Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
jose. e. cabrero
Lunes, 12 de octubre 2020, 12:42
A la orilla de un mar viejo, Álvaro Cerezo (Granada, 1980) mira el horizonte como si fuera una foto en el pasillo. Los recuerdos van y vienen mojando sus pies, del colegio Maristas de Granada a la isla de Ata, donde convivió con el último Robinson Crusoe que ha conocido la humanidad. Cuando Álvaro terminó Económicas en la Universidad de Granada descubrió que no existía la empresa de sus sueños, así que la creó: DoCastaway, la única agencia del mundo que ofrece vivir una auténtica experiencia de náufrago en una isla desierta. Buscar esas islas se convirtió en una filosofía de vida, un Santo Grial al que juró fidelidad: «Lo mío es explorar. Y lo haré hasta el último de mis días».
Viajar le ha convertido en protagonista inesperado de una larga ristra de aventuras increíbles que parecen sacadas de una novela de Dumas. Sus asombrosas historias han llegado a las portadas del New York Times, del Guardian, de la BBC... y de prácticamente todos los medios del planeta. Sus relatos tienen tanta repercusión –tanta viralidad– que con publicar uno al año en sus redes sociales recibe millones de visitas. Ahora, desde uno de sus rincones favoritos de la costa granadina, espera a que pase esta pandemia que le agarra los pies a la tierra.
–¿Me cuentas tus historias?
–Son demasiadas –sonríe–. Te contaré tres. Las mejores.
1
Vietnam, 1972. Un padre huye con su bebé en brazos. Poco antes, una bomba había destrozado su casa, matando al resto de su familia. El hombre, aterrorizado, se adentró en la jungla con su hijo con la férrea intención de no volver. El bebé se hizo adulto, pensando que más allá de su jungla había una guerra descarnada. Pasó 40 años aislado de la civilización sin saber que existían, entre otras cosas, las mujeres. Su padre, ya anciano, enfermó. Las autoridades, que habían escuchado rumores de dos hombres salvajes que vivían como animales, les buscaron y les apresaron para devolverles a la civilización.
«En 2016, poco después de su detención, fui a conocer la historia –recuerda Cerezo–. Encontré al hijo y le convencí de volver a la jungla para que me enseñara cómo había vivido esos 40 años. Pasamos cinco días juntos y lo grabé todo. Aprendí mucho de supervivencia, él era fascinante, con habilidades sobrehumanas y actitudes de un niño chico. Era un auténtico Tarzán. Se me erizó la piel al ver su cara, su manera de andar... Era un hombre de las cavernas con una mirada distinta a la de cualquier otro».
2
El marinero dejó a Álvaro en la orilla mientras hablaba con el único inquilino de la isla, cerca de Okinawa. Era un anciano de 83 años, completamente desnudo, que llevaba 29 años viviendo allí, en la más completa soledad. Al granadino le hubiera encantado presentarse él mismo, pero no tenía ni idea de japonés. El viejo aceptó que Álvaro pasara cinco días a su lado. «Era un excéntrico que me tenía como un soldado –dice, entre risas–. Uno se imagina que alguien que vive en una isla desierta se sentiría libre, tranquilo, disfrutando de la naturaleza... pero no. Tenía horarios estrictos. Si llegaba dos minutos tarde, se enfadaba. Y encima no hablábamos el mismo idioma».
Aquellos cinco días, sin embargo, forjaron una extraña y secreta amistad. Álvaro se marchó y no contó absolutamente nada del sargento japonés. La isla no era suya y, si se conocía su historia, podían desalojarlo. Dos veces al año, Álvaro llamaba al marinero que le dejó allí, a interesarse por su estado. «En 2018 le encontraron moribundo y le ingresaron en un hospital. Estuvo dos meses en coma. Cuando despertó no le dejaron volver. El año pasado fui a verlo y vi que no era feliz. Le llevé de vuelta a la isla para recoger sus cosas, que seguían en la jungla. Fue un momento muy bonito». El anciano, entonces, le confesó la pena que sentía de no poder morir allí, en su hogar. «Es el náufrago que más tiempo ha estado en una isla desierta».
3
«La tercera historia es la de este año. Y es mi favorita. Verás». En 1966, seis adolescentes de entre 14 y 17 años se emborracharon junto al mar, en el Reino de Tonga, una isla de de la Polinesia. Envalentonados, robaron un barco de vela para ir a Australia. «Estaban a miles de kilómetros y ni siquiera sabían navegar. Era una misión tan romántica como suicida», apunta Álvaro. Efectivamente, una tormenta destrozó el navío y les dejó a la deriva. Una noche, rendidos, los restos de la barca chocaron con la diminuta isla de Ata, un golpe de suerte similar a encontrarse una moneda de 10 céntimos en mitad del océano.
Al principio pensaron que alguien les encontraría, pero lo cierto es que en su pueblo ya habían celebrado sus funerales. Construyeron una casa, cultivaron comida y olvidaron el horizonte. Quince meses después, asentados como señores de las moscas, apareció un barco australiano que buscaba nuevos caladeros para cangrejos. «¡Los niños se lanzaron al agua y nadaron hasta el barco! El capitán pensó que eran salvajes y sacó un rifle, pero cuando escuchó su historia les llevó a casa». Al llegar a Tonga les metieron en la cárcel una semana por haber robado el barco: «la semana más feliz de sus vidas». La aventura de los seis amigos se hizo famosa en Australia porque el capitán llamó a la televisión pública para que grabara la llegada de los adolescentes, «los últimos náufragos vivos en la historia».
Álvaro se remanga y hace una pausa dramática, ahora viene su parte favorita. «Sabiendo de esta historia, pensé que alguno quedaría vivo, así que volé a Tonga para encontrarlos. Encontré a uno, a Kolo, que estaba enfermo de cáncer». El aventurero granadino se sentó a su lado y escuchó todo el relato:lo que hicieron cada día en la isla, al mínimo detalle. «Estar con un náufrago real, un auténtico Robinson Crusoe, fue apasionante. Nos hicimos amigos al momento».
El plan de Álvaro Cerezo era visitar la isla de Ata, un destino de difícil acceso que requería dos días en barco. Cuando se lo contó a Kolo, le cambió la cara. «Vi que tenía ganas de volver. Le dije ¿te vienes? Él me respondió que estaba enfermo pero que quería regresar a la isla antes de morir. Nunca había vuelto a Ata. Le dije que le esperaría hasta que se encontrara bien. Y así fue. Tres meses después, fuimos».
Kolo y Álvaro pasaron diez días en Ata, cazando y comiendo pájaros como cuando los seis amigos llegaron allí por primera vez. «Había nacido para vivir una cosa así. Es lo más bonito que me ha pasado nunca», dice emocionado. Kolo murió unos meses después del viaje, pero su historia y la de sus amigos no hace más que crecer: Hollywood ha comprado los derechos de la historia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.