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Jose Antonio GUerrero
Martes, 24 de diciembre 2019
Hay pueblos que dan frío solo con nombrarlos. Bajo el sol reluciente de junio o abrasándose con los calores de agosto, los vecinos de estos rincones de nuestra geografía siempre andan más frescos que los de la villa de al lado..., al menos desde el ... punto de vista etimológico. España es un país rico en municipios (más de 8.100), y también en topónimos curiosos, incluidos aquellos con el invierno a la vista. Es el caso de Las Inviernas, Yelo o Yela, Frías, Villafría, Rascafría, Montefrío, Riofrío, Nevada, Villanubla, Santa María del Invierno.... Nombres forjados al abrigo de climas helados que piden encender la lumbre y preparar una taza de chocolate caliente. En todos ellos, como invita a pensar su denominación, las temperaturas se desploman en invierno, aunque parece que éste que acabamos de estrenar no va a resultar especialmente crudo. O eso dicen los meteorólogos.
En Las Inviernas tienen el frío metido en el nombre. También en el cuerpo. Y eso que este rincón de la provincia de Guadalajara, a 65 kilómetros de la capital, debe su bautismo a que era el enclave más agradable de la comarca para soportar los rigores de la estación blanca. El origen de Las Inviernas anida en uno de los campamentos romanos que el general Publio Cornelio Escipión Emiliano montó en el asedio a Numancia, allá por el siglo II antes de Cristo. «Aprovechando el paso de una vía romana, las legiones de Escipión se asentaron en esta zona para pasar el invierno, que es muy duro en toda la comarca, pero algo menos aquí», explica Santiago Flores, el vecino de Las Inviernas que mejor conoce la historia de este municipio con 59 habitantes censados, si bien apenas dos docenas viven durante todo el año. «A estos campamentos de invierno se les conocía como las 'hibiernas', y así les llamaban los romanos». Numancia cayó, pasaron los años y, en el siglo XVI, aquel territorio inhóspito se convirtió en el marquesado de Villamayor de Las Ybiernas, y ya a finales del siglo XIX, y hasta hoy, en Las Inviernas. Veremos si el cambio climático lo respeta.
A sus contados vecinos se les conoce como inverninos o hiberninos, pero su alcaldesa, Isabel Espada, sostiene que, se llamen como se llamen, en su pueblo hace un frío del demonio, por mucho que los romanos pensaran que aquello era poco menos que Benidorm. «Es verdad que aquí estamos mejor que en otras zonas de Guadalajara, como Molina de Aragón», apunta. Efectivamente, Molina de Aragón forma parte del llamado 'Triángulo de hielo' junto con Calamocha (Teruel) y la propia capital turolense. En ese 'polo del frío' se han registrado las temperaturas más bajas de la historia en una zona poblada de España, con mínimas que alcanzaron los 30 grados bajo cero el 17 de diciembre de 1963.
En Yelo, provincia de Soria, su alcalde, Álvaro Navalpotro, anda estos días subido al tractor desde que amanece hasta que se echa la noche. Dentro de la cabina de su Massey Ferguson 7726 no pasa frío, pero por las mañanas, cuando lo arranca, aquello es un bloque de hielo. Así como suena. Igual que el nombre de su pueblo. En Yelo son 40 almas, aunque solo la mitad reside de manera habitual. En esta 'zona cero' (o bajo cero) de la España rural, vacía y olvidada viven del campo. A Álvaro, de 39 años, lo pillamos preparando la tierra para empezar a sembrar cebada a mitad de enero. «Cuando salgo por ahí y digo a la gente que soy de Yelo, siempre me preguntan si hace mucho frío. Yo les digo que sí, y que también hiela bastante».
A los de Yelo les dicen yelanos, y a nuestro alcalde, un tipo muy cálido de trato, le gustaría que estas navidades su pueblo recobre algo de la vida con la que vibra en las fiestas de septiembre, cuando se juntan cerca de 300 veraneantes. «Por estas fechas nos quedamos bastante desangelados; hay muchos vecinos mayores que se marchan a la ciudad a pasar las fiestas con sus familiares, y no les culpo, porque hace mucho frío y es mejor guarecerse en casa». En Yelo sólo hay un bar, que únicamente abre los fines de semana. Lo lleva un matrimonio venezolano asentado en el pueblo gracias a un programa de arraigo puesto en marcha por la Diputación de Soria para frenar la sangría de la despoblación. «Abrirlo a diario no tenía sentido. No hay gente para tanto. Además, hay que calentarlo bien y eso cuesta dinero, así que o ibas bien abrigado o te congelabas. Los fines de semana sí se está mejor».
La réplica en femenino de Yelo corresponde a Yela, una pedanía a once kilómetros de Brihuega, en el corazón de La Alcarria. «Aquí tenemos un dicho: 'entre Villaviciosa y Hontanares, siempre hiela', y es verdad, porque Yela está justo entre esos dos pueblos y hace más frío, jajajaja», se solaza su alcalde, Fernando Mármol, de 66 años y jubilado del aeropuerto de Barajas, donde trabajaba como técnico de mantenimiento de aviones. Yela se encuentra a 1.127 metros de altitud y en invierno hace un frío que pela. Sobre todo cuando sopla el viento, que es casi siempre.
Podría decirse que esta aldea con las casas de piedra bien juntitas, como para darse calor, late al ritmo de sus vecinos, lo que vendrían a ser 18 pulsaciones por minuto en invierno (o sea, más muerto que vivo) y 200 en verano, cuando bombea vida por los cuatro costados. En Yela no hay niños desde hace años. Las escuelas se cerraron y hoy albergan el centro social, el único punto de encuentro para los yelenses. Por estos lares, la despoblación no es cosa reciente. «La llevamos sufriendo desde los años sesenta. Ahora, cuando ya no tiene remedio, parece que los políticos se empiezan a preocupar», se lamenta Mármol.
De noviembre a marzo, Yela es una nevera (se encuentra en una llanura muy alta, con un viento glacial que azota sin misericordia), pero también es un pueblito con sus encantos, como la iglesia románica del siglo XIII y el entorno natural cuajado de robles que lo rodea. «Es muy bonito y tranquilo para pasear. Tenemos un quejigal protegido de 1.800 hectáreas y no es difícil toparse con corzos, ciervos y águilas», presume el alcalde.
En Yela, como no podía ser de otra manera, hiela. Fernando, que lleva viviendo allí 30 años, todavía recuerda una madrugada en la que a las cinco de la mañana arrancó el coche para dirigirse al trabajo en Barajas y el termómetro marcaba 18 grados bajo cero, un clima siberiano. Pero si el tiempo es gélido en invierno, en verano les regala una tregua: cuando medio país se achicharra, en Yela hay que arroparse por las noches, aunque, antes de que lo advirtiera Greta, ya vienen notando que no son tan frescas como antaño.
Los vecinos tienen autorización para cortar la leña y alimentar las chimeneas de sus hogares. Otros cuentan con estufas de pellet o calefacciones de gasóleo. Las noches de diciembre y enero se hacen más llevaderas junto a la lumbre (y si por medio hay un vasillo de vino y unas chuletillas de cordero, tanto mejor). «Aquí te asomas a la ventana y sabes inmediatamente cuánta gente hay viendo el número de chimeneas que echan humo». Mármol desconoce de dónde viene el topónimo de Yela. «Lo estamos investigando; hemos escarbado en los orígenes del pueblo, pero todavía no hemos encontrado nada. Pero, bueno, tampoco hemos descubierto por qué tenemos a dos santos italianos, san Gervasio y san Protasio, como patronos, cuando sus restos están enterrados en la catedral de Bolonia y no tenemos constancia de que anduvieran por aquí».
Tampoco Ambrosio Martínez sabe por qué el pueblo del que es alcalde se llama Santa María del Invierno. Quizá algo tenga que ver el hecho de que los 62 paisanos de este municipio a 20 kilómetros de Burgos vivan bajo cero tres meses al año. Aunque, para frío-frío, Villafría, también en Burgos, donde el mercurio descendió hasta los -22 en 1972. Se da la circunstancia, además, de que, según los datos oficiales de la Agencia Española de Meteorología (Aemet), es el lugar habitado más frío de España si tenemos en cuenta su temperatura media anual: 10,2 grados.
Y sin salir de la provincia de Burgos, no podemos dejar pasar Frías, la bellísima villa medieval de 251 habitantes. Frías procede de Frida, como se llamaba el pueblo antiguamente (de hecho, el gentilicio de los de Frías es fredenses), y hace honor a su nombre actual, aunque con matices. Situados a 565 metros de altitud, los fredenses no se quejan del mercurio. «En Medina de Pomar siempre tienen dos grados menos que aquí, y en Burgos capital todavía alguno menos», ilustra Roberto Ortiz, el concejal de Cultura y el último niño nacido en Frías, hace ya la 'friolera' de 45 años. Ortiz insiste en restar frío a Frías. «No es exagerado. Yo prefiero estar aquí a cero grados que a cinco en Bilbao, donde, con la humedad, el frío se te mete en los huesos y no hay quien te lo saque». Roberto ya no recuerda nevadas como la que vivió una semana del año 2015, durante la que no dejó de caer ni un solo día, ni heladas como la que, unos años antes, congeló parte del caudal del Ebro, que discurre cercano.
Donde la nieve ya ha hecho su aparición es en Rascafría, otro de los pueblos 'tiriteros' por su nombre y su clima. Situado a 1.200 metros de altitud, la denominación de Rascafría viene de 'roca fría', por los bloques de piedra que modelan la Sierra de Guadarrama, en donde está enclavado. A su alcalde, Santiago Marcos, le sigue haciendo gracia que le digan que en un pueblo con ese nombre tiene que hacer un frío que rasca. Lleva peor si el bromista de turno le añade la coletilla '¿lo pillas?'. Casi siempre le deja bastante frío.
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