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En 1554 el belga Rembert Dodoens recogió en su obra 'Herbario' una variedad de drosera. Era la primera vez que una planta carnívora aparecía en la literatura, aunque en aquel momento fue catalogada como un tipo de musgo. Con los años los botánicos y los herbólogos comenzaron a prestar atención a este tipo de plantas que atrapaban a los insectos. Por aquel entonces se pensaba que era un mecanismo de defensa para impedir que succionaran su savia o que les transmitiesen enfermedades. Así lo creía también Charles Darwin cuando comenzó a investigarlas.
Tras 'El origen de las especies por medio de la selección natural', Darwin publicó una obra algo menos conocida pero igualmente espectacular: 'Plantas insectívoras'. Darwin demostró que, al contrario de la creencia del momento, estos organismos no se defendían de los insectos, sino que los atraían para nutrirse de ellos. La fascinación por estas plantas llegó con este hallazgo.
En realidad, el término 'insectívoras' pronto se quedó corto. Sabemos hoy que estas especies vegetales no solo se alimentan de ellos. Según la variedad, son capaces de capturar otras presas como animales acuáticos, batracios y hasta las crías de aves o de pequeños mamíferos que puedan caer en sus trampas. Es por ello que las plantas 'insectívoras' pasaron a llamarse plantas 'carnívoras'.
Gerard Blondeau
El gran libro de las plantas carnívoras
Hasta hoy se han identificado más de 550 especies de plantas carnívoras que se agrupan en 9 familias, pero se estima que existen muchas más que aún no hemos llegado a catalogar. Seguramente las más conocidas, sobre todo por la posibilidad de cultivarlas en casa, son las droseras y las sarracenias. Pero la que sin duda domina el imaginario colectivo cuando pensamos en plantas carnívoras es la dionaea muscípula, más conocida como 'venus atrapamoscas'.
Estas plantas son un maravilloso ejemplo de la magia de la naturaleza y de la selección natural ya que han evolucionado desde entornos poco propicios para la vida vegetal. Para empezar necesitan varias horas de luz y mucha humedad. Sin embargo, la humedad no debe llegarles de una lluvia abundante capaz de estropear sus trampas, sino del suelo. Por eso crecen en tierra musgosa, en turberas o en proximidades de aguas pantanosas que son sustratos capaces de almacenar agua pero realmente pobres en nutrientes y con tasas elevadas de acidez. ¿Qué plantas podrían crecer en semejantes condiciones adversas?
Pues si Darwin estaba en lo cierto, la selección natural favorecería a aquellas especies que no dependiesen demasiado de la fotosíntesis y que pudiesen obtener alimentos sin necesidad de enraizar en una tierra fértil. Por ejemplo, renunciando a las verdes hojas que captan la luz solar y desarrollando, en su lugar, trampas para capturar presas con las que nutrirse. Esa es justamente la línea evolutiva que siguieron las plantas carnívoras.
La sofisticación evolutiva de las plantas carnívoras ha permitido que desarrollen varios métodos para alimentarse. Las trampas pasivas, como las jarras de las sarracenias, las semi-activas, como las hojas repletas de mucílago (unas gotitas pegajosas) que tienden a enroscarse rodeando a sus víctimas de las droseras y las activas, como las 'bocas' de las dionaeas que se cierran cuando un insecto vivo se posa en ellas.
Sarracenia leucophylla
Trampas pasivas
Tienen forma tubular. Las presas se ven atraídas por el néctar en su interior.
A medida que se internan en la trampa, quedan atoradas en el tubo que cada vez es más estrecho.
Dionaea muscipula(Venus atrapamoscas)
Trampas activas
Las hojas parecen pequeñas ‘bocas’.
En su superficie interior poseen unos ‘pelillos’ sensibles. Cuando una presa los estimula, la trampa se cierra.
Una vez cerrada, la planta comienza a segregar encimas como parte de su proceso digestivo.
Drosera capensis
Trampas semiactivas
Las hojas están repletas de pequeños filamentos que acumulan una materia pegajosa llamada ‘mucílago'. Cuando un presa toca esta sustancia se queda adherida.
Posteriormente, la hoja se va enroscando poco a poco al rededor de la presa hasta inmovilizarla por completo.
Las trampas de la sarracenia poseen una 'tapa' pero no se cierra. Su función es desorientar a las presas para que, una vez dentro del tubo, no sean capaces de identificar la entrada de luz solar.
Cuando la dionaea activa sus trampas gasta muchísima energía. Para no cerrarse por error (por una gota de lluvia o una mota de polvo, por ejemplo) espera a recibir un estímulo repetido que le indica que la presa está viva y posada en la trampa. Una vez cerrada, si el estímulo perdura significa que ha sido capturada y la planta comienza a segregar encimas como parte de su proceso digestivo. Si no perdura, es que la presa ha escapado. La trampa se vuelve a abrir y la dionaea se ahorra el gasto energético de producir las encimas digestivas.
Las presas que entran en contacto con el mucílago de la drosera quedan adheridas. Cuanto más tratan de escapar, más pelillos tocan y más mucílago se les embadurna hasta que quedan completamente pegadas a la trampa.
Este tipo de plantas suelen crecer a partir de un rizoma, una especie de bulbo semienterrado que se va multiplicando. Desde los nuevos rizomas que surgen alrededor del principal crece una nueva planta. Además, algunas tienen la capacidad de auto polinizarse. Sin embargo, estas vías de reproducción tienen como consecuencia un clon de la planta madre con la misma genética.
Si solo pudiesen reproducirse de estos modos difícilmente hubiesen obtenido la necesaria diversidad genética para adaptarse a su entorno generación tras generación, como Darwin planteaba. Por eso también pueden reproducirse sexualmente logrando esa valiosa combinación de genes. Para ello, es necesaria la acción de insectos que lleven el polen de una planta a otra.
Y así llegamos a otro maravilloso ejemplo de la sabiduría de la naturaleza porque… ¿cómo van a polinizar los insectos unas plantas que acaban atrapándolos y devorándolos?
Resulta que cuando las plantas carnívoras han acumulado suficientes nutrientes, dejan de desarrollar trampas y dedican su energía a florecer. A menudo, las trampas comienzan a marchitarse, pero a cambio, un gran tallo floral se eleva muy por encima de todas ellas. Al final de ese tallo, lejos de las trampas ya en decadencia, aparecen las vistosas flores. De este modo, los agentes polinizadores como las abejas o las mariposas, pueden extraer el néctar de la flor sin quedar atrapadas y así embadurnarse del polen que fertilizará otra planta.
El tallo floral curvo de las capensis es bastante curioso. Sus flores duran uno o dos días, pero van floreciendo en orden. A medida que las primeras despliegan sus pétalos, el tallo se va enderezando hasta acabar completamente ergido con las últimas flores en su extremo.
Las flores antiguas, se van cerrando y se marchitan para convertirse en contenedoras de semillas.
Una vez polinizadas, las flores se convierten en pequeños saquitos de semillas. Generalmente son semillas muy pequeñas. En algunos casos del tamaño de una mota de polvo. Estas semillas pueden caer sobre la tierra próxima a la planta donde muy probablemente el sustrato y las condiciones son las adecuadas. Pero también pueden extenderse por acción del viento y colonizar nuevos terrenos.
Si queremos cultivarlas necesitamos un sustrato pobre, más bien ácido, que retenga el agua y que no presione las raíces. La turba rubia o el musgo sphagnum son ideales. No vale un compost universal. ¡Y nada de abonarlas!
Para los riegos, lo mejor es el agua destilada para que no contenga minerales. Pero nada de regarlas desde arriba con una regadera o algo similar. Un platillo con un dedo de agua bajo la maceta les permitirá obtener la humedad necesaria desde las raíces. Las macetas de autorriego también son una opción.
En general no son plantas de gran tamaño ni con una enorme fuerza. No pueden capturar presas grandes y fuertes. No. No se comerían a una mascota y mucho menos a un ser humano.
A pesar de su aspecto, no tienen 'pinchos'. Si tocamos las puntas de las trampas de la 'venus atrapamoscas' por ejemplo, sencillamente se doblan. Son hojas. Impiden que las presas puedan escapar, pero no se clavan. Que puedan 'atrapar y moderte' un dedo hasta hacerte sangrar es, sencillamente, mentira.
Son inocuas para las personas, aunque si las manipulamos debemos tener cierto cuidado. Al fin y al cabo, acumulan materia orgánica en descomposición. Si las tocamos con las manos desnudas conviene lavárselas muy bien después para no llevárnoslas a los ojos o la boca. También es recomendable usar guantes y una mascarilla si se van a recolectar las semillas. Al ser tan pequeñas y ligeras, podemos llegar a inhalarlas sin querer.
No hay que alimentarlas. Es espectacular ver cómo se cierra una trampa de dionaea. Por la curiosidad de verla actuar, podemos probar a darle una presa. Pero ellas cazan por sí mismas. Cada vez que una de esas trampas se activa, la planta realiza un gasto energético enorme. Si las activamos alegremente podemos matarla.
No. No sustituyen una mosquitera. Claro que atrapan muchos insectos, pero no todos caen en sus trampas.
Referencias
Darwin, C., (1897). Insectivorous plants. New York: D. Appleton and Company.
Blondeau, G. (2004). El gran libro de las plantas carnívoras. Barcelona: Editorial De Vecchi.
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