![Comienza una nueva época en la Iglesia vasca](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202212/18/media/cortadas/iglesia18-k2rB-U1801077871799BDD-1248x770@El%20Correo.jpg)
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El claretiano Fernando Prado se convertirá hoy en nuevo obispo de San Sebastián y lo hará con la música de fondo de dos tamborradas. Cuando el nuevo pastor se siente mañana en su despacho, apagados ya los ecos de los tambores y los parabienes, deberá ... afrontar la ardua tarea de poner en pie a una feligresía desmotivada y a un clero dividido entre los jóvenes sacerdotes que importó su antecesor, José Ignacio Munilla, y los curas que le criticaron, la mayoría de edad avanzada.
El nombramiento de Prado, que mantiene una relación directa y muy cercana con Francisco, forma parte de un plan más amplio del Vaticano para encauzar una Iglesia, la vasca, que tras el cese de la violencia de ETA, ha dejado de ser un problema para Roma. Los tiempos de José María Setién, cuando una parte del clero de Euskadi mostraba una alambicada ambigüedad frente al terrorismo, han pasado a la historia. Los males que la aquejan son ahora los mismos que los del resto de las diócesis del país. Faltan vocaciones, el clero cada vez está más envejecido y la sociedad se ha alejado de la religión. Todo ello, en el marco de una batalla ideológica entre conservadores y progresistas.
El País Vasco es una de las piezas que está utilizando el papa Francisco para renovar la Iglesia española, en la que persisten focos de resistencia a sus reformas. Bergoglio intenta revertir en Euskadi lo que sucedió hace 30 años, cuando el Vaticano, de la mano del cardenal Rouco, dio un golpe de timón en la Iglesia vasca y navarra, que se consideraba politizada y progresista. Los cambios comenzaron con la llegada de Fernando Sebastián a Pamplona, en 1993, y siguieron con el nombramiento como obispo de Bilbao de Ricardo Blázquez, que fue sustituido en 2010 por Mario Iceta. La designación de Munilla cerró un círculo que parece tener los días contados.
Roma está abriendo una nueva época en el territorio eclesiástico vasco y el nombramiento de Fernando Prado es, hasta ahora, el último paso en este empeño. El primero fue la designación como obispo de Bilbao de Joseba Segura, un sacerdote que mantuvo un papel activo en los procesos de negociación con la izquierda abertzale-ETA que desembocaron en el fin del terrorismo. Segura, vinculado desde su infancia a la diócesis vizcaína y con un amplio conocimiento de la Iglesia vasca, fue profesor de Prado en la Facultad de Teología de Deusto. Ambos se llevan bien y están llamados a ser el tren tractor que tire de la Iglesia vasca en los próximos años.
La siguiente pieza será la archidiócesis navarra, en la que se halla encuadrada San Sebastián. El arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, presentó su renuncia hace once meses tras haber cumplido 75 años. A la espera de su relevo, queda como un verso suelto la figura del obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, un prelado que ha sido acusado públicamente por un nutrido grupo de sus fieles de mantener una línea «impositiva y conservadora».
No se descarta que a medio plazo sea sustituido, con lo que quedaría completo el nuevo rompecabezas con el que la Iglesia vasca y navarra tiene que afrontar su gran reto, el de la evangelización de una sociedad que ha comenzado a darle la espalda.
El trabajo que le espera a Prado no será fácil. En declaraciones a este periódico, el sociólogo Javier Elzo ha señalado recientemente que en la diócesis «los curas están divididos en dos bandos». Con estos mimbres, el nuevo obispo de San Sebastián deberá hacer gala de su experiencia como gestor y sus dotes de comunicación para intentar cumplir el mandato del papa Francisco de remendar una diócesis que, según Elzo, «es casi como si no existiera».
Prado llega a Gipuzkoa con el aval de la esperanza que tiene puesta en él la comunidad religiosa de la diócesis, nada que ver con el rechazo que mostró ante Munilla. El anterior obispo fue ordenado el 9 de enero de 2010 entre los aplausos de los feligreses que llenaban la catedral del Buen Pastor, muchos de ellos palentinos que habían viajado hasta San Sebastián para despedir a su antiguo prelado. A la ceremonia acudieron una treintena de obispos y una amplía representación del clero local, que se había posicionado mayoritariamente en contra de su nombramiento.
Semanas antes, 85 de estos sacerdotes, el 77% de los párrocos de la diócesis, habían suscrito una carta en la que calificaban a Munilla de persona «no idónea» para el cargo. El obispo saliente de San Sebastián, José María Uriarte, reconoció poco después que hay «una comunión herida entre el obispo y sus sacerdotes», aunque se mostró convencido de que «la comunión básica se da y se dará» en la Iglesia guipuzcoana. Doce años más tarde, Prado hereda una diócesis fracturada.
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