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Oskar Ortiz de Guinea
Viernes, 21 de abril 2023, 09:37
«Esto no ha sido un jarro de agua fría, ha sido un barril de agua fría». Así resume Cándido Ibar el enésimo golpe judicial en la lucha de la familia por conseguir que su hijo Pablo Ibar recupere algún día la libertad perdida ... en Miami hace ya casi 29 años, 16 de ellos en el corredor de la muerte. Esta vez parecían si cabe más fundadas que nunca las esperanzas de que la justicia estadounidense concediera al reo condenado a perpetuidad la posibilidad de un nuevo juicio. Pero las ilusiones las ha aguado el Tribunal de Apelaciones del Cuarto Distrito de Florida, al confirmar la cadena perpetua que en 2019 recibió el preso de origen guipuzcoano. Los tres magistrados de esta corte han desestimado «todos los argumentos», los doce, que el abogado Joe Nascimento esgrimió el 28 de febrero, según explicó ayer la asociación Pablo Ibar Juicio Justo. Al contrario de lo que confiaba el prestigioso letrado, el tribunal ni siquiera se ha detenido en fundamentar su decisión. «Es un golpe duro –recalca Cándido Ibar–, y sobre todo inesperado».
Doblemente inesperado. Primero, porque, dada la complejidad y las numerosas irregularidades que presenta el caso, con mil y una idas y venidas en estas tres décadas, se preveía que la resolución se pospusiera aún unas semanas o incluso «meses», tal como afirmó el propio Nascimento el martes en una entrevista en este periódico. Y segundo, porque el abogado se mostraba convencido de que iba a prosperar su apelación. Así lo manifestó durante su reciente visita a Euskadi, donde ha estado desde el domingo hasta el pasado miércoles, el día de la semana en el que el Tribunal de Apelaciones hace públicas las resoluciones. Nascimento conoció el revés cuando se subió al avión de regreso a Miami.
A Cándido se la transmitió ayer por la mañana el portavoz de la asociación Pablo Ibar Juicio Justo, Andrés Krakenberger. «Me llamó y me dijo 'siéntate'», recuerda el expelotari sentado en la grada del frontón Beotibar de Tolosa, localidad en la que reside desde que quiso alejarse de Estados Unidos una vez que su hijo recibió la cadena perpetua. «Cuando oí el fallo, no acertaba ni a respirar, no sabía si caerme...», enfatiza Cándido, mientras en la cancha los pelotaris Jon Mariezkurrena y Gorka Ugartemendia pelotean a las órdenes de Jose Ángel Balanza 'Gorostiza'. El sonido del cuero en cada bote no pudo ser muy diferente a lo que resonó en la mente de la familia de Pablo Ibar al conocer el revés. Un golpe seco. Clanc, clanc, clanc. Cada pelotazo del entrenamiento era devuelto por el frontis, como cada recurso judicial por los distintos tribunales de Florida. «No queda otra que seguir. Esto no era una carrera de un día o dos, y hay que seguir», insiste el padre del preso. Es su hijo «quien más nos anima a todos».
La llamada de Krakenberger recordó cuando en agosto de 1994, estando Cándido en Gipuzkoa, le sonó el teléfono y le comunicaron que habían detenido a su hijo, acusado de un triple asesinato. «Entonces pensé que tenía que ser un error y todo se aclararía. Con todas las armas que hay en Estados Unidos, nunca tuvimos una en la familia. Ni siquiera una escopeta de caza en el caserío», sostiene.
Cándido nos atiende sin haber podido hablar aún con Pablo ni con su esposa, Tanya Quiñones. Habló con ellos por última vez el domingo en una videollamada a tres, el modo en el que habitualmente se comunica con el reo. «Estaba animado, como siempre. Estaba muy confiado de que el tribunal le concediera un nuevo juicio, pero comentamos que aún habría que esperar para conocer la decisión porque los jueces –Melanie G. May, Cory J. Ciklin y Jeffrey T. Kuntz– tenían muchas cosas que analizar».
La resolución, sin embargo, no se ha demorado ni dos meses, lo que le lleva a Cándido a pensar que «la decisión la tenían tomada desde el primer momento. No se han molestado ni en explicar por qué rechazan los doce argumentos». Tan solo es analizada una de las causas en las que basaban la anulación del último juicio, la que acusaba al juez Dennis Bailey –el magistrado de la última vista, al que ya han retirado como juez–, «de absoluta parcialidad en la actuación con un jurado que denunció haber sufrido presiones por parte de sus compañeros para que emitiera un voto favorable a la condena», denuncia la asociación.
Este puñetazo al mentón del sobrino del recordado 'Urtain' devuelve a la lona los sueños de libertad de cualquiera. Pero alguien que ha salido del corredor de la muerte 16 años después, volverá a levantarse antes de que acabe la cuenta de diez en este combate entre los Ibar y la justicia. «Ahora estará afectado, como cuando fue condenado la última vez». Sin embargo, «está convencido de que un día será libre y volverá a animarse». Aunque la rampa de salida se haya empinado como nunca. «Está más difícil», admite Cándido, porque cada vez hay que recurrir a instancias más altas y con una mochila más cargada de sentencias contrarias. «No sé qué nos dirá el abogado, pero quedará el Tribunal Supremo de Florida, la Corte Federal, el Supremo de Estados Unidos...».
Ese camino de espinos y togas requerirá una buena dosis de fe para confiar en que algún tribunal tenga en cuenta los argumentos desechados tantas veces. Incluida esa mínima traza de ADN en una camiseta que el propio tribunal de la Apelación pareció poner en entredicho durante la vista oral. «El Supremo de Florida ya revocó la condena de muerte», recuerda, cuando reconoció que las pruebas contra Pablo eran débiles. También supondrá un notable desembolso económico, cuando la campaña de crowdfunding abierta desde la web www.pabloibar.com solo ha completado hasta ahora dos tercios de los 200.000 dólares que requería esta última apelación. «La sociedad vasca, la sociedad española, siempre han sido muy solidarias y se han volcado con nosotros», agradece Cándido. También señala la entrevista a Nascimento publicada el martes en este periódico. «Según decía, no iba a parar hasta conseguir que Pablo saliera libre. No sé cómo vamos a pagarle...».
Cándido tenía programadas unas breves vacaciones en Alicante que llevará a cabo. «Tengo que seguir con mi vida. Es lo que me dijo Pablo cuando le vi por última vez hace tres años. Me dijo que él ya se iba a cuidar». Durante este tiempo, Pablo mantiene su rutina de actividad física, lectura y sus cursos de bricolaje y mantenimiento, el último para aprender a soldar, con la esperanza de poder tener una forma de vida en libertad. Y en el camino, «se mantiene entretenido», apunta Cándido. Anímicamente, le ve bien. «El domingo me quejé de un dolor que tengo en la zona lumbar, y me dijo que a ver si yo quería estar como un chaval, porque él acababa de cumplir ya 51 años y yo voy camino de los 79», con un sueño por cumplir: «Volver con Pablo a Euskadi un día y organizar un banquetazo para celebrar su libertad».
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