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Campo de batalla

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El mundo rural se siente desplazado por los urbanitas que visitan o se instalan en los pueblos para vivir «en una postal». «Nos imponen sus condiciones», se quejan

javier guillenea

Martes, 14 de mayo 2019, 00:26

Se compran una casita a buen precio con un precioso jardincito donde incluso se pueden hacer barbacoas los sábados por la noche mientras se disfruta de unas vistas fantásticas, un aire sano que da gusto respirar y ese cielo estrellado que hace tiempo se extravió ... entre las farolas de las ciudades. Llegan las familias desde sus bloques enladrillados de pisos a instalarse en el pueblo para vivir en comunión con la naturaleza, las vacas en el prado que se vislumbra en el horizonte, los cencerros lejanos, los ecos de perros remotos y los gallos madrugadores allá en la distancia. Es todo tan bonito, tan bucólico, tan pastoril, tan como en las postales... Hasta que el urbanita, el recién llegado al paraíso, sale de su nueva casa a la calle sin asfaltar y pisa una plasta de vaca. Es entonces cuando llegan los problemas y, por emplear una expresión popular, alguien empieza a caerse del guindo.

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