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Mahatma Gandhi no vería con buenos ojos la propuesta de plantar diez árboles para conseguir la licencia de armas en su país. Pero la entendería perfectamente. India siempre ha sido una tierra de contrastes: cuna de líderes pacifistas y, al mismo tiempo, un país que ... pierde la cabeza por las armas de fuego. Se calcula que la población civil de India está en posesión de más de 70 millones de armas de fuego, por delante de China (49 millones) y solo superada por Estados Unidos (393 millones). Son datos del Instituto Superior de Estudios Internacionales de Ginebra que ponen los pelos de punta.
A falta de medidas que contrarresten esta tendencia, las autoridades del estado de Punjab, al noroeste del subcontinente, junto a la frontera de Pakistán, han decidido arrimar el hombro en favor de la defensa del medioambiente. «A partir de ahora, para obtener una licencia de armas habrá que plantar diez árboles como mínimo. Los solicitantes deberán enviar fotos de ellos mismos con los árboles recién plantados, así como fotos de seguimiento un mes después para dejar claro que los cuidan», explicaba hace unas semanas Chander Gaind, comisionado adjunto del distrito de Firozpur. Desde que se introdujo la norma el mes pasado, se han recibido más de cien solicitudes.
La región de Punjab es una de las más ricas y auténtico granero del país. Más de la mitad de sus habitantes pertenece a la religión sij. Entre otras cosas, se les distingue por el turbante, la barba poblada, el brazalete de hierro en la muñeca y un pequeño puñal. Pero también son muy hábiles con los rifles y recortadas. Es un colectivo que siente pasión por las armas en general. No en vano el 'khanda', un símbolo sij, que representa el conocimiento de Dios, es una espada recta. Con esos antecedentes no resulta nada raro que hayan formado parte sustancial del Ejército indio. Al menos hasta 1974, cuando el Gobierno federal decidió limitar su incorporación a filas.
Y es que fue entonces cuando el hecho diferencial del colectivo sij, sobre todo en Punjab y alrededores, empezó a hacerse notar con especial crudeza. Se sentían marginados en la sociedad india y exigían mayor autonomía del Ejecutivo de Nueva Delhi. La violencia estalló en 1984 con el asesinato de la primera ministra, Indira Gandhi, a manos de sus guardaespaldas sijs. Las represalias contra los seguidores del sijismo fueron brutales.
La prosperidad económica ha contribuido a cerrar, aunque sea en parte, las heridas de esa época tan convulsa. Ahora, parece que la prioridad es impulsar la reforestación de la zona. El objetivo es que arraiguen 12.000 retoños al año para compensar la tala indiscriminada y, de paso, reponer las reservas de agua subterránea. «Es muy sencillo. Nuestra gente se muere por los coches grandes, los móviles y las armas, así que... ¡vamos a volverlos locos con plantas!», razonan con humor las autoridades. En Punjab hay 360.000 licencias de armas activas, una de las tasas más elevadas de India. Eso sí que es una locura.
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