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La literatura ha abonado la mala reputación del murciélago. Se han escrito miles de historias de vampiros, terror y plagas como la que ahora atemoriza al mundo con el Covid-19, un virus que, al parecer, proviene de uno de estos pequeños animales voladores. En realidad, el murciélago se parece más al altruista Batman que a 'chupasangres' Drácula, dos personajes a los que inspira. Es clave en la dispersión de semillas y la polinización, y mantiene a raya las poblaciones de insectos. Pese a todo, no se quita su fama tóxica. Ahora le achacan la pandemia. Su culpa es ser inmune a este coronavirus. Fue el hombre, que deforesta sus bosques, invade su espacio vital y hasta se los come sin control sanitario, el que se expuso al peligro del contagio.
Es una especie con historia. Lleva en el planeta 64 millones de años y en ese largo tiempo ha aprendido a blindarse de los virus con los que convive desde siempre. De estos quirópteros salió el SARS a principio de este siglo y luego el MERS. Ahora es el Covid-19. Los murciélagos son como un envase lleno de patógenos. La rabia, por ejemplo, puso letra a unos cuantos relatos vampíricos. Pero, ¿por qué los virus no afectan a estos sigilosos voladores? ¿Esconden ellos la clave para obtener una vacuna?
Los murciélagos son muy abundantes. Tras los roedores, son el mamífero de mayor número. Salvo en la Antártida, están en todos los continentes. Muchos se alimentan de insectos transmisores de enfermedades. De virus. Pero a ellos no les afectan porque su sistema inmunológico ha evolucionado para afrontar la agresión. Los científicos creen que esa adaptación se basa precisamente en su peculiaridad. Vuelan. Son los únicos mamíferos que lo hacen.
Volar requiere una generación enorme de energía. El gasto es el doble que el de un roedor de su mismo tamaño que solo corre. El vuelo genera acumulación de restos moleculares que el organismo tiene que eliminar, como los radicales libres. Los murciélagos han desarrollado mecanismos para acabar con los elementos destructivos de una forma controlada, sin reaccionar de un modo exagerado como pasa con algunos enfermos del coronavirus.
Los animales pequeños de metabolismo rápido viven menos. Los ratones, por ejemplo, duran un par de años. Los murciélagos escapan a esa norma. Algunos alcanzan los 40 años. Su organismo, bien entrenado por las necesidades metabólicas del vuelo, sabe cómo responder ante las inflamaciones provocados por los virus, que, como ahora se comprueba en los hospitales, es lo que provoca la insuficiencia respiratoria en los pacientes con Covid-19.
Según un estudio de la Universidad de California en Berkeley, el blindaje inmunológico de los murciélagos obliga al virus a ser más combativo, a replicarse más. Pero ni así pueden con este mamífero, que los mantiene a raya. Sin embargo, cuando ese mismo patógeno llega al cuerpo humano lo hace bien entrenado para destruir una defensa menos preparada. Al invadir los espacios naturales de los murciélagos o comer animales que han podido estar en contacto con ellos o sus heces, el hombre se convierte en presa fácil del virus.
Por eso, los científicos estudian los mecanismos antivirales del murciélago. Han visto que su sistema inmune libera una sustancia, interferón, que da la alarma. Su organismo está siempre atento ante una posible infección. El interferón es una de las huellas que sigue la ciencia para poner freno a la pandemia. De hecho, ya se ha aplicado en algunos países como fármaco contra el Covid-19. Más que culpables, los murciélagos abren vías para ponerle freno a la pandemia. Se parecen más a Batman que a Drácula.
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