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Se empieza compartiendo un hueco frente a la máquina de café o intercambiando un saludo al entrar en la oficina y se pasa como quien no quiere la cosa al cruce de miradas furtivas sobre la pantalla del ordenador o en los pasillos o en ... las mismísimas reuniones, donde lo de menos es lo que se diga y lo de más, los ojos de la otra persona, que parece que me ha hecho un guiño y... ¡santo cielo!, ¡que se ha humedecido un labio con la punta de la lengua!
Se empieza así y se puede acabar compartiendo intimidades en una cena de despedida, en ese momento en el que casi todos se han marchado y apenas quedan unos valientes dispuestos a tomar la última copa. Surge entonces el amor, que había ido creciendo en largas jornadas destinadas a 'briefings', 'plannings', 'brainstormings' o discusiones inacabables sobre 'targets' o 'branded contents', todos ellos campos abonados para que germine la semilla del deseo en los corazones de dos compañeros de trabajo.
Muchas personas han transitado este camino, entre ellas el director ejecutivo de McDonald's, Steve Easterbrook, un triunfador divorciado de 52 años y un salario de 15,9 millones de dólares anuales que acaba de ser despedido fulminantemente por mantener una relación sentimental con una empleada. El directivo, que accedió al cargo en 2015, había sido el artífice del crecimiento de la compañía de cadena rápida durante los últimos años, pero su éxito en los negocios no ha impedido su caída.
De alguna manera que no ha trascendido, a la junta directiva de McDonald's le llegó la información de que Easterbrook y una trabajadora de la compañía intercambiaban bastante más que palabras. Tras una rápida investigación, se descubrió que la noticia era cierta y el director ejecutivo comenzó a pasar a la historia. «Demostró un mal juicio que involucra una reciente relación consensuada con un empleado», dijo la empresa en el comunicado en el que anunciaba su decisión. «En cuanto a mi partida, entablé una reciente relación consensuada con un empleado, lo que violó la política de McDonald's», escribió un compungido Easterbrook en un mensaje dirigido a sus subordinados. «Esto fue un error. Teniendo en cuenta los valores de la compañía, estoy de acuerdo con el consejo de administración de que es hora de seguir adelante. Más allá de esto, espero que puedan respetar mi deseo de mantener mi privacidad», añadió.
No es la primera vez que ocurre algo así. Las empresas del país de Trump cuentan con estrictos protocolos de conducta que se han vuelto más severos tras el fenómeno #MeToo. En Estados Unidos es frecuente que los códigos internos de las compañías prohíban cualquier tipo de relación entre empleados, aunque sean consentidas. Y si las relaciones son entre directivos y subordinados, el pecado es mortal de necesidad. No hay que dejar ningún resquicio a la posibilidad de hacer frente a una demanda por abuso de poder.
«Las empresas estadounidenses pueden establecer directamente en sus convenios la prohibición de que sus empleados mantengan relaciones sentimentales entre ellos. Incumplir esta norma da lugar al despido», explica Esperanza Palacio, abogada de la compañía de servicios legales online Reclamador.es. Es lo contrario a lo que sucede en España, donde no hay normativas que prohíban los enamoramientos dentro del entorno laboral.
«En nuestro país no es posible sancionar ni despedir a alguien por mantener una relación sentimental siempre y cuando esa relación sea compartida por los dos y no suponga un abuso o acoso», afirma Iván López, socio director de Laboral del bufete Abdón Pedrajas. Otra cosa son los códigos de conducta de las empresas, las grandes sobre todo, que regulan las relaciones familiares o de pareja en la plantilla. Aunque no todas lo hacen, algunas prohíben las relaciones entre jefes y subordinados para evitar conflictos o adoptan medidas para reducir la posibilidad de malas prácticas o malentendidos. Una de ellas es el Banco Santander. «En el caso de que exista hoy o que se establezca después de la incorporación un vínculo familiar inmediato con un superior jerárquico -por ejemplo, casándose con él- dentro del mismo departamento, una de las dos personas deberá ser trasladada a otro departamento en el plazo de un año», advierte el grupo bancario en su código.
Esperanza Palacio - Reclamador.es: «Algunas empresas obligan a los empleados a comunicar si se emparejan»
Iván López - Abdón Pedrajas: «En España no es posible sancionar ni despedir a alguien por una relación»
Raquel Gargallo - Sexóloga: «El contacto diario permite mantener un juego inocente hasta que deja de serlo»
Alfredo Álvarez Lorenzo - EOI: «Una relación entre jefe y subordinado es una bomba de efecto retardado»
Con carácter general, una persona no tiene por qué comunicar a su empresa su situación sentimental. Sin embargo, Esperanza Palacio recuerda que algunos códigos de conducta contienen «la obligatoriedad de notificar la existencia de una relación sentimental con otro empleado». Desde el punto de vista de la empresa, es una medida dirigida a evitar problemas que afecten a la productividad de los trabajadores. En la práctica, confesar un enamoramiento en el trabajo choca con el derecho a la intimidad de las personas. «Si no lo comunicas podrías ser objeto de sanción, pero se podría impugnar, especialmente si tu relación no ha afectado a tu productividad», asegura la abogada de Reclamador.es.
Una encuesta elaborada en 2018 por Infojobs reveló que uno de cada tres españoles había mantenido una relación sentimental con un compañero de trabajo. La formación de parejas no es extraña en un entorno en el que se pasa más tiempo que en el hogar. «Los horarios, los problemas, los compañeros, las horas juntos, el contacto diario y un conocimiento de la otra persona son factores que, en muchas ocasiones, te permiten jugar o mantener un juego inocente hasta que deja de serlo», sostiene la sexóloga Raquel Gargallo.
Si el emparejamiento se produce entre un directivo y un subordinado, a la empresa le cae encima «una bomba de efecto retardado», dice Alfredo Álvarez Lorenzo, profesor en la Escuela de Organización Industrial (EOI). «Es una relación perniciosa porque el jefe es el que establece las condiciones de trabajo y el que propone cambios de categoría; por eso no solo tiene que ser imparcial, sino parecerlo». La cuestión es que, por mucho que lo intente, sus esfuerzos no van a ser comprendidos por los demás. Aunque no sea cierto, a su alrededor se va a percibir un trato de favor y se acaba generando un ambiente negativo.
El empleado emparejado con su jefe no lo tiene mucho mejor. «Se le mira como al trepa que se aprovecha de una relación sentimental», explica Álvarez Lorenzo. Da igual lo que hagan ambos y lo angelicales que sean sus intenciones. Pueden ser solteros, estar perdidamente enamorados, gustarles los perros y llevar pasteles a sus padres los domingos, pero da igual. «El problema es el impacto de esa relación en el entorno, el hecho de que se percibe de forma distorsionada», recalca el profesor de la EOI.
En las grandes empresas la sombra de la sospecha envuelve a los amantes. No tienen escapatoria. Si están al mismo nivel y trabajan en un mismo departamento, todos se preguntarán hasta qué punto se están favoreciendo mutuamente. Si su posición jerárquica es diferente, señala Álvarez Lorenzo, el del escalón más inferior será visto «como un protagonista de 'El jefe infiltrado', como alguien que ya no es 'uno de los nuestros', un espía».
Para evitar murmuraciones, hay quien elige pasar a la clandestinidad y desfogar sus pasiones a salvo de ojos ajenos. Sobre ellos no se han hecho estadísticas, pero existir, existen. «Los vigilantes de una multinacional en la que trabajé me enseñaron alguna vez las imágenes que habían grabado las cámaras de seguridad. Alucinabas con lo que veías y pensabas: 'Dios mío, ¿está pasado esto en mi empresa?'», confiesa Álvarez Lorenzo.
Sin perdón. Las rígidas normas de las empresas estadounidenses no perdonan a nadie. En junio de 2018, Brian Krzanich, consejero delegado de Intel, dejó su cargo por haber tenido en el pasado una relación sentimental con una empleada. En 2012, el que iba a ser consejero delegado de Lockheed Martin, Christopher Kubasik, no llegó a ocupar su puesto debido a «una relación personal cercana con una subordinada».
Despidos nulos. En 2008, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias consideró nulo un cambio de centro de trabajo porque el empleado mantenía una relación sentimental con una compañera. En 2014, una empresa de Cantabria despidió a dos trabajadores que eran pareja e incluso publicó el motivo de los despidos, que fueron declarados nulos.
Relaciones. Según una encuesta realizada en 2018 por Infojobs, el 44% de las parejas nacidas en el trabajo eran compañeros del mismo departamento, mientras que el 36% pertenecían a departamentos diferentes. Además, un 9% mantuvo una relación con un superior y un 5% con uno de sus clientes. El 34% hizo pública su situación desde el comienzo; el 38% lo hizo después y el resto no dijo nada.
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