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Bostik, el pastor alemán que recorrió 120 kilómetros en busca de sus dueños

Hace 30 años que este perro recorrió la distancia entre San Sebastián y Tafalla sin haber salido nunca antes de la capital donostiarra. Dos días tardó en culminar su odisea

ANE HERNANDORENA

San Sebastián

Domingo, 13 de agosto 2017

¿Instinto? ¿Olfato? ¿Casualidad? Cualquiera de las tres opciones podría ser válida, de no ser porque las tres dejan flecos sueltos e incógnitas sin resolver. Este domingo se cumplen tres décadas de la historia de Bostik, el pastor alemán donostiarra que entró en el Libro de los Récords tras recorrer los 120 kilómetros que separan San Sebastián de Tafalla para ir en busca de sus dueños. Una historia inexplicable no solo por la distancia que recorrió a más de 40 grados, sino también por los detalles que la adornan y la hacen más extraordinaria si cabe: el perro nunca antes había salido de San Sebastián.

Era un jueves, 13 de agosto de 1987. Diez y media de la mañana. Suena el timbre en un domicilio de Carlos I y el pastor alemán de dos años que vive en él se alborota como siempre al escuchar ese sonido. Sus dueños se van a pasar unos días a casa de la familia en la localidad navarra de Tafalla y el can no puede ir con ellos, por lo que deciden hospedarle en una 'pensión' para perros del Antiguo.

Una furgoneta espera junto al portal. La dueña de Bostik le pone la correa, el bozal y lo mete en el vehículo para que el cuidador, Rufo, lo traslade a las instalaciones que regentaba con otros amigos junto a la Fundación Matia -donde hoy se levantan edificios de VPO-. Poco más de una hora después, la familia Vallejo, compuesta por el matrimonio y sus cinco hijos -el perro recibió el nombre de Bostik porque fue el quinto en llegar- puso rumbo a Tafalla.

Sin embargo, parece que el animal no estaba dispuesto a pasar cinco días alejado de sus dueños y cuando uno de los cuidadores abrió la jaula para sacarle a pasear, Bostik echó a correr. Huyó. «¿A dónde? A casa», se dijeron los jóvenes cuidadores que rondaban los 23 años. Con el disgusto en el cuerpo, pero con la convicción de que el pastor alemán aparecería de nuevo en Carlos I, hicieron guardia junto al domicilio de la familia, pero el perro no aparecía. «Llamamos a la Guardia Municipal y pusimos un anuncio en el periódico por si había suerte, pero seguía sin aparecer», recuerda Rufo tres décadas después, al tiempo que reconoce que «no me olvidaré de aquella historia aunque pasen 80 años». Bostik nunca antes había salido de San Sebastián, pero en contra de toda lógica, en lugar de regresar a casa, el perro se incorporó a la N-I desde el Antiguo, pasó Añorga y después Lasarte, según indicaron a posteriori personas que se cruzaron con él en distintos puntos de la geografía guipuzcoana y navarra.

Sin comer ni beber

Con su bozal puesto y la correa colgando, sin comer ni beber durante más de dos días, el can atravesó Tolosa, escogió la dirección correcta al llegar al punto en el que se bifurcaba la carretera para poner destino a Madrid o Lizartza, y bajó el puerto de Azpiroz. Esquivando coches logró llegar a Ventas de Mugiro donde otros testigos le vieron olfateando vehículos en un parking que quedaba a mano derecha de la calzada. Poco después continuó su camino. Superó dos noches, asustado por los focos de los coches, temor que se le quedó de por vida, y llegó a Tafalla.

Era sábado, 15 de agosto y la familia Vallejo al completo madrugó, como siempre, para ver el encierro desde la calle de la Estación. Era temprano, pero el calor seco de Navarra en pleno verano hacía presagiar otra jornada calurosa. Poco después de las ocho de la mañana, cuando los astados habían terminado el recorrido, regresaron a casa a desayunar. Como cualquier día.

Mientras tanto, la odisea por la que estaba pasando su perro y de la que eran completamente ajenos continuaba. La siguiente noticia que se tuvo de Bostik fue sobre las ocho y media de la mañana. Apareció en Tafalla, agotado pero inquieto, casualmente, olfateando la calle en la que habían estado sus dueños apenas media hora antes. Habían estado a punto de reencontrarse, quizás hasta se cruzaron, pero ¿cómo iban a pensar que el perro que dejaron hacía tres días en San Sebastián había llegado hasta allí?

En aquel momento, entró en escena Joxe Mari Esparza, entonces concejal de HB en el Ayuntamiento de Tafalla y pieza fundamental para que la historia terminara con final feliz. Esparza se cruzó con el pastor alemán y sin saber muy bien por qué «se pegó a mí», comenta ahora con cierto tono melancólico intentando recordar aquella jornada de hace treinta años. «Me acuerdo perfectamente de que el perro tenía mucha hambre y sed, que metía las patas en los cuencos de agua que le puse», explica.

El pueblo estaba en fiestas por lo que el edil, sin pensárselo dos veces, decidió irse de 'poteo' con su nuevo amigo al que, por cierto, le bautizó con el nombre de 'Galdu', muy apropiado para la ocasión. «En cada bar decía que me había hecho un nuevo amigo y pedía rondas para los dos, para él agua, claro», matiza con tono jocoso.

Esa noche de sábado, sobre las 21.30 horas, se esperaba una actuación de gaiteros en la plaza del Ayuntamiento, además del clásico toro de fuego. Esparza y 'Galdu' asistieron. También la familia Vallejo. De pronto, en pleno alboroto festivo, la madre se fijó en un pastor alemán que había a escasos metros. Le llamó la atención el gran parecido que tenía con Bostik, «pero aquel era más delgado», recuerda. Aun así, la sensación que había tenido al ver al animal le dejó intranquila y decidió compartirlo con su marido, quien rechazó la idea de que aquel pudiera ser su perro y continuó jugando con sus hijos.

Pero la propietaria del animal no las tenía todas consigo y se quedó, quieta, observándolo desde una distancia que fue acortando con sigilo. El parecido le resultaba demasiado casual y decidió acercarse lo suficiente para comprobar si aquel pastor alemán tenía la misma marca en el hocico que el suyo, fruto de una herida que se había hecho esa misma semana jugando junto a unos matorrales en el Patronato, en Miramón. Y... afirmativo. Estaba la marca.

«En aquel momento me acerqué y le llamé: ¡Bostik!», señala la mujer. Esparza, por su parte, recuerda que vio cómo el perro se avalanzaba sobre una mujer que acto seguido comenzó a recriminarle qué hacía con su perro. «No entendía nada. Le señalé a la mujer que me lo había encontrado esa misma mañana en el pueblo y que ya no sabía qué hacer con él, pero ella solo me decía que era imposible porque lo había dejado hacía tres días en San Sebastián. En aquel momento entendí por qué estaba tan delgado y por qué tenía tanta sed», expone.

«Cuando mi marido y mis hijos me vieron con el perro alucinaron y Bostik no hacía más que saltarles», recuerda la madre de familia. Aquella noche, el pasillo de su casa de Tafalla, en la que se alojaban, estuvo repleta de cubos de agua, pero el pastor alemán no se movió de los pies de la cama de sus dueños.

Con la luz de un nuevo día, llegó el momento de digerir lo sucedido y llamar al cuidador. «No quería ni cogerles el teléfono del disgusto que tenía», recuerda Rufo. «Pero cuando me dijeron que había aparecido en Tafalla... ¡Eso sí que no me lo podía creer!». Al regreso de la familia a San Sebastián, una visita al veterinario garantizó que el perro se encontraba en perfecto estado, aunque sus patas seguían aún resentidas después de haber recorrido 120 kilómetros por el asfalto.

Eco internacional

El suceso trascendió a nivel internacional, pero nadie fue capaz de dar una explicación convincente de lo sucedido. Sus dueños, en tono jocoso, señalaron entonces «que parecía que había aprendido a leer los carteles», pero lo cierto es que las opciones que barajaban los expertos -unos hablaban de olfato, otros de instinto y los más incrédulos de mera casualidad- tampoco consiguieron desvelar qué pasó por la cabeza de aquel perro de dos años durante las 48 horas de odisea que protagonizó.

La fidelidad y lealtad de Bostik por estar junto a sus amos fue reconocida días después en una placa por la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Gipuzkoa, y recogida entre las páginas de Libro de los Récords de aquel 1987. La familia llegó a recibir incluso la invitación de un centro de investigación de Suiza para hacer una escapada controlada, monitorizar al animal y analizar sus comportamientos. No la aceptaron. «Nos quedaremos toda la vida con la duda de cómo supo llegar a Tafalla, pero el pobre ya había sufrido demasiado».

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