![El concejal anónimo](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202203/22/media/cortadas/hidalgo22-kK4D-U1601396268818fF-1248x770@El%20Correo.jpg)
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El 21 de marzo de 2002 el concejal socialista de Orio Juan Priede caía abatido por las balas de ETA. Se trataba del asesinato de un concejal anónimo en un pueblo medio-pequeño de Gipuzkoa donde la mayoría nacionalista gobernaba y en el que el ... único edil del PSE-EE ejercía su quehacer político de la mejor manera que sabía. Un caso sintomático y paradigmático de aquella época de inicio de siglo, cuando ETA asfixió psicológica y socialmente a los eslabones más débiles de los partidos que se oponían a su proyecto totalitario. No era baladí este ataque, pues los concejales como Priede constituían la parte más fundamental de la maquinaria de los partidos, personas que se presentaban en las listas de manera voluntaria y poniendo mucho en riesgo, y que en caso de salir elegidos habían de representar a sus siglas, muchas veces sin cobrar un sueldo y quitando horas a su tiempo libre, en un contexto de amenaza y de privación de libertad, simplemente por defender el proyecto político en el que creían.
Desgraciadamente, Priede no fue el primero, ni tampoco el último. Desde el final del franquismo el terrorismo etarra había golpeado, entre otros colectivos, a políticos de signo no nacionalista. A pesar de lo duro que fue el inicio de la década de los 80, seguramente la época más convulsa que vivieron los cargos institucionales vascos fue desde los 90 hasta el fin del terrorismo en 2011. La época conocida como la de la 'socialización del sufrimiento'.
Si en 1997 un joven y desconocido Miguel Ángel Blanco fue, muy a su pesar, portada de los periódicos por su secuestro y movilizó con su asesinato a la sociedad vasca contra el terrorismo como nunca antes se había visto, a partir de ahí las militancias del PSE-EE y del PP vieron cómo sus concejales se convertían en objetivo de los terroristas. La veda para asesinar a concejales no nacionalistas estaba abierta, y ello acarreó un sufrimiento inenarrable para los cientos de ellos que vivieron, y murieron, en la Euskadi del momento.
De hecho, no es casualidad que Priede, unos días antes de su asesinato, hubiera participado en el homenaje a otro compañero asesinado un año antes, Froilán Elespe, concejal y teniente de alcalde de Lasarte-Oria. Además del asesinato de Priede, en 2002 se sumaron los intentos de asesinato de Eduardo Madina, otro socialista anónimo con un cargo orgánico dentro de las Juventudes Socialistas, y de Esther Cabezudo, veterana concejal de Portugalete y una de las pocas mujeres que habían participado en la oposición antifranquista en los años finales de la dictadura, amén de las diarias y constantes amenazas a cargos institucionales del PSE-EE -y de otros partidos, como el PP- que caracterizaban la violencia de persecución del momento.
Todo ello es muestra de la estrategia etarra de poner en el punto de mira a personas anónimas para hacer permear el miedo, primero en la propia organización y luego en el conjunto de la sociedad. De hecho, la reflexión de muchos socialistas de base cuando esta escalada de violencia no hizo más que crecer fue: «Si le ha pasado a Priede, o a Cabezudo, o a Madina, me puede pasar a mi». Y algo de este pensamiento debió de permear entre los socialistas, pues en 2001 se produjo una cascada de dimisiones de ediles de este partido. Imagino que algo de esto también pensaría Isaías Carrasco, pero debió de considerarse demasiado anónimo como para que se fijaran en él cuando ya había dejado su cargo como concejal en Mondragón y renunció a los escoltas. ETA aprovechó la oportunidad, y este mes de marzo se han cumplido catorce años desde que ETA lo asesinó enfrente de su casa, a plena luz del día.
Estos casos y otros muchísimos similares son un buen ejemplo de la estrategia etarra de la 'socialización del sufrimiento' y de cómo ésta llegó hasta las capas más profundas de la sociedad. Y es que si se perseguía, y en última instancia se asesinaba, a concejales de pueblos pequeños, personas normales que vivían en barrios normales, trabajadores, maridos, padres, hermanos o vecinos que simplemente trasladaban sus inquietudes municipales a los ayuntamientos, cualquiera podía estar en la diana de ETA.
La memoria del terrorismo planea sobre la Euskadi del presente. Los recuerdos, las experiencias y los sentimientos se agolpan en muchos de sus ciudadanos. Por ello, no podemos avanzar sin recordar y reflexionar sobre este pasado oscuro que no es lejano, sino muy reciente. Un periodo con el que hemos de dialogar, y que tenemos de digerir si pretendemos reconstruir de un modo riguroso y honesto qué significó el terrorismo etarra y qué impacto tuvo en la sociedad vasca, para no volver a repetirlo. Priede, como todas las víctimas de ETA, es solo un ejemplo que toca a nuestra puerta para incitarnos a la reflexión.
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