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«¿Qué por qué acoso? Porque puedo». Aquel chico de segundo de la ESO (13 años) había iniciado el 'círculo del bullying': él comienza a ... maltratar a otro chaval, un grupito de gente se suma al acoso, otros pocos les jalean y muchos lo ven y no hacen nada porque piensan: 'No es mi problema'. Así, la víctima se queda sola. En torno al 22% de los chavales han sufrido bullying. El dato de los acosadores es más esquivo, pero rondaría el 5%. ¿Qué ocurre en la mente del 'matón'?
«El que acosa lo hace porque obtiene un beneficio, una ventaja: dinero de sus víctimas, ser el más popular, ser el primero en todos los juegos…», empieza a desentrañar Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE). «El acosador no se suele encontrar a gusto consigo mismo. O es inseguro o tiene falta de control de impulsos o necesita aprobación y la logra así… Aunque también están esos niños a los que no les sucede nada de lo anterior pero un día hacen una burla a otro y ven que eso les reporta atención y fama. Lo perciben como un beneficio y lo repiten». He aquí la primera clave del acoso: el beneficio.
El que acosa una vez lo hará otra. Y muchas más. Aquí, otra clave: el acoso no cesa. «Es un proceso sumatorio que va a más en frecuencia e intensidad. Un caso habitual sería el del chaval que empieza burlándose de otro, luego le excluye del grupo y, un poco más tarde, llegan la patada, la colleja, el empujón…». También el ciberacoso. «A veces es preludio de todo eso y, otras, consecuencia. En estos casos, la víctima experimenta más ansiedad porque después de haber recibido insultos por WhatsApp o ver que han colgado una foto suya en Facebook, sabe que al día siguiente verá a sus acosadores en el colegio. Al acosador el ciberbullying le genera expectativas porque, tras haber bloqueado a la víctima en el chat de amigos o enviar una foto suya comprometida, podrá esperarla en clase para reírse otra vez de ella o para sacarle a colación esa foto insultante que ha enviado».
¿Le mandaron el acosador alguna vez una foto así? ¿Fue primero víctima? Es una afirmación que suele hacerse y conviene acomodar a la realidad. José Antonio Luengo, psicólogo y ex Defensor del Menor en Madrid, cuenta el caso de una chica que cambió tres veces de colegio porque se metían con ella. «A la última escuela decidió entrar 'en plan malota'». La víctima convertida ahora en acosadora. «No es un perfil frecuente y, cuando sucede, lo que pasa es que esa víctima busca una salida al agujero negro en el que se halla, sin esperar en un rincón a que le den la siguiente paliza. Todas las víctimas buscan escapar del maltrato. Unas lo hacen pidiendo ayuda, otras se callan, 'a ver si el remedio va a ser peor que la enfermedad', y otras pocas se convierten en acosadoras. Cuando ven la oportunidad de formar parte de ese grupo que ostenta el liderazgo dañino, la aprovechan porque prefieren agredir a ser agredidas».
El menor acosador que antes fue acosado representa «un porcentaje pequeño». Más pequeño aún el del acosador que soporta una mochila de malos tratos y abusos en la infancia. «La explicación en este caso tiene que ver con «el aprendizaje vicario», el aprendizaje al observar el comportamiento de los demás. «Hay familias en las que el niño tiene modelos de respuesta anómalas a situaciones conflictivas. Sus padres resuelven los problemas con violencia y vejaciones, en lugar de con diálogo y respeto. En lugar de escucha y respeto, el crío ve que sus padres responden con vejaciones y violencia. Ese modelo de relaciones interpersonales basado no solo en la autoridad sino en la agresión va a predisponer al menor a utilizar esos mismos mecanismos porque ha asimilado que es mejor estar arriba (agredir, insultar, vejar…) que abajo (recibir los golpes, los desprecios...)».
Así que no existe un perfil de menor acosador, aunque sí hay patrones de conducta. «Nos encontramos con chavales cada vez más jóvenes, incluso de 9 años, de entornos sociales favorecidos, con relaciones familiares ordinarias pero que ejercen una jerarquía basada en su supuesta superioridad». He aquí otra cuestión que define al matón (o matona): se cree más que el otro. 'Soy superior a ti y tengo derecho a reírme y hacerte daño'. Porque sabe que causa dolor. «No es un descerebrado ni un psicópata. Sabe que hace daño, pero eso no le hace reflexionar ni siente lástima. Y lo sigue haciendo porque se siente reforzado y considerado como alguien con poder, importante». Es el clásico 'líder malote', «un liderazgo mal entendido», advierte Luengo. Porque ser líder está bien. «Hay niños que son líderes porque intelectualmente son potentes, porque cuando hablan parece que siempre aciertan; otros, porque son buenas personas, sensibles, ayudan a los compañeros… Pero estos son dos liderazgos más díficiles de construir porque ser intelectual o bueno no son aspectos que se hayan reforzado socialmente». El modelo imperante, dice, es «el liderazgo basado en el poder. Hago daño porque me da prestigio, tengo poder sobre otros, me tienen miedo… Como ese futbolista que se convierte en una figura con sus malos modos, sus exabruptos, exhibiendo ese mal perder». Para hacerle frente, el modelo contrario: «Iniesta, por ejemplo, es un claro ejemplo de cómo alguien se convierte en una persona admirada precisamente porque no ha dado una patada en su vida y se comportaba bien con sus compañeros».
Ese tránsito a otro tipo de consideración del líder exige de un cambio social. Pero hay que acometer actuaciones más urgentes. En AEPAE organizan campamentos de verano para lo que llaman «víctimas severas». Como aquella chavala de 13 años que había intentado suicidarte tres veces a consecuencia del maltrato sufrido. «Ella decía: 'No es tanto que me peguen, me insulten y me escupan. Lo peor es que a nadie le importa». Ahí reside el 'poder' del acosador: no encuentra quien le haga frente. «Violentos siempre va a haber, pero en el momento en que el grupo deja de apoyar y jalear al que hace bullying, este dejará de hacerlo porque este tipo de agresiones tienen que ver con el reconocimiento social y el aplauso de los demás». Que cese la agresión es fundamental, pero se pueden dar más pasos: el perdón de la víctima y el cambio de actitud del acosador: «No se trata de crucificarle. Cuando ves que no solo no te refuerzan por no agredir, sino que cuando muestras una conducta favorable la gente te acepta y te sonríe el cambio se produce», advierte Luengo. Adiós al matón.
«No te metas en líos». Es la frase bienintencionada de los padres. Y eso no hace sino agrandar el círculo del bullying, ese en el que hay acosadores, jaleadores y gente que mira hacia otro lado. Eso les han dicho a estos últimos en casa. «Con la mejor de las intenciones, los padres recomiendan al niño que huya de los conflictos, pero eso acuña una manera de responder conservadora. No es igual que si le dijeran: 'Cuando veas que acosan a un chico, ayúdale, díselo al profesor, enfréntate....'. Así que los chavales no intervienen, no vaya a ser que ellos sean las próximas víctimas. Eso es un modelo social instaurado», asegura el psicólogo José Antonio Luengo. Insiste en que lo que los padres transmiten a sus hijos, los comentarios que hacen, es determinante. «Si tu hijo te cuenta que maltratan a otro y dices: 'Bah, algo habrá hecho', 'es que ese niño también…' lo que haces es interpretar la realidad de una manera que va a generar un patrón en el niño. Si vemos en el telediario el horror de los niños de Gaza y en lugar de comentar delante de nuestros hijos: 'Pobres niños, lo han perdido todo', 'debéis sentiros afortunados', 'tenemos que ayudarles'..., nos callamos o hacemos incluso comentarios vejatorios, el chaval normalizará situaciones muy dramáticas y se insensibilizará cuando vea a gente que sufre».
Así se reeduca a un acosador
La familia. «Nueve de cada diez familias no reconoce que su hijo acosa. No solo eso, algunas lo minimizan y, de alguna manera, lo justifican: 'El otro niño también le ha insultado', 'el mío lo ha hecho pero otros lo hacen más...'».
¿Funciona la expulsión? «Que al acosador le expulsen unos cuantos días del colegio no es la solución porque está más a gusto jugando a la Play en casa que estudiando. Además, suele volver empoderado y, muchas veces, él (o ella) o alguien de su grupo, prosiguen con el acoso: 'Te voy a maltratar más por chivato'».
Sanción reeducativa. «La sanción le debe costar un esfuerzo, debe ayudarle a empatizar y tiene que tener que ver con el tipo de acoso que ha cometido. Por ejemplo, si ha hecho acoso homofóbico, se le puede mandar tres sábados por la mañana a colaborar con una asociación LGTBI. Si se ha metido con otro porque es torpe, puede ayudar a los compañeros de clase en materias que a él se le den bien y si es un ataque xenófobo y, tal vez por edad no puede colaborar con una asociación, se le puede mandar hacer un trabajo sobre la xenofobia y mandarle que lo exponga en clase», propone el portavoz de AEPAE.
¿Cómo ayudar a Amanda Tood? AEPAE lleva a cabo el Plan Nacional para la Prevención del Acoso Escolar, al que se han adherido 172 colegios de España. En su trabajo con acosadores, una actividad consiste en mostrarles el hilo de comentarios en Facebook que la canadiense Amanda Todd publicó antes de suicidarse: 'Hoy nadie se ha sentado conmigo en el comedor del colegio', 'han subido una foto mía a Facebook en la que me han puesto tetas', 'me han hecho beber lejía'. «Escribimos todas esas frases en papelitos, eligen una y deben escribir qué habrían hecho ellos para evitar esa situación de maltrato que describe en cada frase«, explica Enrique Pérez-Carrillo.
La importancia de los observadores. En el marco del plan de prevención de AEPAE en los colegios, en cada clase se eligen dos 'observadores', alumnos empáticos, asertivos, que son un buen ejemplo de líder y que selecciona el tutor para que vigilen y alerten de los casos de acoso. «Funcionan muy bien porque el acosador suele hacerlo a escondidas de los adultos: profesores, padres… pero a la vista de sus compañeros».
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