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«¡Cómo ha cambiado la historia! Cuando vine aquí, me deprimí. Bilbao era gris, no existía el Guggenheim», confiesa sin censuras Chelo, que ha permanecido tres décadas destinada en la lucha contra el terrorismo de ETA y del islamismo radical. «He pasado por ... todo aquí», reconoce. Se licenció en la primera promoción de mujeres de la Guardia Civil, de la que ahora se cumple el 30º aniversario. «Me acababa de divorciar y tenía un bebé de cuatro meses. No te voy a engañar, necesitaba un trabajo para toda la vida. Después, he aprendido a quererlo», admite.
Madrileña de Chamberí, al de 24 días exactos de licenciarse, «me trasladaron forzosa al País Vasco. Sólo éramos dos chicas. Era la época dura, en una semana se cargaban a dos compañeros y cuando escuchabas que había habido un atentado, preguntabas: ¿a quién le ha tocado? Mi idea era tirarme aquí un año y después volverme a mi tierra. Y ya ves».
«No te permitías llevar una vida normal. Me presentaba como dependienta de El Corte Inglés. A mi hijo no le traje hasta que no hizo la comunión. Me paraba a ver escaparates para comprobar si me seguían». Actualmente, tiene 57 años bien llevados. Podía haber pasado ya a la reserva, pero ha pedido dos prórrogas para reengancharse. «Me gusta mucho mi trabajo y mientras esté física y mentalmente bien...».
En su piso de la casa cuartel de La Salve, convive con dos perros chihuahua 'Trudy' y 'Jalisco', uno de ellos adoptado y medio ciego, una gata y peces. Su terraza ofrece unas espléndidas vistas a la ladera verde del monte Artxanda.
Los guardias civiles tienen fama de saber infiltrarse. «Si me llegas a ver hace unos años», sonríe. Por su indumentaria, podría pasar perfectamente por una simpatizante de la izquierda abertzale, mundo en el que admite que tiene «conocidos». «Ellos saben lo que soy y yo sé cómo piensan, pero nos unen los perros, soy animalista».
Ahora está destinada en labores de análisis de información y vive «más tranquila». «De no hablarte ni servirte en un bar, la cosa ha evolucionado para bien». Una chica, que hoy ya le saluda, dejó de hacerlo porque le advirtieron de que «cómo podía juntarse conmigo, que podía salir salpicada si atentaban contra mí. Te sentías socialmente sola, porque la sociedad también pasaba miedo». Lamenta que se juzgara a la persona «por el uniforme».
Chelo participó en la planificación de numerosos operativos. «Conocí a mi actual marido en el 92, preparando las detenciones del 'comando Bizkaia'». Sólo en este territorio, entre 1975 y 2011, hubo 740 detenidos y 30 comandos desarticulados por la Guardia Civil. «Se pasaban nervios, ganas de empezar y mucha ilusión. Tenías en tu mente las instrucciones».
Por su capacidad de empatía, la elegían para acompañar a las familias de compañeros asesinados. Con los ojos humedecidos y la voz rota por la emoción, recuerda al hermano de uno de ellos, al que había destrozado un coche-bomba, y que se empeñaba en abrir el ataúd para despedirse con un beso. «No lo hagas porque no hay nada», terminó aconsejándole ella para evitar que se encontrara sólo con «trozos de carne». «Te sigue removiendo», reconoce.
No olvida tampoco el lamento de aquella madre. «Hija, siempre le decía que mirara debajo del coche», y que le dio una estampita que aún conserva. O de otro guardia de la Intervención de Armas, que iba con sus hijos a la piscina cuando el coche explotó. «¡Ayudadme, que mi hijo está herido!», gritaba desesperado el hombre, cuando era evidente que la bomba le había mutilado y matado. «Te acuerdas de esa gente que ha quedado en el camino y confías haber ayudado en algo».
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