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josé carlos rojo
Domingo, 29 de agosto 2021, 03:10
El 23 de abril de 1992 dos niñas de Aguilar de Campoo (Palencia), Virginia Guerrero Espejo y Manuela Torres Bouggefa, de 14 y 13 años, decidieron irse de fiesta a la cercana Reinosa, en Cantabria, a unos 35 kilómetros, sin decírselo a sus familias. Tras ... pasar unas horas en una discoteca, quisieron regresar y, al no haber tren, hicieron autostop. Las recogió un coche blanco y ésa fue la última vez que se las vio. Lo que empezó siendo una trastada de adolescentes se convirtió en una de las desapariciones más desconcertantes de las últimas décadas. Ahora, un juzgado palentino ha reabierto el caso al aparecer, de la forma más insospechada, un nuevo testimonio relacionado precisamente con un coche blanco, cuyo propietario podría ser identificado.
Desde que Virginia y Manuela se desvanecieron, las pesquisas sobre su paradero han estado plagadas de pistas fallidas. Muchas de ellas fueron hipótesis de vecinos o conocidos de las que se hicieron eco los medios de comunicación. Ahora es diferente, porque ha sido el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Cervera de Pisuerga (Palencia) el que ha reabierto la investigación a partir del testimonio de una mujer que acudió a la Guardia Civil tras conocer la historia de las dos niñas al ver una emisión del programa de televisión 'Viva la vida'. En ese espacio se contaba el caso y se solicitaba colaboración ciudadana para tratar de aportar algún nuevo indicio sobre lo que pudo ocurrir.
Según explica Ramón Chippirrás, del Despacho Balfagón & Chippirrás, que representa a las familias de las niñas, esta mujer había sufrido en 1991, cuando tenía 15 años, un incidente con similitudes más que inquietantes con el de la desaparición de las niñas. Sucedió cuando hacía autostop en compañía de una amiga con la que regresaba de unas fiestas.
«Esta testigo ha apuntado a un hombre que se ha demostrado que efectivamente estuvo en el lugar de los hechos en el tiempo al que se refieren», apunta Chippirrás. «Ella relata cómo estaba junto a una amiga en unas fiestas de una localidad que, digamos, se encuentra en el mismo radio de acción de lo sucedido a Virginia y Manuela. Se habían escapado de casa y también estaban haciendo autostop. Paró un coche, un Seat 127 blanco, el mismo que se identifica en el sumario del caso de 1992». El conductor que las llevaba «tomó dos veces la dirección contraria y al percatarse ellas, la que iba delante tomó el volante para lanzar el coche contra la cuneta. Así lo pararon y pudieron escapar», narra el letrado.
Lo determinante en este testimonio es que unos días después, en un contexto que el abogado no puede concretar por encontrarse bajo secreto de sumario, esta testigo volvió a encontrarse con el mismo individuo. «Ella le reconoció a él, pero él a ella no. Este encontronazo, que se produce en unas circunstancias muy concretas, es clave para armar el testimonio. Pero los detalles se encuentran bajo secreto», insiste.
Ninguna de las dos chicas denunció entonces lo sucedido porque se encontraban fuera de casa sin el consentimiento de sus padres, como Virginia y Manuela, y se impuso el temor a una reprimenda por la imprudente escapada. Ahora, 29 años después, el relato de una de ellas puede servir para que la Guardia Civil identifique al supuesto responsable de lo sucedido con Virginia y Manuela. «Tenemos suficiente información para que todo coincida en un 99,9% con este hombre al que nos referimos, pero aún no hay nada cerrado», advierte Chippirrás.
El pasado 21 de junio el Juzgado emitió el auto de apertura pidiendo diligencias ampliatorias para comprobar la veracidad de esos hechos, lo que «ya fue una batalla ganada por la familia», remarca el letrado. El 29 de julio la jueza, «tras cotejar las diligencias ampliatorias con lo que la mujer declaró, instó a la Guardia Civil a que continúe con las actuaciones». Por el momento, no se ha detenido a ninguna persona.
La nueva pista y la consiguiente reapertura del caso es «un hilo de esperanza» para las familias, que se muestran prudentes. «Soy consciente de que es muy difícil, pero si se ha decidido reabrir, es que algo creen que puede haber», señala Emilio Guerrero, hermano de Virginia. «Parece que puede haber algo, pero todo esto tiene que llevar un proceso, aunque a las familias todo les parezca que va despacio. Hay que ser cautos y prudentes», repite, resignado ya desde hace años a que le hurguen en una herida que no cicatriza.
La historia de las niñas de Aguilar está repleta de episodios equívocos. Tres meses después de la apertura del caso, en agosto de 1992, se situó a las dos menores en Málaga, pero resultó no ser cierto. En octubre de 1994 aparecieron en el pantano de Cervera dos cráneos que se asociaron con la desaparición, pero su estudio demostró que no estaban relacionados con el suceso. En realidad, se trataba de restos de víctimas de la Guerra Civil. En 1997 una joven afirmó haberlas visto en Madrid, pero la investigación policial reveló que se trató de una confusión. Más recientemente, en 2018, el hallazgo de una mandíbula en el embalse del Ebro llevó a pensar que pudiera pertenecer a una de las dos niñas, pero resultó no ser así. El ADN de los restos óseos no coincidía con el de ninguna de las personas que figuran en el registro de desaparecidos de España, que incluye muestras genéticas de familiares.
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