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Carmen Nevot
Miércoles, 16 de agosto 2023
La Guardia Civil ha imputado a un hombre como presunto autor del asesinato de Guillermo Castillo, de 78 años, el hostelero hallado muerto el pasado 2 de mayo en su vivienda en Cuzcurrita de Río Tirón, a escasos cien metros de la célebre bodega Casa ... Guillermo, de la que era propietario. El detenido, de 52 años, se encuentra en la actualidad en prisión por el atraco a una sucursal bancaria de Varea que, al parecer, perpetró mientras estaba en tercer grado penitenciario el pasado 24 de julio. Cumplía entonces condena por otros delitos, casi siempre menores, robos, hurtos y trapicheos de poca entidad. De hecho, es un viejo conocido de la cárcel logroñesa. El robo en el caso de Cuzcurrita también ha sido la principal hipótesis que manejaba la investigación desde el minuto uno. El objetivo podría haber sido el dinero de la caja después de tres intensos días de trabajo en el restaurante tras el puente del Primero de Mayo.
Los agentes de la Unidad Orgánica de la Policía Judicial de la Guardia Civil, según fuentes cercanas a las pesquisas, trasladaron al sospechoso a última hora de la mañana de ayer desde el centro penitenciario de Logroño al juzgado de Haro, donde se instruye el caso, para que prestara declaración. Un extremo que el portavoz del instituto armado Miguel Ángel Sáez ni confirmaba ni desmentía.
El cadáver de Guillermo Castillo fue descubierto a primera hora del martes 2 de mayo. Uno de sus empleados que hacía las labores del campo llamó a la hija del restaurador, Yolanda, sobre las ocho de la mañana. Había intentado contactar con el hostelero porque necesitaba un vehículo y no lograba dar con él. No le cogía el teléfono ni tampoco le abría la puerta.
La hija acudió de inmediato a la casa de su padre, una vivienda de tres plantas y fachada de piedra. La puerta estaba abierta y nada más entornarla vio las zapatillas de Guillermo tiradas en el rellano. Allí mismo había un gran charco de sangre y varios objetos tirados por el suelo.
La mujer pidió al empleado que se dirigiera al salón. Tampoco estaba ahí Guillermo, aunque también en esa estancia había varios cajones abiertos y tirados por el suelo. Poco después llegó la Guardia Civil y halló al restaurador ya fallecido en el interior de la despensa que siempre permanecía abierta y esa mañana estaba cerrada. Había recibido varias puñaladas.
Guillermo Castillo nació el 24 de febrero de 1945 en Cuzcurrita de Río Tirón, y desde hacía unos 40 años llevaba una pequeña bodega en la que empezó a dar comidas a grupos reducidos. Poco a poco, dado el éxito de su negocio, abrió como restaurante. Ofrecía un copioso menú de entre diez y doce platos por unos 30 euros que él mismo se encargaba de 'cantar' a los clientes. Su merecida fama colocó a Cuzcurrita del Río Tirón en el mapa de los amantes de la mesa tradicional de todo el país.
Él era el alma de un restaurante singular, único en su especie. Un templo para los amantes del buen comer cuyo nombre corría de boca en boca de los seguidores de Gargantúa y Pantagruel y cuyo menú era susurrado como un canto a la lascivia de la carne.... emplatada. Uno oía «morcilla, chorizo, pimientos rellenos, carne guisada, manitas de cerdo, caparrones, patatas con chorizo, sopa de ajo y chuletillas (solo eso, porque el menú es más largo)» y ya sabía de qué y de dónde se estaba hablando.
Porque el menú no era algo escrito. En Bodega Guillermo el que entraba era para comer lo que había, sin melindres y con hambre, con raciones kilómetricas, decoración austera presidida por su gran chimenea y manteles blancos (antes eran de cuadros) y vino de la casa sin etiquetas. Todo bueno, todo casero, todo abundante. «Lo mismo te canta una jota entre plato y plato que te da un cariñoso pescozón si no te has acabado los caparrones», escribía hace ya unos años nuestro recordado Eduardo Gómez.
Bodega Guillermo era la casa de Guillermo y ahí se comía a su estilo, con los platos llegando sin parar hasta provocar la 'muerte por gula'. Y entonces llegaban las bandejas de pasteles. Y las botellas de licor. Sin contemplaciones, aunque algunos saliesen estupefactos con críticas a la decoración, a la falta de etiqueta o con cualquier otra melindrosa excusa muy alejada de lo que significa Guillermo, que no es otra cosa que comer. Porque esa era (y es) la democracia que Guillermo impuso en su casa. Mucho para todos, pero para todos igual. Ni ricos ni pobres, solo amantes de la comida.
La hija de Guillermo Castillo, Yolanda Castillo, se enteraba por el diario La Rioja de la detención de un individuo en relación a la muerte de su padre. Con manos temblorosas y en un evidente estado de nerviosismo, las palabras y las sensaciones se agolpaban en su boca impidiendo que, al contrario que las muchas ocasiones que la joven atendió a los medios, se expresase con claridad.
Después de tres meses y medio de incertidumbre y rumores por todo el pueblo y la comarca, el nuevo paso en la investigación llegaba como un soplo de aire fresco. «Ahora tengo sentimientos encontrados. De repente tengo muchas ganas de llorar, esta situación no es nada fácil -reconocía-. Tengo alegría, dolor, rabia pero sobre todo satisfacción. Por un lado, de alegría, por saber que el asesino de mi padre ya está detenido. Pero por otro lado siento una rabia tremenda».
«No sé nada sobre quién ha podido ser, pero tengo muchas ganas de ponerle nombre y apellidos -señaló-. Por fin se empieza a hacer justicia». Reconocía que sentía la imperiosa necesidad de ver su cara para poder dirigirse a él. «Quiero saber quién ha podido ser capaz de hacer algo así a un hombre bueno, como lo era mi padre», repetía. Rápidamente la noticia corría por toda la localidad, que durante estos días y en pleno apogeo del mes vacacional ya ha triplicado su población y desborda alegría y actividades tras los duros primeros meses en los que el suceso ensombreció toda su actividad.
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