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Javier Espinosa sostiene el boleto premiado. E. C.

CARI, NOS HA TOCADO LA PRIMITIVA

Se llama Javier, el jueves se convirtió en millonario y no le importa contarlo

jon uriarte

Sábado, 5 de enero 2019, 00:45

Se me olvidó preguntarle de qué forma llama a su novia. Si cari, churri, gordi o prescinde de los clásicos y prefiere algo más original. Puede que tire de nombre de pila. O de apellido, como hace un servidor. Lo digo porque estoy imaginando el ... momento en que le soltó a su novia eso de-Cari, me ha tocado La Primitiva-. Y que cuando ella le preguntó-¿Pero de cuánto hablas?-él le respondió-Pues 80 millones de euros-. El resto no logro imaginarlo. No me da la cabeza para tal lluvia de sensaciones y cascada de emociones. Sin embargo Javier parecía tranquilo al otro lado del teléfono. Porque, contra todo pronóstico, contestó a nuestra llamada. Este es el resumen de esa conversación.

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Javier Espinosa era un hombre conocido en su tierra, metido en asuntos inmobiliarios y, por tanto, con el agua al cuello desde que llegó la crisis del ladrillo. Como las desgracias no vienen solas, su madre fallecía hace cuatro meses. Eran las primeras navidades sin Mari Jose. Solo quien ha vivido algo así sabe lo que supone ascender el último pico del año y superar estas complicadas fechas. En ello estaban los Espinosa, cuando Javier se acercó a la administración número 1 de Loterías y Apuestas de Tavernes Blanques, en Valencia. Está situada en el número 110 de la avenida Cortes Valencianas. De los 51 años que tiene Javier, los últimos 30 ha sido fiel a dos cosas. A jugar todas las semanas a La Primitiva y a hacerlo con los mismos números. 7, 49, 23, 13, 40, 41. «El 7 es mi número favorito, el 13 era el de mi madre, el 23 creo que es el de la edad que tenía cuando empecé con esta combinación. El resto no recuerdo por qué los elegí», confiesa a Paloma Serrano en COPE y después a quien esto teclea, que intenta adivinar los caprichos de la diosa Fortuna. No hay fórmulas mágicas. Javier hace otra columna con su padre, basada en el número PI, y esa nunca le ha dado suerte. O al menos, no tanta como en esta ocasión. Por eso, en cuanto escuchó los números, supo que era rico.

79.448.758,55 euros. Esa es la cifra exacta, a la que habrá que restar lo que se queda el Estado. Como lo segundo que hizo fue ir al banco, ya lo sabrán los responsables de Hacienda y habrán apuntado la matrícula del mozo. Digo que es lo segundo que hizo, porque antes se lo contó a sus familiares y amigos cercanos. Fue uno de ellos quien subió a las redes una de las fotos que se sacaron en tal eufórico instante. Y ya se sabe que ese río llamado Internet se convierte en mar y luego en océano, antes de que te de tiempo a pestañear. Total, que minutos después ya le estaba llamando todo hijo de vecino. Periodistas, vecinos, amigos y nuevos amigos. Sobre todo estos últimos. Esperen a que no le salgan primos lejanos y hordas de novias, dispuestas a contar en 'Sálvame' cómo se conocieron y proclamar, por supuesto, que le siguen queriendo. Al tiempo. Yo mismo le pregunté si tenía familia o amigos por Bilbao. Me respondió que lo más cerca en Gijón, porque una tía suya salió con el gran Quini. Una pena. Habríamos tapado algún agujero con una pequeña parte de esa pasta. Por intentarlo que no quede. De hecho, ya hay quien cree que lo de contarlo ha sido una nefasta idea. Que confesar algo así puede ser la antesala de muchos problemas. Pero qué quieren que les diga, tras hablar con él creo que sigue con la cabeza en su sitio y que, pase lo que pase, este rato no se lo quita nadie. Además dejó claro, y eso le honra, que lo primero que pensó fue en su hermanos. De hecho rompió casi a llorar tras mencionarlo, al recordar el empeño de su madre porque la familia permaneciera unida y, si algún día llegaba, compartieran su suerte. Esa en la que confiaba Javier, semana tras semana.

La prueba de su fe la tenemos en que hasta su hermano pequeño se sabía de memoria la combinación y más de una vez la echaba por él. Y también Ana, la de la administración de lotería, que le guardaba el décimo y lo rellenaba y sellaba de su parte, con esa confianza plena que solo se da en los pueblos pequeños como Tavernes. Allí la mayoría de los que buscan la fortuna son tan mayores que piden a la lotera que les compruebe el boleto o lo haga por ellos. De ahí que saber quién podía ser el afortunado era cuestión de tiempo. O de las redes sociales. Si un familiar mío o un amigo lo cuenta en Facebook, Twitter, Instagram o donde sea, le mando de una patada al Aconcagua. Pero eso lo digo ahora. Llegado ese día imagino que la borrachera de felicidad impediría algo así. Al fin y al cabo todos los días no se ganan 80 millones. Sí, ya sé que Hacienda se queda con el 20%. Pero seguro que, por esta vez, a Javier no le importará eso. No sé si el dinero da la felicidad. Desde luego no tenerlo tampoco la da. Así que hoy volveré a echar mi boleto, soñando con el día en que pueda decir en casa: «¡Aguirre, nos ha tocado la Primitiva!».

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