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Javier Peñalba
Enviado especial. Florida
Sábado, 19 de enero 2019, 07:48
Las miradas de todos están puestas en doce personas. Son ocho varones y cuatro mujeres. Poco o nada ha trascendido de ellos a la opinión pública. Sus edades oscilan entre los treinta y sesenta años. Cuatro de ellos son afroamericanos –tres mujeres y ... un hombre–, al igual que lo era una de las víctimas. Los ocho restantes son caucasianos. Entre los miembros del tribunal los hay con estudios superiores, el gerente de una empresa vinculada a la construcción, así como un miembro de seguridad, de aquellos que revisan las pertenencias en los arcos de seguridad en establecimientos públicos. Asimismo, hay una funcionaria de la Administración de Justicia y un empleado de Correos.
Todos ellos tienen la difícil tarea de determinar si Pablo Ibar es la persona que en 1994 asesinó a tres personas en un chalé próximo a Miami. Durante más de un mes llevan escuchando al representante de la acusación, el fiscal Charles Morton, que no se dejen engañar, que la persona que aparece en el vídeo que grabó los asesinatos de Casimir Sucharsky y las jóvenes de 25 años Sharon Anderson y Marie Rogers –que estaban con él en el momento de asalto– no es otro que Pablo Ibar. Pero al mismo tiempo, los miembros del tribunal han podido verificar gracias a la labor realizada por la defensa que no todo está tan claro, que puede que la persona que sale en las imágenes 'solo' se parezca a Pablo.
En las horas que restan hasta que lleguen a un veredicto tienen mucho por analizar y, a la vista de sus primeras actuaciones, las dudas les embargan. El jueves, prácticamente en su primera jornada de deliberación, ya solicitaron volver a examinar el vídeo. Desde que empezó el juicio lo han visto repetidas veces, algunos observadores aseguran que en más de veinte ocasiones. Incluso el pasado miércoles, durante el turno final de réplica de los informes del fiscal.
Sin embargo, hay algo en esa cinta que necesitan visionar de nuevo. Los doce jurados, con las luces de la sala apagadas y ante una pantalla gigante de televisión, repasaron los 22 minutos que dura la grabación, obtenida gracias a una cámara oculta en una estantería en el chalé de Sucharsky. Volvieron a presenciar la irrupción de dos individuos en el salón de la casa, sus idas y venidas y cómo finalmente uno de ellos efectuó tres disparos contra las víctimas indefensas.
Pero al jurado no solo parecen asaltarle dudas con la prueba del vídeo. También las tienen respecto a las de ADN que en 2016 aportó la Fiscalía por primera vez después de 22 años. La localización de un rastro mínimo en una camiseta que el autor de los disparos llevó puesta en la cabeza con la finalidad de ocultar su rostro no deja de sorprender a todos. También al jurado, que ayer pidió que les fueran leídas de nuevo las declaraciones de dos expertos en ADN: la especialista que efectuó los primeros análisis en una parte de la camiseta donde está el resto biológico y un profesional traído a propuesta de la defensa que refutó el testimonio de otro perito que afirmó que la posibilidad de que esa traza de ADN no fuera de Ibar era de 1/353 trillones.
No hay duda de que, para personas sin la formación adecuada, la genética encierra una gran complejidad. Pero lo cierto es que en este caso la acusación tampoco ha ayudado mucho a los jurados. Los avances científicos en las últimas décadas han sido tales que a nadie se le escapa que la muestra de Pablo hallada parece más bien demostrar que no es él quien efectuó los disparos. Nadie acierta a comprender cómo una camiseta que alguien porta sobre la cabeza durante veinte minutos y con la que posteriormente se seca el sudor solo tenga una muestra tan mínima. Según la defensa, todo induce a pensar que el rastro fue como consecuencia de una contaminación, producto de un grave error en la cadena de custodia de las pruebas.
Tras la lectura del testimonio, es posible que los miembros del jurado estén algo más cerca de la verdad. Y en esa búsqueda de la verdad, el juez Dennis Bailey les hizo saber que una «duda razonable» no es una mera duda posible, especulativa, imaginaria o forzada. Y que dicha duda no debe influirles para emitir un veredicto de no culpabilidad si llegan a un convencimiento fundado de que el acusado es culpable. Pero también les dijo que si concluyen que no existe tal convencimiento han de considerar que las imputaciones no han sido demostradas, por lo que deberán declarar no culpable al acusado.
El jurado comienza las deliberaciones a las nueve de mañana y se mantiene reunido hasta las ocho de la tarde, con el imprescindible descanso para comer. Los debates tienen lugar en una sala cercana a la del juicio. Lo habitual en casos de la relevancia del de Pablo es que el juez les conceda tres días para que emitan su fallo. Si consumido este tiempo no hay resultado, el magistrado acostumbra a preguntar al jurado si necesita más tiempo. Si así se lo piden, se les concede.
En el proceso contra Pablo, hoy se cumple el tercer día de deliberación propiamente dicho, pese a que el jurado quedó aislado entrada la tarde del miércoles. No obstante, en aquellas primeras horas apenas tuvo tiempo para nombrar a su portavoz y establecer el sistema de funcionamiento. No parece, sin embargo, que Bailey vaya a instarles, al menos hoy, a que se den prisa. Sí podría apremiarles a partir de mañana. El lunes es jomada festiva en Estados Unido que conmemora a Martin Luther King.
No hay un límite legalmente establecido para alcanzar un veredicto. En el caso, por ejemplo, de Seth Peñalver, el supuesto cómplice de Pablo, que quedó absuelto, el jurado necesitó diez días. No obstante, si el juez estimara que la unanimidad que deben alcanzar los miembros del tribunal resultara imposible, procedería a la disolución del jurado y declararía juicio nulo, lo que obligaría a repetirlo.
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