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Ding Chen se ríe cuando comenta que su organismo debería ser estudiado por la ciencia. Pero no es broma lo que dice. Los resultados de las pruebas que han cambiado su vida dejaron perplejo al médico que las pidió. «Estaba buscando el origen de un ... problema que creía provocado por un virus y me hicieron un chequeo completo que incluía el test de intolerancia a la lactosa. En una escala de cero a cien, en la que lo normal es estar entre 10 y 20, llegué a marcar 92. El doctor no se explicaba cómo no había sufrido reacciones mucho más severas», cuenta esta treintañera china afincada en Bilbao desde hace una década.
Su ejemplo es un buen reflejo de lo que sucede en China. «Hasta que tuve 9 o 10 años, en Shanghái apenas se vendía leche o productos lácteos. Cuando llegaron, y como mi padre era bastante vanguardista, comenzamos a incluirlos en la dieta. Alguien le había contado que el desayuno de los occidentales era más nutritivo, así que me acostumbré a comer huevo, fruta y productos lácteos». Ding nunca pensó que los problemas digestivos que la acompañan desde niña estaban relacionados con esos últimos, pero ahora sabe que su cuerpo rechaza los quesos y los pasteles que tan feliz le hacen.
Y no es, ni mucho menos, la única que sufre este problema en su país de origen. Diferentes estudios realizados en las últimas décadas demuestran que entre el 85 y el 92% de la población china es intolerante a la lactosa. A pesar de ello, el consumo de lácteos en el gigante asiático se ha disparado de los 9,07 kilos por persona y año en 1999 -poco después de que Ding comenzase a disfrutarlos- a los 36 kilos de la actualidad. Eso explica también que, a pesar de que 50 millones de ciudadanos aún no consumen ni una gota de leche, este alimento se haya convertido en un gigantesco negocio cuyo horizonte se presenta muy halagüeño.
Euromonitor estima que el mercado chino de los lácteos creció el año pasado un 6,4% y alcanzó un volumen de 399.000 millones de yuanes (53.200 millones de euros). Solo Estados Unidos gasta más en estos productos, y se espera que China se ponga a la par este mismo año, para superarle el que viene. Si se cumplen las expectativas, en 2023 los 1.400 millones de chinos gastarán 64.000 millones de euros en productos que, teóricamente, no les sientan bien. Ding ya ha decidido que, aunque controlará más su consumo, no se va a privar de ellos. Y basta una visita a cualquier supermercado chino para certificar que no está sola.
Wu Qiulin | Dtor. Gral. Industria Láctea China
Leche, yogures, quesos y todo tipo de lácteos han ido colonizando los pasillos de estos locales a pasos agigantados. Empresas nacionales y extranjeras se han lanzado a la comercialización de productos que explotan tanto el carácter de novedad y el elevado estatus asociado con su consumo, como la percepción de que propician una vida más sana. Y eso último también se ha promovido desde los estamentos del poder: según las Recomendaciones Dietéticas de China, cada adulto debe ingerir unos 300 gramos de lácteos al día. Ese ideal oficial se traduce en 109 kilos al año, casi el triple de lo que la ciudadanía china consume actualmente.
«Los consumidores chinos son conscientes de que la leche es buena para la salud, pero no saben cómo consumirla y, más importante aún, todavía no han integrado ese hábito en sus rutinas alimentarias. El reto de incrementar el conocimiento de los hábitos saludables es arduo», comentó el director general de la Asociación China de la Industria Láctea, Wu Qiulin, al diario oficial 'China Daily'.
Un problema adicional es que China no tiene capacidad para producir toda la leche que se propone consumir. Ni de lejos. De hecho, aunque ha logrado convertirse ya en el tercer productor mundial, su déficit es evidente: en 2017, la importación de lácteos se convirtió en la segunda partida alimentaria más importante del país, por detrás solo de los productos cárnicos. Y a esta dependencia del exterior se suma el hecho de que varios escándalos relacionados con la calidad de los productos locales -sobre todo, el que causó la muerte de varios niños que consumieron leche en polvo adulterada con melamina en 2008- ha provocado una clara preferencia por los productos importados entre los consumidores chinos.
«Aunque son un poco más caros, me producen mucha más confianza. Así que en casa consumimos leche de Francia, Alemania, o Australia, dependiendo de las ofertas del supermercado», comenta Jin Meifang, una joven de Pekín. España también quiere subirse al carro, y cada vez es más habitual encontrarse con marcas de nuestro país. Según las proyecciones del Plan Nacional de Desarrollo de la Industria Lechera del Ministerio de Agricultura de China para 2016-2020, el 75% de todos los productos lácteos que se consumen allí continuarán produciéndose en el país. «La demanda restante será satisfecha por las importaciones», detalla la institución en un informe sectorial publicado el pasado mes de noviembre.
Pero, ¿puede el mundo satisfacer la demanda de China? Y, en caso afirmativo, ¿cuál será el coste medioambiental de hacerlo? De momento, los planes de Pekín para incrementar el tamaño y el volumen de su propia ganadería intensiva ya han comenzado a provocar algunos problemas en el país. Sobre todo, en las comunidades cercanas a las gigantescas granjas en las que se hacinan una media de 10.000 vacas. La más grande del mundo, situada cerca de la localidad norteña de Mudanjiang, tiene capacidad para 100.000 cabezas. Es un tamaño que multiplica por tres el de la mayor granja de Estados Unidos, y solo para alimentar a todos esos animales hace falta una superficie de mil kilómetros cuadrados. Como China no cuenta con tanto suelo disponible, la empresa de Mudanjiang ha llegado a un acuerdo con Rusia para utilizar sus terrenos.
Teniendo en cuenta que una explotación de solo 3.500 animales ya produce en torno a 100.000 toneladas de diferentes tipos de residuos al año, es lógico que el fuerte olor y el incorrecto tratamiento de las aguas residuales de estos negocios afecten a multitud de agricultores de las inmediaciones. Y, además de la contaminación, preocupa el consumo de recursos naturales que requiere la cría del ganado. Porque se estima que son necesarios 1.020 litros de agua por cada litro de leche producida. En un país como China, con recursos hídricos reducidos, un incremento de la producción como el proyectado por el Gobierno puede tener consecuencias graves. Por si fuese poco, el ganado ya es la fuente del 14,5% de los gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático.
Además, el impacto del apetito chino por los lácteos se siente mucho más allá de las fronteras del país más poblado. En Nueva Zelanda, por ejemplo, algunas empresas han propuesto modificar sus métodos de explotación y guardar al ganado que antes se movía libremente para aumentar la productividad, algo que empeorará también la calidad de vida de las reses y, por ende, la calidad del producto. Las compañías lácteas neozelandesas afirman que el actual modelo extensivo no permitirá satisfacer el apetito de China y advierten de que si no aumenta la producción lo hará el precio.
36 kilos de lácteos consume al año cada chino por término medio, 14 menos que los japoneses o surcoreanos y un tercio de lo recomendado por el Gobierno.
Producción China es ya el tercer mayor productor de leche del mundo. El año que viene superará a EE UU como principal consumidor e importador.
64.000 millones de euros supondrán las ventas de lácteos en China en el año 2023.
Consumo La leche ultrapasteurizada (UHT) es el lácteo más consumido en China, seguida a gran distancia por los yogures y la leche fresca.
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