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Al despacho de Mario Iceta se llega por un pasillo muy instructivo, que sirve al visitante para ir entrando en situación. La pared de la izquierda la ocupan los retratos de los sucesivos obispos de la diócesis bilbaína, tanto titulares como auxiliares, desde Casimiro Morcillo hasta el propio Iceta, y en la pared de la derecha están enmarcadas las copias de dos bulas, escritas en latín con portentosa caligrafía vaticana: una de ellas creó en 1949 la diócesis de Bilbao (es decir, la Dioecesis Flaviobrigensis, por esa Flavióbriga que se suele ubicar más bien en Castro Urdiales) y la otra es el nombramiento del actual obispo. A ese lado se abre también la salita de espera, adornada por retratos de Iceta con los dos últimos papas, Francisco y Benedicto XVI.
Sin esas pistas que aportan los objetos de las paredes, seguramente jamás se le pasaría a nadie por la cabeza que el corredor en cuestión conduce a las dependencias de un obispo, ya que no se percibe ni rastro de pompa episcopal ni de penumbra litúrgica. «Es un despacho funcional», resume Iceta. De hecho, la estancia sobria y sencilla donde trabaja ni siquiera es, en sentido estricto, el despacho del obispo: «Es el que me dieron de obispo auxiliar, cuando llegué. El del obispo, en realidad, es el de al lado, pero ya estaba en este y me quedé. Lo tengo tal cual lo recibí, aunque he traído algunas cosas. Otras las he heredado». En el rincón opuesto a la puerta está la mesa de trabajo, con su ordenador, en cuya pantalla aparece de nuevo la caligrafía fascinante de las bulas: el obispo estaba leyendo el nombramiento de su nuevo auxiliar, Joseba Segura. «Yo soy de medios informáticos, de archivos escaneados», aclara. En primer plano, una mesa baja con una Virgen de alabastro sirve de zona de reunión.
Esa Virgen, que parece estar entregando a Jesús algún tipo de golosina, es uno de los detalles que Iceta ha añadido a la estancia, tras rescatarla de un armario del Obispado. También el crucifijo procede de otra sala del edificio. En cambio, ya se encontró colgada la imagen de la Virgen de Begoña, con un encuadre infrecuente que le entusiasma: «Es un perfil lateral que no se ve habitualmente, una cara bonita, dulce, acogedora, alegre, esperanzada... A mí me anima mucho». Tampoco es cosa suya el atunero, una maqueta de barco que ocupa una esquina del despacho. Tal vez podría parecer un poco incongruente en este entorno, pero al obispo no le cuesta buscarle justificación alegórica: «La Iglesia es una barca», argumenta, además de recordar la condición costera de la diócesis. Hay varias imágenes enmarcadas (un retrato del papa Francisco, una pintura de María con el Niño y San Juan, una foto de Iceta junto a la Virgen Peregrina de Begoña...) y un par de plantas en esquinas opuestas. «Soy un poco malo cuidándolas, pero tengo el mérito de que no se hayan secado en once años. A veces las veo un poco pochas y tengo que meterlas en la UVI», bromea Iceta.
Tanto la mesa de trabajo como la estantería se ven ordenadas, en perfecto estado de revista, y el obispo asegura que no es el resultado de un zafarrancho de última hora de cara al ojo despiadado de la cámara. «Me gusta el orden. En latín se dice 'serva ordinem et ordo servabit te', guarda el orden y el orden te guardará. Además, tengo mala memoria, así que me conviene ser ordenado». Los libros comparten las baldas con decenas de objetos, muchos de ellos regalos de otras diócesis, de amigos sacerdotes y de comunidades de fieles. Hay, por ejemplo, todo un rincón misionero, con una Virgen de ébano y un par de colmillos procedentes de África (uno sin tallar y el otro, con figuras de elefantitos), una cruz ecuatoriana adornada con escenas campesinas y un diminuto belén, también del país sudamericano, que sorprende por su vistoso colorido y por lo atestado del portal. Pero tampoco faltan los recuerdos más cercanos a casa: una hoja del roble de Gernika, su localidad natal, cuidadosamente calada por un artesano hasta trazar la imagen de la Casa de Juntas, o la «foto entrañable» de 2008 en la que se le ve, recién ordenado de obispo auxiliar, junto a los titulares de entonces de las tres diócesis vascas (Juan Uriarte, Ricardo Blázquez y Miguel José Asurmendi).
Los recuerdos se multiplican: la Virgen del Silencio de un Congreso de Sordos, una representación de la vida contemplativa que le regaló un misionero carmelita, la efigie de Juan Pablo II de las Jornadas Mundiales de la Juventud celebradas en Polonia o una fotografía junto al obispo emérito de Barbastro, Ambrosio Echebarría, tomada una semana antes de su fallecimiento. También hay una corona de Virgen que «está de paso», en espera de que le reparen una abolladura. Entre los libros, ocupa un lugar central «la Palabra de Dios», desde la Biblia de Jerusalén («un poquito usada ya») hasta las últimas traducciones del Nuevo Testamento al vizcaíno, pasando por la versión clásica en euskera de Kerexeta. Alrededor de ese núcleo doctrinal, se pueden encontrar las 'Cartas y escritos' de San Valentín de Berriotxoa, la colección encuadernada de la revista diocesana, los documentos de la beatificación de Rafaela Ibarra o un volumen sobre la catedral de Córdoba.
Suenan las campanas de la basílica de Begoña, de cuyo complejo arquitectónico forma parte el Obispado. El despacho está situado encima de los soportales y desde sus ventanas se puede contemplar una parcelita de hierba -con dientes de león que relucen al sol-, algunos árboles, dos edificios del barrio y «el monte al fondo», como destaca Iceta. ¿Cuáles son sus rutinas de trabajo en este entorno? «Vengo sobre todo por las mañanas y aquí tengo reuniones o recibo a gente, porque el trabajo personal de preparar homilías, conferencias o cartas suelo hacerlo en casa. En el despacho atiendo a las personas que quieren hablar con el obispo, que son de todo tipo, de todas las edades, sin un perfil concreto. Aquí se recibe a todo el que lo pide».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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