creemos que hemos sufrido golpes, dramas o, incluso, graves traumas y no hemos sentido eso que se llama depresión. Y, por eso, juzgamos a quien la padece como una persona débil o, lo que es peor, cuentista. Cierto que hay hordas de jetas que, vista la veta, se meten por ella para escaquearse del curro, porque la vida les agobia y necesitan una semana de tocarse la entrepierna. Pero que haya vagos sin fronteras no quiere decir que la depresión sea un problema que no merezca parar el mundo, bajarse de él y hacer una sentada. No es normal que en España haya 3 millones oficiales de casos diagnosticados de depresión. Sobre todo en mujeres. Y que 230.000 sufran un grado grave de esta enfermedad mental. Porque de eso hablamos. De una enfermedad. Hace años un buen amigo médico me abrió los ojos. Me explicó que el puñetero cerebro segrega unas sustancias químicas que, si están descompensadas o padecen alguna anomalía, pueden provocar en la persona alteraciones psíquicas y emocionales. Por tanto intentar juzgar con una mente normal una alterada es un craso error. Me costó aceptarlo, pero lo logré. De ahí que hoy vea ese bote casi hundido y lo imagine sumergido. Porque la depresión se cura.
Quien pase por la ría creerá al ver ese bote de la imagen, casi hundido, abocado a terminar en el fondo. No parece que tenga remedio. Pero un pescador veterano de Santurtzi me dijo que estaba equivocado. Esos botes acaban saliendo a flote. Son supervivientes. Cuando nadie da nada por ellos resurgen de las aguas. Entonces pensé en los que se creen hundidos pero podrían salir a flote. Entre los chavales que he dado clase hay uno que se intentó suicidar. Lo cuenta sin tapujos. No se droga, no bebe, ni tiene una mala vida. Es algo más complejo. Tanto como nuestro puñetero cerebro. Por eso, cuanto más años tengo, menos me atrevo a opinar sobre las cabezas ajenas. Lo único que tengo claro es que hay demasiados casos de depresión. Es verdad que antes no se hablaba de ello. Que era una vergüenza hablar de problemas mentales. Pero existen. Antes y ahora. Y no hemos evolucionado mucho en este aspecto. A los hechos me remito. No es normal que un servidor, que da clases a gente que estudia un máster y tiene ya una edad, descubra que algunos de esos chicos y chicas tienen un grave problema que se llama depresión. Ojalá esta generación sea como ese bote. Y, con ayuda, comprensión y tiempo, vuelva a resurgir.
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