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La convivencia del ser humano y la naturaleza no es fácil. Cualquier actuación de las personas supone un impacto para los ecosistemas y buena prueba de ella es el cambio climático. Cualquier mejora en la convivencia con el medio ambiente supone un avance y por ... eso la Fundación BBVA ha otorgado el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación a los ecólogos Lenore Fahrig, Simon Levin y Steward Pickett. Por separado han realizado contribuciones fundamentales a la llamada ecología espacial, es decir, al estudio de la relación entre el paisaje y los organismos y las formas de vida dentro de ese espacio. Y lo han hecho tanto desde el plano teórico como en el práctico.
Sus trabajos tienen aplicaciones en múltiples ámbitos, como «el diseño de las áreas naturales protegidas, el trazado de redes de carreteras y las ciudades sostenibles». Su trabajo «reconoce explícitamente las dimensiones y escalas espaciales de las interacciones entre especies, y la importancia crítica de la conectividad del hábitat para el movimiento de organismos y materiales a través de paisajes complejos, entre otros», detalla el acta del premio, que se ha conocido este miércoles. La biodiversidad es imprescindible para el buen funcionamiento del planeta: produce oxígeno, descompone los residuos, genera alimentos, agua y terreno fértil. Frente a paradigmas anteriores, que se centraban en la conservación de grandes áreas evitando la presencia del ser humano, los galardonados han desarrollado la ecología espacial, que demuestra el valor que los hábitats de menor tamaño tienen en sí mismos y como ejemplos extrapolables a otras escalas de territorio mayores; la importancia de conectar los hábitats fragmentados, e incluso la posibilidad de preservar la biodiversidad en el entorno urbano. Todo ello partiendo del hecho de que la ecología debe contemplar los espacios que son compartidos por la naturaleza y el ser humano.
Simon Levin, catedrático de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Princeton (EEUU), «ha aportado a la ecología herramientas matemáticas que ayudan a identificar patrones comunes a diferentes escalas espaciales». Marcó un hito al presentar su visión de la ecología espacial en su artículo 'The Problem of Pattern and Scale in Ecology', publicado en 1992, que hoy sigue siendo uno de los más citados de la ciencia ecológica. Como ha explicado Pedro Jordano, profesor de investigación en la Estación Biológica de Doñana y secretario del jurado, hasta entonces «la ecología estaba huérfana de un cuerpo doctrinal que explicara cómo se integran las distintas escalas espaciales, desde áreas locales a continentes. Los investigadores empezamos en espacios pequeños, como una charca, pero tenemos que entender procesos a escala planetaria».
«Uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos es la pérdida de diversidad biológica», ha alertado Levin tras conocer el fallo del jurado. «La biodiversidad es fundamental para nosotros, pero para poder comprender lo que está en riesgo, y lo que podemos hacer para solucionarlo, tenemos que comprender los mecanismos que mantienen la diversidad biológica. Esta ha sido una cuestión central en la teoría ecológica desde hace un siglo, pero hasta hace relativamente poco, no existía mucha teoría matemática que incorporara la dimensión del espacio de la interacción entre especies en modelos. Así que empecé a trabajar en esta línea en los años 70, para construir modelos ecológicos que incorporasen la estructura espacial».
Lenore Fahrig, catedrática de Biología de la Universidad de Carleton (Canadá), ha sido pionera en el estudio de la fragmentación del territorio y su impacto en la biodiversidad. Es un área con aplicación inmediata a problemas concretos: ¿Es mejor crear un área protegida muy extensa, o de dimensiones más reducidas? ¿Sirve de algo crear «corredores ecológicos» entre distintas áreas? Y también, ¿qué impacto tendrá el trazado de una carretera?
«El hábitat se fragmenta debido al impacto humano y ésta es una de las amenazas más profundas para la biodiversidad», señala el acta del premio. Fahrig «ha desarrollado métodos teóricos, basados en datos, para reducir los efectos de la pérdida del hábitat manteniendo la conectividad entre áreas fragmentadas (…). Su trabajo investiga el papel fundamental de las redes de carreteras y de las pequeñas áreas de conservación en la distribución y abundancia de las especies».
Una de las conclusiones del trabajo de Fahrig se centra en el valor de las áreas pequeñas. Como explica Jordano, «el enfoque desarrollista limitaba la conservación a grandes áreas, dejando de lado otras menores; Fahrig demuestra que también es importante conservar áreas pequeñas, porque si están bien conectadas entre sí pueden ayudar a preservar la biodiversidad. Ella es pionera de la idea de conectividad entre reservas; si las reservas no están bien conectadas por corredores naturales, serán deficitarias».
El tercer premidado, Steward Pickett, es investigador en el Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas (EE UU). «Ha sido pionero en la importante labor de integrar en la teoría ecológica a los seres humanos como componentes de los ecosistemas», afirma el acta del jurado, «vinculando la ecología y el diseño urbano, y aportando perspectivas éticas y filosóficas al estudio de los ecosistemas dominados por el hombre».
Su trabajo se ha desarrollado en colaboración estrecha con especialistas en arquitectura, urbanismo, arte, sociología y economía. Como ha afirmado el propio Pickett tras conocer el fallo, «concibo las ciudades como mosaicos con muchas capas: la capa construida −los edificios, las carreteras, las infraestructuras…−, pero también la capa de las políticas, las normas. Está la capa de las diferencias sociales −de clase, étnicas…−, y la capa verde, la parte ecológica: el reciclaje de nutrientes, la regulación del clima o el flujo de agua. Abordo la planificación urbana integrando todas estas capas».
Para Pickett, es necesario invertir las prioridades en el urbanismo actual: «Ahora las ciudades están diseñadas para los coches; tenemos que darle la vuelta a esto y pensar en las ciudades como lugares en los que la biología tiene que funcionar y la biodiversidad tiene que prosperar, para realizar funciones útiles para el control del clima, del agua e incluso para cuidar la salud física y psicológica de las personas. Debemos diseñar las ciudades en primer lugar para la convivencia de la naturaleza y las personas, y rebajar la importancia de la dimensión física y la eficiencia del transporte».
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