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La batalla por la paridad se pelea en muchos frentes: también en el váter, que este martes celebra su Día Mundial (sí, sí, la ONU le dedica el 19 de noviembre al retrete). A estas alturas, todo el mundo sabe ya que los hombres lo ... tienen más fácil que las mujeres a la hora de ir al baño fuera de casa. Lo primero, porque disponen de más lugares para aliviarse y, lo segundo, porque tardan menos y, por tanto, la 'circulación' en los WC masculinos es más fluida que en los femeninos, donde las caravanas son mucho más frecuentes. Según un estudio realizado en Reino Unido, sólo el 11% de los varones asegura que ha tenido que esperar en alguna ocasión una cola enorme para usar un baño público, mientras que entre las chicas este porcentaje alcanza el 59%. Así que, cuando oigan esa pregunta pretendidamente graciosa de por qué las mujeres siempre vamos al váter acompañadas... pues ya tienen una respuesta: porque nos aburrimos de esperar nuestro turno y preferimos charlar mientras llega el momento.
Según estimaciones de los expertos, un hombre tarda unos 84 segundos en vaciar la vejiga -hablar de aguas mayores ya sería entrar en un terreno inabarcable-, mientras que a las mujeres les lleva casi tres minutos. ¿Por qué? ¿Tienen las mujeres la vejiga hipertrofiada y excretan mayor cantidad de orina? No, no tiene que ver con cuestiones fisiológicas. La mayor tardanza se explica por varias razones: la ropa suele ser más difícil de gestionar -abrirse la bragueta es muy fácil- y, además, al no orinar de pie -como la mayoría de los hombres- encontrar postura, a poder ser sin tocar loza (recordemos que estamos hablando de baños públicos, esas reservas de gérmenes que amedrentan a la más valiente), suele ser complicado. Eso, por no hablar de algunos rituales como hacer pis encaramada a la taza para no sentar las posaderas o limpiarlo todo con papel higiénico o toallitas antes de usarlo. Así que, entre una cosa y otra... allá se van los tres minutos. Como mínimo, porque el estudio británico, elaborado por YouGov Omnibus, también pone de relieve otra realidad: las mujeres a veces tienen que cambiarse artículos de higiene íntima y eso también lleva su tiempo.
Pues bien, el problema está ahí desde siempre: las mujeres tienen que hacer más cola porque tardan más. Pero es que también tienen menos espacios habilitados para ello. En los últimos años, las mujeres han empezado a reivindicar que cambien las cosas. Y ha habido algunas cruzadas ya. Hace dos años, una joven de 23 años fue multada en Amsterdam por orinar en la calle. La chica no pudo encotrar ningún establecimiento abierto por la zona ni ningún servicio público. El juez se mostró implacable. Pero la sanción puso de relieve una realidad: en la ciudad había 33 baños municipales para hombres y sólo 3 para mujeres. Y esto les pasa a las mujeres de toda condición. Hasta a Hillary Clinton. En 2015, en un debate televisado, hubo una pausa que ella quiso aprovechar para ir al baño. Pero el servicio de señoras estaba algo alejado... y, al parecer, ocupado (las malas lenguas dicen que por sus 'enemigos' del partido). La consecuencia fue que sus adversarios regresaron a tiempo a sus atriles para continuar con el programa y ella no. Apareció a la carrera y con una disculpa en los labios.
Lo lógico sería que, teniendo en cuenta que las mujeres tardan más en el baño por una cuestión meramente física -no por estar aplicándose colorete o colocándose el flequillo-, tuviesen más espacios que los hombres. Y parece que pasa justamente lo contrario. Normalmente, en un aseo masculino hay varios urinarios y algún cubículo cerrado (reservado para defecar, pero que, en un momento dado, sirve para todo). Sin embargo, en los de chicas sólo hay unos cubículos, siempre menos que la suma de urinarios y cubículos de los baños de varones. ¿No se lo cree? Haga la cuenta en el baño de su trabajo o de cualquier edificio público. Y ya no digamos en los festivales multitudinarios de rock. Esto no es igualdad.
Por ello, en algunos países ya se empiezan a diseñar los baños públicos desde una perspectiva de género, aunque va poco a poco. En Londres, recientemente, han cogido al toro por los cuernos... con la consiguiente polémica. El Old Vic Theatre se percató de que las espectadoras regresaban tarde a sus butacas tras los descansos por las esperas en el baño, a lo Hillary Clinton. Así que reformaron los servicios, haciéndolos unisex -uno con urinarios y otro con cubículos-. De este modo, hacían las esperas más igualitarias y también ayudaban a las personas transgénero a no tener que decidir por el baño de chicas o de chicos. Pero no a todo el mundo le hizo gracia. Los humanos somos animales de costumbres y más con este tipo de rutinas.
En la encuesta realizada en Reino Unido, gran parte de los hombres y las mujeres (el 56%) coincidían en afirmar que es «aceptable» que una mujer que tiene una emergencia acuciante use el baño de hombres, generalmente más libre. ¿Es lo lógico, no? Pues no crean, casi un 30% de la población desaprobaría esta medida, por mucha urgencia que hubiese. A la inversa, si el que está a punto de orinarse encima es un varón, los porcentajes son similares. Aquí si que no hay diferencias por sexos. Parece que a un tercio de la población le asquea la idea de los servicios unisex. Algo totalmente cultural, por otra parte, porque desde que se empezaron a usar los retretes (unos 2.000 años antes de Cristo en Creta), durante la mayor parte de la Historia han sido mixtos y hasta sin separaciones. Por ejemplo, en la Edad Media, ellas y ellos se colocaban en medio de la calle a aliviarse, a la vista de todos. No fue hasta bien entrado el siglo XVIII cuando hombres y mujeres empezaron a tener baños propios como un signo de lujo. Ya después, en la época victoriana, el pudor hizo que se generalizasen los baños divididos. ¿Fue esto un retroceso? En algunos lugares, como Londres -ciudad avanzadilla en este tema, por lo que se ve-, las más altas autoridades municipales piden que se impulsen los váteres sin asignación de sexo (también más igualitario con el colectivo transexual y con personas de género no binario), aunque, al parecer, la población no ha abrazado la idea con demasiado entusiasmo.
La encuesta de YouGov Omnibus en Reino Unido ha desvelado otros secretos sobre los hábitos de micción de los ciudadanos. Ese tipo de cosas que nadie suele ir proclamando por la calle. Según el estudio, el 29% de los ciudadanos han orinado alguna vez en la vía pública (sólo el 13% de ellos eran mujeres). El 77% admite haberse colado en baños para discapacitados ante una emergencia y el 38% se han ido al de otro género si el suyo estaba ocupado. ¿Más confesiones? Sí. Más de la mitad dicen que se mean en la ducha, el 21% lo han hecho en una botella y el 12% en su propio lavabo. El 48% dice que orina en el mar, el 22% en la bañera y el 20% en la piscina.
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