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Javier Guillenea
Martes, 21 de enero 2020, 22:58
La República Cooperativa de Guyana es un pequeño Estado de apenas 800.000 habitantes y un PIB per cápita de tan solo 3.924 euros. Comparte frontera con Brasil, Venezuela y Surinam y limita al norte con el Océano Atlántico. Su economía no es muy ... boyante, se basa en el arroz, la caña de azúcar, la bauxita y el oro. Es uno de los países más pobres de América del Sur y poco más se podría decir de él, salvo que fue una colonia británica y su deporte predilecto es el críquet. Guyana es uno de esos lugares que nadie sabe muy bien dónde ubicar y del que se oye hablar muy de vez en cuando. Al menos, hasta ahora.
Antes de que aparecieran los ingleses anduvieron por allá los holandeses, que crearon en 1616 una colonia mientras buscaban Eldorado. No la encontraron, pero no andaban muy desencaminados. La mítica ciudad rebosante de oro existía, aunque no de la manera imaginada. Estaba bajo tierra y no tenía edificios cubiertos por láminas doradas, sino algo mucho más pegajoso. Era puro oro negro.
En 2015, la empresa estadounidense ExxonMobil anunció que había encontrado petróleo a 193 kilómetros de la costa y a 1.900 metros de profundidad. El crudo era de buena calidad y abundante, como lo demostraron los hallazgos de nuevos pozos en años posteriores. Se calcula que los yacimientos contienen unos 5.500 millones de barriles de crudo, una enormidad que puede hacer de Guyana el país con más dinero del mundo.
Gonzalo Escribano, Instituto Elcano
En noviembre de 2018, el embajador de Estados Unidos en Guyana, Perry Holloway, pronunció durante una recepción en la capital, Georgetow, unas palabras que tenían un cierto aire de profecía. «Muchas personas aún no entienden lo grande que es esto. En 2025, el PIB aumentará entre un 300% y un 1.000%. Esto es gigantesco. Guyana será el país más rico del hemisferio y, potencialmente, el más rico del mundo», declaró.
El momento ha llegado. ExxonMobile ya ha comenzado a extraer petróleo y los billetes caerán a puñados sobre el pequeño país. En quince años, se espera que la producción nacional alcance los 750.000 barriles diarios, lo que convertirá a Guyana en el cuarto productor de petróleo de América Latina y la mayor potencia petrolera per cápita del mundo. Los 1.900 barriles por habitante de Arabia Saudí quedan pequeños ante los 3.900 del país sudamericano.
El Fondo Monetario Internacional calcula que la economía de Guyana crecerá este año un 86%, catorce veces más rápido que China. Se estima también que en los próximos ejercicios su expansión económica será cuarenta veces mayor que la de Estados Unidos. Es como si a sus habitantes les hubieran tocado todos los premios de la lotería. Deberían estar contentos. Y lo están, pero no del todo. Se sienten al borde de un precipicio, a un paso de la catástrofe.
En octubre del año pasado, el presidente del país, David Granger, lanzó una súplica a sus ciudadanos. «No permitan que nos emborrachemos. Mantengámonos sobrios», les pidió. El mandatario, que gobierna una democracia con escasas infraestructuras, problemas de corrupción y conflictos étnicos, admitió de esta manera su miedo a que Guyana caiga víctima de la paradoja de la abundancia, la también llamada maldición de los recursos. No sería la primera vez que le ocurre algo así a un país. Venezuela apostó por el petróleo en 1980, pero en 1988 el Gobierno de Hugo Chávez nacionalizó la industria petrolera y no invirtió en mejorar sus infraestructuras ni en potenciar otros sectores productivos. Tras años de derroche, la producción de crudo en el país ha caído y la economía se ha desplomado.
Entre 2000 y 2013, Guinea Ecuatorial generó 45.000 millones de dólares en ingresos petroleros, pero ese tesoro solo lo vieron unos pocos. El dictador Teodoro Obiang y los suyos se dedicaron a derrochar dinero a manos llenas mientras los habitantes del país se hundían en la miseria. El 70% de ellos vive con un dólar al día, la misma cantidad con la que hace lo que puede una gran parte de la población de Nigeria, país que cuenta con grandes reservas de petróleo.
Poseer grandes recursos naturales no garantiza la felicidad social.La abundancia se convierte con frecuencia en un obstáculo para la modernización de una economía que ha dejado de mirar a largo plazo y en un nido de corruptelas en el que todos quieren sacar la mayor tajada posible. Esta maldición suele venir acompañada por la llamada enfermedad holandesa, un término que se acuñó en los años sesenta del siglo pasado, cuando el considerable aumento de los ingresos de divisas en los Países Bajos tras el hallazgo de grandes yacimientos de gas natural cerca del Mar del Norte provocó un desequilibrio económico de grandes dimensiones. Lo ocurrido reveló que un exceso de dinero producto de una exportación inusualmente grande puede causar una elevada inflación y fulminar la competitividad del resto de los sectores, lo que acaba con el tejido productivo de un país.
Estas con las sombras que se ciernen sobre Guyana, cuyos habitantes aún no saben si es bueno o malo lo que les espera. Es una duda que no afecta a las empresas que ya han obtenido derechos de prospección en la zona. A ExxonMobil se les han unido compañías como Repsol, Total, Anadarko, Hess y la china CNOOC. Todas se frotan las manos pensando en el negocio.
Puede ocurrir cualquier cosa, incluso que la maldición de los recursos no se manifieste. Eso es, al menos, lo que piensa Gonzalo Escribano. «Es una profecía que no tiene por qué cumplirse, como ha ocurrido en Noruega o Indonesia», afirma. El director del programa de Energía y Cambio Climático del Instituto Elcano recalca que «el petróleo no es bueno ni malo». Depende de la calidad de las instituciones políticas.
Guyana tiene muchos boletos para que la maldición se cebe en ella. «Es un país pobre, sin instituciones, su gente formada ha emigrado, cuenta con un sistema judicial poco claro, hay corrupción, violencia, y tiene un conflicto étnico larvado desde hace muchos años», enumera Escribano. Reconoce que «es un terreno abonado para que haya problemas», pero ve algunos elementos positivos que pueden evitar que la nación más rica del mundo se despeñe por el precipicio.
Emili J. Blasco, Universidad de Navarra
«Aunque funcione más o menos bien, es una democracia», sostiene el investigador del Instituto Elcano. Además, añade, «existe una conciencia de todo lo que se ha hecho mal en los países afectados» por la maldición. Por de pronto, el Gobierno de Guyana se ha adherido a la Iniciativa para la Transparencia de las Industrias Extractivas, que obliga a sus miembros a revelar información sobre los ingresos de las empresas del sector, cómo pasa ese dinero a través de los gobiernos y cómo se gasta para beneficiar a sus ciudadanos.
A esta medida, que pretende poner freno a la corrupción, se le unen dos importantes decisiones.La primera es la de utilizar parte del dinero del petróleo en políticas para reorientar y diversificar la economía de Guyana, reducir su dependencia del uso intensivo de recursos y abrir nuevas oportunidades de ingresos e inversiones sostenibles en sectores verdes. La segunda decisión es la de crear un fondo para invertir los ingresos excedentes para beneficiar a las generaciones futuras, que es lo que hizo Noruega en su día.
Este fondo pretende ser una barrera para hacer frente a los riesgos de la enfermedad holandesa. «Además de servir para no gastar todo el dinero, desde el punto de vista macro, tiene importancia porque el país contará así con una hucha que le va a permitir frenar la inflación al meter en ella los excedentes económicos», explica Gonzalo Escribano, que se muestra moderadamente optimista: «No va a ser fácil, pero no lo veo tan mal. Sabemos más que hace veinte años y tienen los mimbres para controlar mejor la situación».
Quien no lo tiene tan claro es Emili J. Blasco, director del centro Global Affairs and Strategic Studies de la Universidad de Navarra. «Yo soy escéptico. Dada la corrupción que existe en el país, parte del dinero llegará a la gente, pero solo unos pocos se enriquecerán», pronostica. Su receta para evitar un desastre pasa por crear un fondo «para guardar dinero por si el petróleo pierde interés estratégico en el mundo» y por «reforzar las instituciones» de Guyana. Después, solo queda esperar con los dedos cruzados.
Este país, que se halla «en un rincón de América, a desmano, en un callejón sin salida», y que ocupa «un terreno que nadie quiere», deberá afrontar también los riesgos de una invasión de gente atraída por el resplandor de la riqueza. «Es una zona de paso de droga y con piratería en la costa. El dinero rápido va a incentivar a las redes del crimen organizado», advierte Blasco. Guyana pronto será un becerro de oro, un lugar de ambiciones desatadas, un saco sin fondo en el que se perderán muchas almas. Pero ya no hay vuelta atrás. «Hay muchos riesgos, aunque es mejor tener petróleo. Al menos, la gente sacará algo».
La Guyana mantiene una disputa territorial con Venezuela, que reclama el 70% de su territorio, una zona conocida como la Guyana Esquibia y que incluye una franja de mar en la que se encuentra localizado parte del yacimiento de petróleo. En 2013, la Armada venezolana llegó a desalojar un buque utilizado por la compañía estadounidense Anadarko para hacer prospecciones en una zona administrada por Guyana. Desde que se conoció la riqueza que atesoran las aguas, las reivindicaciones, que en la actualidad se hallan en manos del Tribunal de La Haya, han subido de tono, aunque los expertos no creen que lleguen hasta el punto de que se produzca una intervención armada como la de Irak en Kuwait.
Tensiones. El 40% de los habitantes de Guyana son de procedencia india y el 29% africana. Los nativos americanos constituyen el 7%. Existe una gran tensión étnica y religiosa entre las comunidades india y africana, que han llegado a enfrentarse físicamente.
80% es la tasa de acierto que registraron en 2018 las prospecciones realizadas por ExxonMobil en las aguas de Guyana, un porcentaje muy superior al 25% habitual. Desde que en 2015 se descubrió el primer yacimiento, no han dejado de producirse hallazgos de nuevos pozos.
Muchas facilidades. En 2016, el Gobierno de Guyana y ExxonMobil alcanzaron un acuerdo por el que el país recibirá una regalía del 2% sobre las ganancias brutas y el 50% de las procedentes del petróleo. Los expertos consideran que estos términos son demasiado favorecedores para la compañía petrolera. El FMIha aconsejado al Ejecutivo guyanés que revise futuros acuerdos.
De lo mejor. El crudo que ha comenzado a extraerse en Guyana es de alta calidad, apto para destilados medios, que es el tipo de producto que buscan las refinerías del Golfo de México en un mercado saturado por el petróleo liviano procedente del 'fracking'. Es también un crudo muy diferente del pesado o extrapesado que se obtiene en Venezuela.
120.000 barriles diarios es la producción que se alcanzará en los próximos meses en la primera fase de extracciones, que comenzó a mediados de diciembre del año pasado en 17 pozos. ExxonMobil estima que, para 2025, cuando se opere en otros yacimientos, se extraerán más de 750.000 barriles por día.
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